LLEGA EL SIGLO XX. LOS AÑOS DE LAS ÚLTIMAS COLONIAS. -Por Francisco Blanco-

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Los últimos años del siglo XIX fueron muy duros para España, que se convirtió en presa fácil para la política expansionista yanqui, cuyos  objetivos más inmediatos eran apoderarse de nuestras últimas colonias, tanto en el Caribe: Cuba y Puerto Rico,  como en el Pacífico: las Filipinas, las Carolinas, las Marianas y las Palaos (1).

La Armada de los Estados Unidos, sin apenas recibir daño, destruyó dos flotas españolas, la de Filipinas y la de Cuba. Lo poco que quedó de nuestro “Glorioso Imperio” fue vendido a Alemania en el 1899.

Tras la humillante derrota militar llegó el ignominioso Tratado de París. Las negociaciones de paz tuvieron lugar en el Ministerio de Asuntos Exteriores de París y dieron comienzo el día 1 de octubre del 1898, la delegación española estaba presidida por D. Eugenio Montero Ríos con otros cinco diplomáticos, actuando de moderador el diplomático francés  Mn. Jules Cambon. Durante las largas negociaciones, España tuvo que aceptar, una a una, todas las exigencias impuestas por los yanquis, que actuaron como implacables e inflexibles vencedores, amenazando incluso con suspender las negociaciones si España no aceptaba íntegramente sus condiciones. En un telegrama oficial enviado por la Regente Doña María Cristina, saltándose sus competencias constitucionales, aconsejaba a Montero Ríos que aceptara los términos que los EE.UU. exigían. España, finalmente, tuvo que asumir hasta el pago de la deuda externa de Cuba. Las razones de la reina regente eran de carácter humanitario, considerando que era más beneficioso para España ceder sus colonias que continuar nuestro enfrentamiento militar con la poderosa potencia americana.

Finalmente, a España tan sólo le quedaron las colonias africanas que nos habían tocado en el reciente reparto de África, integradas por el Protectorado Español de Marruecos, el Sahara y Río de Oro, Ifni y la Guinea Española.

El 17 de mayo  del año 1902 Alfonso XIII, nada más cumplir los 17 años, se sienta en el trono de España, que ya le pertenecía desde su nacimiento, por lo que concluye la regencia de su madre, Doña María de Habsburgo y comienza el triste reinado de Alfonso XIII. España, tras la pérdida de sus colonias, atraviesa una profunda crisis económica, aumentada por una prolongada crisis agrícola, que provocaron serias carencias en una gran parte de la población, que tuvo que apretarse el cinturón. De la misma manera, los sentimientos nacionales de los españoles, sustentados y alimentados por nuestro glorioso pasado, sufren una fuerte crisis de identidad, que provoca la aparición de un nuevo nacionalismo, encabezado por un grupo de intelectuales, conocidos como la “Generación del 98”.

En un principio, Alfonso XIII continuó el sistema de gobierno basado en la alternancia entre conservadores y liberales. El líder de los conservadores, D. Antonio Cánovas del Castillo, que había ocupado hasta por seis veces el sillón de Presidente del Gobierno, había fallecido el 9 de agosto del 1897, víctima de un atentado  mientras tomaba las aguas en un balneario de Mondragón, perpetrado por el anarquista italiano Michele Angiolillo (2). Sus principales seguidores en el Partido conservador y en el gobierno fueron Silvela, Polavieja y Maura.

El mapa político español también estaba cambiando, pues republicanos, socialistas y anarquistas, a los que hay que añadir el incipiente nacionalismo catalán, iban adquiriendo cada día más peso político y haciendo una oposición cada vez más dura a la política excesivamente conservadora de los sucesivos gobiernos.

La política africanista se convirtió en prioritaria para los generales, que querían recuperar el prestigio perdido en Cuba y Filipinas, por lo que la costa norte de Marruecos se convirtió en el nuevo objetivo colonial español, propiciado además por el reconocimiento de las potencias europeas más importantes, como Francia e Inglaterra, efectuada en la Conferencia de Algeciras del año 1906. Numerosos empresarios, bajo la protección del ejército, se apresuraron a explotar la inhóspita zona minera del Rif, en la que abundaba el mineral de hierro (3). Las ciudades de Ceuta y Melilla se convirtieron en  las capitales de nuestro Protectorado en Marruecos.

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Pero lo que parecía un nuevo “EL Dorado”, se convirtió en una trampa mortal para miles de trabajadores y soldados españoles. Las kábilas rifeñas se mostraban muy belicosas y agresivas, hostigando constantemente a los trabajadores españoles, por lo que el Sr. Maura, jefe del Gobierno, en febrero del 1909 decidió enviar un primer contingente de tres brigadas de reservistas, mal equipados y peor formados para proteger a los mineros y vigilar a los rifeños. El resultado, sin embargo, no fue el esperado. A mediados del mes de julio empiezan a llegar a Melilla las fuerzas expedicionarias, a las órdenes del general Marina, y se producen los primeros enfrentamientos con los rifeños, que tienden varias emboscadas las tropas españolas, en una de las cuales muere el coronel Álvarez Cabrera, que se había perdido durante la noche con un destacamento, sufriendo la baja de 26 soldados muertos y casi trescientos heridos. Pero la gran debacle española se produce el 26 de julio, en que una brigada española, mandada por el general Pinto, fue copada por rifeños, emboscados en las laderas del monte Gurugú, cuando los españoles penetraron en el Barranco del Lobo. Resultaron muertos 153 hombres, entre tropa y oficiales, incluido el general Pinto y unos 600 heridos. Lo más vergonzoso es que luchaban contra un enemigo muy inferior en número y con un armamento mucho más anticuado (4).

“En el Barranco del Lobo
hay una fuente que mana
sangre de los españoles
que murieron por España”.

La noticia del desastre causó un gran impacto en toda España y una gran indignación popular. En Barcelona, de donde procedían un gran número de expedicionarios, se produjo un levantamiento popular de protesta, conocido como “La Semana Trágica”, que fue reprimida con gran dureza por orden de Maura, cuya impopularidad se hizo tan grande que se vio obligado a dimitir.

El ejército español en Marruecos se reforzó de inmediato, hasta superar los 35.000 hombres, a los que hay que añadir un importante número de piezas de artillería, con lo que la superioridad militar española se fue imponiendo, consiguiendo que a finales de año la zona quedara pacificada y se pudiese continuar la explotación minera, cuyos beneficios iban a parar a unos pocos bolsillos privilegiados.

En el mes de febrero del 1910 se rompió la alternancia, y a Maura le sucedió en la jefatura del gobierno el progresista liberal D. José Canalejas, que puso en marcha diferentes reformas sociales, aunque la más conocida fue su famosa “Ley candado”, por la que se limitaba la creación de nuevas Órdenes religiosas, con lo que se ganó la animadversión de la Iglesia, a pesar de que era un ferviente católico. También realizó un viaje por Marruecos en compañía de Alfonso XIII y entabló conversaciones con Prat de la Riba para buscar soluciones al conflicto catalán. Murió el 12 de noviembre de 1912, asesinado por el anarquista Manuel Pardiñas mientras contemplaba el escaparate de la librería San Martín en plena Puerta del Sol (5).

Con la muerte de Canalejas la situación política del país se vuelve caótica. Quedan paralizadas las reformas emprendidas para democratizar el país y acabar con  la corrupción y el caciquismo imperante y la conflictividad social aumenta, provocando una situación  conocida como la “Crisis de la Restauración”. El campo andaluz y las zonas industriales de Barcelona y Cataluña fueron las más conflictivas. Finalmente, se tuvo que formar un gobierno de concentración, formado por liberales y conservadores, además de  dar entrada a los nacionalistas catalanes. La situación económica de España empezaba a ser angustiosa.

Pero todavía podía agravarse más: el 28 de de julio del 1914 el nacionalismo serbio y el imperialismo alemán provocaron el estallido de la Primera Guerra Mundial. El detonante fue el asesinato de Sarajevo, pero la conflagración se extendió rápidamente por toda Europa, prolongándose durante más de cuatro años, causando millones de muertos, cambiando el mapa político europeo y dando paso a la revolución industrial. España no participó directamente en la guerra, pues no estaba para tirar cohetes. En agosto del 1914, el jefe de gobierno, el conservador D. Eduardo Dato publicó un decreto por el que se consideraba en la obligación de “ordenar la más estricta neutralidad a todos los españoles con arreglo a las leyes vigentes y a los principios del Derecho Público Internacional”. Lo cierto es que España carecía del peso económico y la potencia militar suficiente para participar en una guerra de tan grandes dimensiones. El propio Dato lo reconoció en una posterior entrevista a la prensa: “Con sólo intentarlo arruinaríamos la nación, encenderíamos la guerra civil y pondríamos en evidencia nuestra falta de recursos y de fuerzas para toda la campaña”.

A pesar de todo, fueron numerosos los efectos de la guerra que afectaron a la vida de los españoles, provocando numerosos conflictos sociales, que crearon un ambiente de enfrentamiento de clase. No faltaron, sin embargo, algunos efectos positivos, como el aumento de la producción en las zonas industrializadas, como Cataluña y el País Vaso, gracias a los nuevos mercados que aparecieron en los países beligerantes, aunque los salarios no subieron, la inflación se disparó y la carestía de la vida era mayor cada día. En el 1916 los precios se habían incrementado hasta un 13,4%, aunque en algunos productos como la leche, la subida había sido de un 58% y el pan el 25%.

Los sindicatos mayoritarios, UGT y CNT, apoyados por sus respectivos partidos socialista y anarquista, acordaron convocar una huelga general de 24 horas para el 18 de diciembre del 1916.  La convocatoria resultó un completo éxito y la huelga contó con la general aprobación del país, incluidas las clases medias, cansadas del conservadurismo a ultranza de los sucesivos gobiernos, que siguieron mirando hacia otro lado. Pero la crisis era ya irreversible, en julio del 1917 se formó una asamblea de unos 70 parlamentarios, entre republicanos, reformistas, socialistas y catalanistas, que exigieron la dimisión del Gobierno en pleno y la urgente convocatoria de unas Cortes Constituyentes. La respuesta por parte del presidente del gobierno, D. Eduardo Dato, fue suspender las garantías constitucionales y encarcelar a unos cuantos dirigentes, lo que provocó la convocatoria de una nueva huelga general de carácter revolucionario y de duración indefinida en toda España, que comenzó el 10 de agosto. La respuesta del gobierno fue sacar las tropas a la calle, provocando enfrentamientos con los piquetes, en los que hubo varios muertos y heridos, además de numerosas detenciones. Esta huelga general, según el socialista Largo Caballero perseguía “una transformación completa de la estructura política y económica del país”.

El 29 de setiembre, finalizada ya la huelga, los miembros del “Comité de Huelga” fueron encarcelados, sometidos a un Consejo de Guerra, condenados a cadena perpetua y encarcelados en el penal de Cartagena.

En el mes de octubre cayó el gobierno de Dato (6), sustituido por el primer gobierno de concentración de la monarquía y presidido por el liberal García Prieto, que también fue bastante efímero y tampoco resolvió nada.

En el mes de febrero del 1918 fueron convocadas otras elecciones generales, a las que se presentaron como candidatos todos los encarcelados por la huelga del 1917, saliendo todos  elegidos, por lo que en el mes de mayo el gobierno se vio obligado a concederles la amnistía, tomando posesión de sus actas de diputados el 18 de mayo. En la nueva cámara se creó la coalición “Alianza de Izquierdas”, en la que se integraron los socialistas, presididos por Pablo Iglesias e Indalecio Prieto. En estas elecciones, como en tantas otras, resultaron vencedores conservadores y liberales, que consiguieron más de 230 escaños, siguiendo como Presidente del Gobierno el liberal García Prieto. Todo continuó como si en España no pasara nada.

Pero sí que pasaba, en realidad los problemas de España no habían hecho más que agravarse, la sociedad cada día estaba más dividida y anarquistas y socialistas cada vez protagonizaban más reivindicaciones sociales. La sombra de una confrontación de clases cada vez se hacía más grande, pero la monarquía, la Iglesia y las clases dominantes seguían aferradas a sus privilegios y contaban con el apoyo de una gran parte del ejército para mantenerlos. Pero la chispa volvería a saltar en Marruecos.

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El 21 de julio del 1921 D. Alfonso XIII visitaba la ciudad de Burgos. Los burgaleses, soportando un sol implacable, abarrotaban las calles para recibir y aplaudir a la comitiva real. El objetivo de la presencia de D. Alfonso y su esposa Doña Victoria Eugenia en la ciudad burgalesa era presidir la ceremonia del traslado de los restos del Cid Campeador del Ayuntamiento, dentro de los actos conmemorativos del VII Centenario de la consagración de la catedral, a su nuevo mausoleo, cubierto por una gran losa situada bajo el crucero central de la catedral. Durante la misa de acción de gracias se pronunció una oración en recuerdo de los soldados españoles que seguían luchando contra los moros en Marruecos. A continuación tuvo lugar una brillante parada militar, mientras surcaban el cielo una escuadrilla de aviones en perfecta formación. Finalizado el acto, los reyes emprendieron el regreso a San Sebastián, donde se  encontraban veraneando. Eran aproximadamente las cinco de la tarde.

A esa misma hora, en el norte de Marruecos, también bajo un calor asfixiante y sin apenas agua ni víveres, el grueso del ejército español, unos 4000 hombres, al mando del general Fernández Silvestre, que se dirigía hacia Alhucemas, quedaba copado en la localidad de Annual, a unos 60 kilómetros al oeste de Melilla, por las fuerzas del caudillo rifeño Abd el Krim, al frente de una fuerza armada cercana a los 10.000 hombres. La mortandad entre los españoles es espantosa y amenaza con ser total, lo que hace que el general Silvestre, ante la práctica imposibilidad de recibir refuerzos a tiempo, se plantee la opción de evacuar el campamento de Anual. La retirada comienzó a las 11 de la mañana del día 22 de julio, pero para entonces las vías de evacuación ya estaban ocupadas por las tropas enemigas, que atacaron a los que se retiraban por los cuatro costados, causando la desbandada general y el abandono de las armas, pensando cada cual en su propia salvación. Más de 4000 soldados españoles, entre los que no había ningún voluntario, murieron en aquella funesta batalla. Sus cadáveres cubrieron una tierra que no era la suya, a la que habían ido obligados para defender los intereses de una selecta minoría a la que ni siquiera conocían. El gran responsable de aquella carnicería, general Fernández Silvestre, parece que se suicidó, volándose la cabeza con su propia pistola, pero su cuerpo nunca fue encontrado.

El Desastre de Annual allanó el camino para que en setiembre del 1923 el general Primo de Rivera (7), con el respaldo de Alfonso XIII diera un golpe de Estado e implantara en España una Dictadura Militar, con el objetivo de “Libertar a España de los profesionales de la política, de las desdichas e inmoralidades que empezaron en el año 98y amenazan a España con un fin próximo, trágico y deshonroso….”.

En realidad, detrás de esta declaración de principios se ocultaba el interés del rey y del propio general por diluir las responsabilidades que tanto el rey como los militares habían tenido en los trágicos acontecimientos acaecidos, suprimiendo, de paso, la Comisión nombrada por el Congreso para depurar dichas responsabilidades. También se suspendió la Constitución, se disolvieron los Ayuntamientos, se prohibieron los Partidos Políticos y se pusieron en marcha los Somatenes (10) para que actuasen como milicias tanto rurales como urbanas. Vamos, que esta dictadura con rey hizo  lo que se llama “Borrón y Cuenta Nueva”, ¡así de fácil!.

Por el contrario, a pesar de tanto desastre político, militar, económico y social, la Gastronomía española ofrecía unas perspectivas llenas de esperanzador optimismo.

Ya en las postrimerías del XIX algunos excelentes cocineros y gastrónomos, como Angel Muro con su “El Practicón”; Manual Puga y Pardo, más conocido como “Picadillo”, autor de “La cocina práctica”, con prólogo de Doña Emilia Pardo Bazán o Mariano Pardo y Figueroa, con su “La cocina Moderna”, entre otros, realizaron grandes esfuerzos por revitalizar y dar carácter propio a la dispersa cocina española.

En los comienzos del siglo XX esta corriente se multiplicó, incorporando a escritores y periodistas que realizaron un serio y profundo estudio de la cocina española, incluido sus orígenes, su historia, sus costumbres y tradiciones, sus productos y un variado recetario en el que se reflejaban los gustos culinarios de todas las regiones españolas, dando a conocer cientos de recetas de todos los rincones de España, que hasta entonces se habían ido trasmitiendo de generación en generación por el procedimiento del “boca a boca”.

El polifacético gaditano Dionisio Pérez Gutiérrez fue escritor, periodista, político y gastrónomo, que cuando escribía sobre gastronomía utilizaba el seudónimo de “Post-Thebussem”, como continuador del trabajo iniciado por Mariano Pardo y Figueroa de dar una identidad nacional a la cocina española, integrada por el conjunto de las cocinas regionales. Además de numerosos artículos en periódicos y revistas, en el 1929 publicó “Guía del buen comer español”, una especie de inventario de los platos clásicos de todas las regiones de España. Su obra póstuma fue “La Cocina Clásica Española” publicada en 1935, que contiene un extenso recetario ilustrado.

Algunos escritores modernos han calificado a Teodoro Bardají Mas como el “padre de la gastronomía española moderna”. Este aragonés, nacido en Binéfar (Huesca) el 16 de mayo del 1882, además de repostero y cocinero, fue un erudito gastrónomo, gran conocedor y defensor de la cocina española clásica. Viajó y trabajó como cocinero en Francia, para conocer la cocina francesa y cuando regresó a España prestó sus servicios como cocinero y repostero en numerosos lugares como el Hotel Oriente de Zaragoza y la Exposición Hispano-Francesa de 1908, que también se celebró en Zaragoza. Fue jefe de cocina del Casino de Madrid y también trabajó en el Palacio Real y en diferentes casas de la más alta nobleza, como la condesa de Castañeda o el duque del Infantado. En 1928, con motivo de la apertura del Parador Nacional de Gredos (11), dirigió una comida ofrecida por Alfonso XIII a más de 200 comensales. Como periodista, publicó un gran número de artículos en revistas especializadas como “El Gorro Blanco”, “La Cocina Elegante”, “La Confitería Española” o “Unión del Arte culinario”, de la que fue redactor-jefe. De sus numerosos libros, cabe destacar “El Índice Culinario”, “La cocina de ellas” y “Cocina para fiestas”. En 1976 se publicó una amplia recopilación de sus recetas con el título de “Arte Culinario Práctico”. También mantuvo una intensa relación personal y profesional con el escritor catalán Ignacio Doménech, otro ilustre gastrónomo. Falleció en Madrid el  6 de marzo del 1958 a los 75 años.

Ignacio Doménech, un catalán de Manresa, además de un gran cocinero, fue un prolífico escritor, cuya obra está dedicada casi por completo al estudio de la gastronomía. Editó dos revistas culinarias que tuvieron gran aceptación: “La Cocina Elegante” y “El Gorro Blanco”, una revista mensual que salió a la calle hasta el año 1945. A esto hay que sumar una veintena de libros sobre temas gastronómicos, destacando “Ayunos y Abstinencias-Cocina de Cuaresma”, que fue el primer libro que apareció en España sobre la comida cuaresmal y sus múltiples recetas. Están además “La Cocina vasca”, “Cocina de recursos”, “La Pastelería mundial y los helados modernos” y otras cuantas más. Falleció en Barcelona el 11 de noviembre del 1956.

También, durante la primera mitad del siglo XX destacó la figura y la obra de una mujer, la bilbaína María Mestayer de Echagüe, marquesa de Parabere, cuyo libro “La cocina completa”, aparecido después de la Primera Guerra alcanzó una gran difusión y fue reeditado en varias ocasiones. Murió en Madrid a los 72 años de edad.

Por vez primera y gracias al trabajo de estos gastrónomos y otros muchos que no citamos, pero también trabajaron, aparecieron impresos y asequibles a todo el mundo numerosos libros conteniendo las recetas culinarias de todas las regiones españolas, cuyo conjunto formaba lo que se empezó a denominar  ”Cocina Española”, origen, a su vez, de la moderna cocina del siglo XXI, también conocida como “Gastronomía Molecular”.

Las dos guerras mundiales que asolaron Europa durante la primera mitad del siglo XX, en las cuales España no participó directamente, también tuvieron una gran incidencia sobre la alimentación, y en consecuencia sobre la gastronomía. Debido a la gran necesidad de suministrar alimentos a miles de personas, tanto en el frente como en la retaguardia,  aumentó la investigación sobre la elaboración y la conservación de los alimentos, dando lugar a la aparición de los productos envasados y enlatados, y aunque las recetas no variaron mucho, pues había otras prioridades, si que varió la forma de condimentarlas. También aparecieron los frigoríficos para el almacenamiento y conservación de todos estos nuevos productos envasados.

En España, la coyuntura impuesta por el conflicto bélico europeo, trajo consigo una  relativa bonanza económica que permitió reactivar muchos sectores del país, dando paso a los que se conocieron como los “Felices Años Veinte”. Sin embargo, el militarismo impuesto por Primo de Rivera, la falta de libertades y su corporativismo de corte fascista, crearon una tensión política y social, que provocaba continuos conflictos. Esta realidad hizo pensar a D. Alfonso XIII que aquel régimen, que él había apoyado, podía acabar con la monarquía. Intelectuales, estudiantes, obreros, patronos, partidos políticos y organizaciones sindicales clandestinas comenzaron a salir a la calle y manifestarse abiertamente en contra del régimen. A esto hay que sumar el conflicto surgido entre el Cuerpo de Artillería y Primo de Rivera, que en el 1926  acabó por disolver el cuerpo. La Dictadura, como solución política para España, había fracasado por su propia incompetencia. El 28 de enero del 1930 el general Primo de Rivera presentaba su dimisión a S. M. D. Alfonso XIII, que se apresuró a aceptarla. Claro que su sustitución tampoco fue muy acertada, pues en su lugar puso al general Berenguer. Se pasaba de la “dictadura”, que había durado casi siete años, a la “dictablanda”, que fue mucho más breve. Primo de Rivera se exiló a París, donde falleció poco después, el 16 de marzo, como consecuencia de una complicación gripal.

Su sucesor, el general Dámaso Berenguer, que había nacido en Cuba, tampoco pudo dominar la situación, ni crear un gobierno estable, por lo que no le quedó otra salida que convocar elecciones generales para el mes de marzo, pero se encontró con la negativa a participar de todas las fuerzas políticas que habían sido marginadas durante la Dictadura, incluidos los partidos monárquicos. Los republicanos se agrupan en el llamado “Pacto de San Sebastián”, con el declarado objetivo de acabar con la monarquía. Berenguer y su gobierno dimitieron en pleno y Alfonso XIII tuvo grandes dificultades para encontrarle un sustituto, finalmente el almirante Aznar aceptó el encargo, formando un gobierno monárquico de concentración, en el que figuraba el propio Berenguer como ministro de la Guerra. Este nuevo gobierno se marca como objetivo devolver a España la normalidad constitucional, para lo que convoca nuevas elecciones: municipales, provinciales y generales, que también serían constituyentes, para sustituir la Constitución de 1876.

Las elecciones municipales tuvieron lugar el 12 de abril del 1931. Los partidos monárquicos obtuvieron mayor número de votos y de concejales, pero en las grandes ciudades y en la mayoría de las capitales de provincia la mayoría republicana resultó abrumadora, la opción monárquica tan sólo resultó vencedora en las siguientes capitales de provincia: Soria, Pamplona, Lugo, Gerona, Cádiz, Burgos, Palma de Mallorca, Ávila y Vitoria.

La noche del 12 y durante todo el día 13 las calles y plazas de toda España se vieron invadidas por millones de españoles que gritaban entusiasmados ¡Viva España! y ¡Viva la República!. El día 14 se declaró una huelga general de forma espontánea y en algunas ciudades se empieza a proclamar la II República. Todo de una forma alegre y ordenada, sin incidente ni alteraciones del orden público, lo que en España no dejaba de ser bastante insólito. A las siete de la tarde de ese mismo día 14 Niceto Alcalá Zamora, jefe provisional del Gobierno de la República, pactaba con el general Sanjurjo, que se había hecho cargo del orden público, la entrega de la Monarquía y la salida de España del rey y su familia. Poco más tarde, desde el Ministerio de la Gobernación, situado en la Puerta del Sol madrileña, era proclamada la Segunda República Española.

Por su parte Alfonso XIII, tal vez aconsejado por su camarilla de confianza, Romanones, Maura y Gamazo, tuvo que aceptar lo que ya era irreversible: “Las elecciones celebradas el domingo me revelan claramente que no tengo hoy el amor de mi pueblo. Mi conciencia me dice que este desvío no será definitivo, porqué procuré siempre servir a España……”

Vamos, que se marchaba porque nadie le quería,  pero pensaba volver cualquier día, porque las cosas del cariño son siempre pasajeras.

Hacia las nueve de la noche de ese mismo día 14 Alfonso XIII y su comitiva salió para Cartagena para embarcarse en el buque “Príncipe Alfonso”, que partió hacia las cinco de la madrugada del día 15 rumbo a Cádiz a recoger a su hijo el infante D. Juan y continuar rumbo a Inglaterra.

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El día 15 de abril, su esposa la reina Victoria Eugenia y sus seis hijos, protegidos por la Guardia Civil, salían en tren desde la madrileña estación de Atocha en dirección a Hendaya. En la burgalesa estación de Miranda de Ebro se cruzaron con otro tren, este procedente de Hendaya y con destino a la estación de Atocha, en el que regresaban a España los exilados españoles que habían conspirado contra la monarquía en el mes de diciembre del 1930. Simultáneamente, por las calles de Burgos una gran multitud se manifestaba gritando ¡Viva España! y Viva la República!.

 

NOTAS

  • Las islas Carolinas fueron descubiertas en el año 1526 por los exploradores españoles Alonso de Salazar y Diego de Saavedra. Las islas Marianas fueron descubiertas en el 1521 por el portugués Fernando de Magallanes, que tomó posesión de ellas en nombre del rey de España, Carlos I. fueron conocidas como Islas de los Ladrones hasta que en el siglo XVII se las cambió el nombre en honor a la reina-regente Mariana de Austria. Las islas Palaos se descubrieron en el 1522 durante la expedición de Magallanes-Elcano, su primer explorador fue el español Gonzalo Gómez de Espinosa.
  • Michelle Angiolillo fue detenido y ajusticiado por garrote vil el 20 de agoste de ese mismo año. El verdugo era el burgalés de Cavia, Gregorio Mayoral Sandino.
  • Las minas del Rif estaban explotadas por la Compañía Española de Minas del Rif. Tenía su sede en Madrid y se cerró en el 1984.
  • Los restos mortales de los fallecidos están depositados en el “Panteón de los Héroes” del Cementerio Municipal de la Purísima Concepción de Melilla.
  • Manuel Pardiñas, el asesino de Canalejas, se suicidó después de cometer el asesinato
  • Eduardo Dato fue asesinado a tiros, en la Puerta de Alcalá de Madrid, el 8 de marzo de 1921 por tres anarquistas catalanes: Pedro Mateu, Luis Nicolau y Ramón Casanellas.

Primo de Rivera era el Capitán General de Cataluña.

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Una respuesta a “LLEGA EL SIGLO XX. LOS AÑOS DE LAS ÚLTIMAS COLONIAS. -Por Francisco Blanco-

  1. Llega el S.XX, pero empieza en el s.XVIII. A los Borbones no los metieron en España, precisamente los amigos de España y los españoles…
    En el XX. SÍ, Menudo negocio privado se han montado con el Sahara después de vender todos los territorios en América.

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