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RAMÓN BONIFAZ. ALMIRANTE DE CASTILLA. -Por Francisco Blanco-.

“Castilla no tiene mar,

pero tiene un Almirante

que se llama Bonifaz,

que una flota construyó

y Sevilla conquistó”. 

Fernando III fue rey de Castilla desde el año 1217 y de León a partir del año 1230, falleciendo en Sevilla, ciudad que había conquistado y en cuya catedral recibió sepultura, el 30 de mayo de 1252. Fue canonizado por el papa Sixto V en el año 1590.

Entre sus muchos méritos figura el de haber impulsado la marina castellana, para lo cual encargó al burgalés Ramón Bonifaz la construcción de una escuadra naval castellana, compuesta por diez galeras nuevas, cuya misión principal consistiría en vigilar las costas africanas para prevenir posibles incursiones árabes. Creó, además, dos almirantazgos, uno en Sevilla y otro en Burgos, encargados de controlar dicha flota. Su sucesor Alfonso X, fue un gran continuador de su labor, incrementando el poderío de la Marina española, que hasta entonces había estado integrada por naves cántabras y genovesas, que trabajaban a sueldo. Dedicó además un capítulo de sus “Partidas” a la “guerra que se faze por mar”.

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Ramón Bonifaz y Camargo, “rico hombre de Castilla y sabidor de las cosas de la mar”, nació en Burgos en el año 1196, según afirma el Padre Berganza, Fray Francisco de Berganza y Arce, cronista de Burgos y abad del  Monasterio de San Pedro de Cardeña. El mismo Almirante dejó escrito en su testamento su expreso deseo de ser enterrado en la ciudad de Burgos, cosa que se hizo en el antiguo Monasterio de San Francisco. La iniciativa de su fundación, a principios del siglo XIII, partió del mismo San Francisco de Asís, en una visita que hizo a la ciudad de Burgos.

Ramón Bonifaz fue además un importante colaborador en las obras de la construcción del monasterio, financiando la primitiva nave del centro, a cuya entrada hizo poner su escudo de armas, posteriormente, junto con otros altos dignatarios de la ciudad y algunos acaudalados mercaderes, financiaron el levantamiento de hasta veintidós  altares y capillas, que proporcionaron al interior del recinto una gran suntuosidad.

Sobre la gran lápida de piedra de su tumba figuraba la siguiente inscripción:

“Aquí yace el muy noble y esforzado caballero don Ramón Bonifaz, primer almirante de Castilla que ganó Sevilla. Murió el año MCCLVI”

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Lamentablemente de este Monasterio tan sólo quedan algunos restos, descarnados y ruinosos, de lo que fueron sus muros, en los que se puede ver una de sus puertas y un rosetón con la estrella de David.

Su ruina comenzó en el 1808, durante la ocupación francesa, durante la que fue saqueado y utilizado como cuartel, llegando a ser bombardeado desde las laderas del Castillo de Burgos en el 1813, durante el asedio a la ciudad del duque de Wellington, provocando un devastador incendio, que destruyó la bóveda y numerosas capillas con sus  altares y sepulcros, esparciéndose por sus aledaños numerosos restos óseos, reliquias y otros objetos de valor. La demolición final tuvo lugar en el 1836 durante la Desamortización de Mendizábal. En el 1844, aprovechando los restos de sus muros, se acondicionó para albergar el batallón de las Milicias provinciales, destinándose después a diferentes usos, hasta el 1877, en el que fue declarado en ruina.

En el “Libro Armorial” de la Cofradía de Santiago de Burgos, a la que solo podían pertenecer los caballeros, aparece con toda clase de detalles la genealogía del linaje de los Bonifaz y también de los Camargo, incluidos pequeños retratos ecuestres miniados de sus miembros,  con sus armas heráldicas. También cabe la posibilidad de que alguna rama de los Camargo se estableciera en Laredo, dando pie a algunas  teorías que defienden el origen cántabro de los Bonifaz. En Burgos los Bonifaz tenían su residencia en la aristocrática calle de San Lorenzo, en vecindad con otros miembros de la nobleza  local y de acaudalados mercaderes. También  eran  poseedores de una considerable fortuna, y también  tuvieron una casa familiar en Cameno, un pequeño pueblo burebano, situado en el valle burgalés de Oca-Tirón.

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Ramón Bonifaz fue nombrado alcalde de la fortaleza de Burgos en el año 1243, un cargo más de carácter militar que político, cargo que ocupó hasta su regreso a Burgos, unos años después de la conquista de Sevilla, en el 1252, siendo sustituido por su hijo Pedro. De sus datos biográficos, se sabe que estuvo casado en tres ocasiones: con la italiana doña Andrea Grimaldo, doña Luisa de Velasco y doña Teresa Arias, todas igualmente de ilustres familias, de estos matrimonios nacieron seis hijos, cuatro hembras y dos varones. Las hijas parece que tomaron el estado religioso, de los dos hijos, Luis y Pedro, solo se tienen datos biográficos del segundo, Pedro, que sustituyó a su padre a su regreso de Sevilla como alcalde de Burgos, cargo que volvió a ocupar en otras dos ocasiones, en 1263 y 1268, nombrado personalmente por Alfonso X. Al igual que su padre, fue un destacado prohombre de la ciudad de Burgos, dueño de numerosas propiedades y una considerable fortuna.

En el 1245 el rey Fernando III, en una de sus habituales visitas a Burgos, trabó amistad con su alcalde, quedando sorprendido y admirado de los grandes conocimientos de  que hizo gala Ramón Bonifaz sobre la navegación marítima y la guerra en el mar. Hay que tener en cuenta que en Burgos se encontraba por entonces la sede de todos los marineros castellanos que faenaban con sus barcos o como tripulantes por las costas cántabras.

Tal vez como consecuencia de la anterior visita real, a principios del año 1247 el rey encarga a Ramón Bonifaz la creación de una escuadra de guerra, con el fin de dirigirse a las costas sevillanas y ayudar al ejército en la conquista de la ciudad de Sevilla, que ya llevaba meses sitiada, pero en la que no pudo entrar por culpa de sus fuertes defensas marítimas, situadas en el cauce del Guadalquivir.

Esta tarea fue realizada por Ramón Bonifaz con gran eficacia y rapidez, pues la flota de guerra estuvo lista en menos de seis meses. Para ello contó con la colaboración y ayuda de todos los astilleros y atarazanas de la costa cantábrica, en especial de las cuatro villas marineras de San Vicente, Santander, Laredo y Castro Urdiales, de donde también procedía la mayor parte de la tripulación, en la que además figuraban algunos marineros vascos.

La nueva flota, al mando de Ramón Bonifaz, partió rumbo al sur en el mes de noviembre del año 1247, aunque a su paso por Asturias y Galicia se le fueron incorporando nuevos navíos, uno de ellos al mando del marino de Avilés Ruy Pérez de Avilés, que jugaría un importante papel en el desarrollo de las posteriores operaciones militares.

Al llegar la flota a Sanlúcar de Barrameda, en la desembocadura del Guadalquivir, se tuvo que enfrentar a la dura tarea de remontar el río rumbo a Sevilla, hasta llegar al puente de Triana, cosa que no consiguieron hasta bien entrado el año 1248. Pero cuando por fin tuvieron a la vista el puente de Triana, se encontraron con que las dos orillas del Guadalquivir, entre la Torre del Oro y su gemela de Triana, desde donde les hostigaban, estaban defendidas además por una línea de barcas, atadas entre sí fuertemente por gruesas cadenas de hierro.

Ante tan inesperada defensa, Ramón Bonifaz y sus jefes se pusieron a cavilar sobre la mejor manera de acometerla. Una brillante idea del marino asturiano Ruy Pérez de Avilés, les dio la solución. Se trataba de un artilugio de “fierros aserrados” acoplado a la proa del barco, capaz de cortar las dichosas cadenas. Se eligieron las dos naves más grandes de la flota, la “Carceña” y la “Rosa de Castro”, reforzaron las proas con el mayor peso posible y acoplaron a la proa el bélico artilugio. Ramón Bonifaz tuvo la calma necesaria para esperar el  momento oportuno para lanzar el ataque, éste llegó cuando subió la marea y el viento se puso a su favor. Las dos naves iban dirigidas por Ruy Pérez de Avilés y el propio Ramón Bonifaz, ambas se lanzaron contra las cadenas como un pesado ariete, la primera no consiguió romperlas pero la segunda las partió como si fueran de vidrio, dejando expedito el camino para que el resto de la flota entrara en Sevilla y facilitara la entrada de las tropas castellanas que la acosaban, que pudieron penetrar en la ciudad por varios lugares.

Este hecho, que ha pasado a la historia como una hazaña legendaria, ocurría el 3 de mayo del año 1248. La conquista definitiva de Sevilla no se finalizó hasta el 23 de noviembre de ese mismo año. El rey taifa de Sevilla, Axafat, tuvo que entregar la ciudad al rey castellano, quien le puso como única condición que, en un plazo de tiempo razonable,  la ciudad quedase vacía de todos los musulmanes que en ella vivieran, por lo que en los siguientes días la abandonaron más de cien mil musulmanes, camino de otras taifas cercanas y cargados con los escasos enseres que pudieron acarrear. Finalmente, la ciudad quedó en poder de los cristianos el día 22 de diciembre del 1248, precisamente el día en que la cristiandad celebraba la festividad de San Isidoro de Sevilla. A partir de aquí, en Sevilla tuvieron lugar grandes festejos, tanto religiosos como populares, para celebrar tan importante conquista de las tropas cristianas y el avance que esto significaba para la Reconquista. También llegaron las recompensas, pues Ramón Bonifaz y sus hombres, muchos de los cuales se establecieron en Sevilla, fueron premiados con honores y propiedades-.

En el 1250 el Rey Fernando III concede a Ramón Bonifaz el título de Almirante de Castilla, siendo la primera vez que se concedía dicho título en España, definido como “Cabdillo de todos los navíos que sirven para guerrear”, creándose de esta forma la primera Armada Española, a la que su almirante dotó de las correspondientes Ordenanzas Militares, recogidas posteriormente en el “Código de las Siete Partidas”, que redactó Alfonso X.

También recibió el Almirante el encargo real de dragar y limpiar el Guadalquivir, crear un nuevo puerto en Sevilla donde pudieran entrar naves de mayor calado y construir las “Reales Atarazanas”.

Después de finalizar con éxito todas estas importantes empresas, el Almirante Bonifaz regresó a Burgos, su ciudad natal, donde renunció a su cargo del alcalde, dedicándose exclusivamente a sus funciones de Almirante, con jurisdicción sobre todos los asuntos de la mar y administrador de todas las rentas reales de todos los puertos españoles.

Ya durante el reinado de Alfonso X, éste concedió numerosos privilegios a Burgos, extendiéndolos a las villas cántabras y vascongadas que habían participado en la expedición sevillana: “Esta merced les fago por el mucho servicio al Rey don Fernado,mío padre, e a mi, mayormente en la presión de Sevilla”.

En el año 1256, ejerciendo sus funciones de Almirante, falleció en Burgos D. Ramón Bonifaz y Camargo.

En el séptimo centenario de la conquista de Sevilla, en la ciudad de Burgos tuvo lugar un acto de homenaje a la figura del Almirante Bonifaz, en la que se descubrió una lápida en la entrada de la Torre de Santa María, en la que está grabada a siguiente inscripción:

 

A RAMÓN BONIFAZ «UN HOME DE BURGOS” Y ALCALDE DE LA CIUDAD, LE DESCUBRE LA GLORIA DE VIRILES PROEZAS, AL FRENTE DE LOS MARINOS DEL MAR CÁNTABRO EN LA CONQUISTA DE SEVILLA LOGRADA POR SAN FERNANDO, REY. 1248  10 – IX – 1948

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Para finalizar, queremos señalar que en el escudo de la ciudad de Santander se alude claramente a la conquista de Sevilla, con el barco embistiendo las cadenas sujetas a la Torre del Oro. En el de Laredo también aparecen tres navíos y la Torre del Oro protegida por las cadenas y en del Avilés se ve el barco con el artilugio adosado a la proa, a punto de embestir las cadenas.

En la Crónica General de Alfonso X se puede leer un poema dedicado a loar la hazaña del marino asturiano Ruy Pérez de Avilés.

 

“Reinando el ínclito rey don Fernando

El Santo, que llamaron en Castilla,

pasó el de Avilés con su nave serrando

la fuerte y gran cadena de Sevilla”

 

Autor: Paco Blanco, Barcelona, noviembre 2018

FERNANDO SÁNCHEZ I, CONDE DE CASTILLA Y REY DE LEÓN. -Por Francisco Blanco-.

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A estas alturas de la Historia, todavía existen discrepancias sobre si Fernando Sánchez I fue el primer monarca de Castilla ó si también lo fue de León, con el título de Fernando I Rey de Castilla y de León.

El ilustre historiador burgalés D. Gonzalo Fernández Díaz es muy rotundo cuando afirma: “Podemos y debemos afirmar con absoluta certeza el hecho de que Fernando nunca fue rey de Castilla, y que ésta nunca cambió su naturaleza de condado subordinado al rey de León, para convertirse en reino a su muerte, ocurrida en el año 1065”.

Sin embargo, otro historiador ilustre, el vallisoletano Julio Valdeón, en el año 2005 afirmaba todo lo contrario: “A partir del año 1037 ya están unidos los reinos de Castilla y de León; Fernando I es rey de Castilla y unos años después se incorpora León, intitulándose rey de Castilla y de León”, en este orden.

Si recurrimos a los datos históricos vemos que Fernando era el segundo de loa hijos del rey de Pamplona Sancho Garcés III el Mayor y de su esposa Muniadona de Castilla, hija del conde de Castilla Sancho García I el de los Buenos Fueros. Había nacido el año 1016, posiblemente en Pamplona, y en el año 1029, como consecuencia de la muerte de su sobrino, el conde García Sánchez, su padre le nombra Conde de Castilla aunque, eso sí, sin prerrogativas de gobierno, cosa que se reservó para él, conservándolas hasta su muerte.

El conde García Sánchez, también conocido como “El último conde”, que había nacido en el año 1009,  se había quedado huérfano siendo todavía un niño, ocupándose de la regencia del condado su tía Doña Urraca, que era además abadesa de Covarrubias; en el año 1028, con 19 años y siendo ya conde efectivo de Castilla, mediante un pacto matrimonial concierta su casamiento con la infanta Sancha, hija del rey Alfonso V de León; a tal efecto, acompañado por un nutrido séquito en el que figuraba su cuñado  el rey Sancho Garcés III de Pamplona, se traslada a León, donde tendría lugar la ceremonia nupcial. Pero el Destino tenía otros designios. Unos días antes de la boda, cuando se encaminaba hacia la iglesia de San Juan Bautista de León para proceder a las presentaciones rituales, fue asaltado y asesinado por una cuadrilla de asesinos que le estaban esperando (1). Sobre la autoría de este magnicidio todavía siguen barajándose diferentes teorías.

Lo que resulta evidente es que el gran beneficiado de este asesinato fue su cuñado, el rey de Pamplona Sancho Garcés III, quien no dudó en autoproclamarse conde de Castilla, alegando sus derechos como esposo de la hermana mayor del conde asesinado, Doña Muniadona de Castilla, aunque en el año 1029 nombró a su hijo Fernando conde de Castilla, mas bien como título honorario, como ya queda dicho.

Fernando I no fue conde efectivo de Castilla hasta la muerte de su padre, ocurrida en el año 1035 en unas circunstancias altamente sospechosas.

Sancho Garcés III, que se denominaba a sí mismo como “Rex Ibéricus”, había sido un rey anexionista que había hecho crecer territorialmente a Navarra incorporándola territorios de Aragón, Guipúzcoa, Vizcaya, Álava, La Rioja, el condado de Castilla entero e incluso parte del reino de León. En su testamento repartió este extenso territorio entre sus hijos de acuerdo con el derecho sucesorio navarro, implantado en el siglo X por Sancho Garcés I: A García, su hijo primogénito, le correspondió el reino patrimonial, que era Pamplona, al que también pertenecían algunas tierras de Aragón, a esto le añadió una buena parte del Condado de Castilla, como La Bureba, los Montes de Oca, Trasmiera y la parte oriental conocida como Castilla Vetula, muy cercana a Cantabria. Su segundo hijo, Fernando, siguió gobernando el Condado de Castilla, que ya le correspondía por herencia de su madre y su sobrino  y que además seguía estando bajo la autoridad del rey de León, pero al que le habían arrebatado los territorios arriba mencionados. Gonzalo, el benjamín, recibió los condados de Sobrarbe y Ribagorza y a Ramiro, un hijo bastardo que había tenido con Sancha Aibar antes de casarse con Muniadona de Castilla, le correspondieron los territorios que poseía en Aragón, llegando posteriormente a convertirse en el rey Ramiro I de Aragón (2). Su única hija, Jimena, estaba casada con el rey Bermudo III de León.

Casi un año después de su toma de posesión efectiva como conde Castilla, el 22 de junio del año 1038, Fernando  es coronado rey en la catedral de León por el obispo Servando, convirtiéndose en Fernando I, rey de León. A partir de esta fecha el título de conde de Castilla dejará de existir, pasando exclusivamente al dominio de la historia.

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Fue el propio rey Sancho Garcés III quien, en el año 1032, concertó la boda de su hijo Fernando con la infanta leonesa Doña Sancha, hija de Alfonso V y hermana de Bernudo III, que reinaba en León y que precisamente estaba casado con su hija Jimena, boda igualmente concertada por él, lo que convertía a Bermudo y Fernando en cuñados por partida doble.

Esta infanta leonesa en el año 1028 había estado a punto de convertirse en condesa consorte de Castilla, cosa que impidió el asesinato de su prometido el joven conde García Sánchez a la entrada de la iglesia de San Juan Bautista de León. Después de ver su boda frustrada, la infanta Doña Sancha estuvo unos años retirada en la abadía asturiana de San Pelayo en Oviedo, en la que ejerció de abadesa aunque conservó su condición seglar. A la muerte de su hermano, el rey Bermudo III, se convirtió en la heredera legítima del trono leonés, aunque el poder efectivo lo cedió a su esposo Fernando, pues, por aquellos, tiempos en León no se reconocía a las mujeres como reinas “de Facto”.  Fue la impulsora, junto con su esposo, de la fundación de la Real Colegiata  de San Isidoro de León, donde está enterrada.

A la muerte del poderoso rey de Pamplona se rompió el precario equilibrio en que se mantenían los reinos cristianos de la península y empezaron a aparecer las discordias familiares, que pronto provocaron la aparición de la violencia entre las familias reinantes.

El primero de estos enfrentamientos lo provocó precisamente el joven y belicoso rey de León Bermudo III, que estaba ansioso por resarcirse de los agravios que había tenido que soportar por parte de su suegro el rey de Pamplona, además de querer recuperar los territorios que éste le había arrebatado entre el Cea y el Pisuerga, y tampoco había digerido muy bien el matrimonio de su hermana la infanta Doña Sancha con el nuevo conde castellano. Para ello planeó una campaña militar contra Castilla, con el objetivo de recuperar los territorios arrebatados. Se puso al frente de su ejército y penetró en tierras castellanas con el objetivo de derrotar a su cuñado Fernando.

El conde castellano, que también aspiraba a hacer más fuerte su condado a base de ampliar su territorio, recuperando sobre todo los que le habían arrebatado, también era consciente de que para enfrentarse a su cuñado el rey leonés, necesitaba algún aliado, por lo que cuando se enteró de que Bermudo avanzaba hacia Castilla al frente de sus tropas, formó una coalición con su hermano el rey de Pamplona García Sánchez III, conocido como el Nájera.

El día 1 de setiembre del año 1037, cerca la localidad burgalesa de Tamarón de Campos, en el valle que se forma a orillas del arroyo de Penillas, se produjo el encuentro entre ambos ejércitos. El castellano-navarro comandado por Fernando I y el  leonés por Bermudo III. El rey leonés, de carácter impulsivo y belicoso, montaba un caballo llamado “Pelayuelo”, joven y fogoso como su dueño. A la vista del ejército castellano, Bermudo no se pudo contener y puso  su caballo a un desenfrenado galope, en busca de su cuñado Fernando. Esto fue su perdición, pues la velocidad de “Pelayuelo” pronto le hizo dejar atrás al grueso de sus tropas que no pudieron seguirle; rápidamente fue rodeado por caballeros castellanos y navarros, que le desmontaron y una vez en el suelo fue lanceado sin compasión, propinándole más de cuarenta lanzazos que lo convirtieron en un mortal guiñapo humano cubierto de sangre.

Aquí se terminó la batalla, pues las tropas leonesas, a la vista de su rey muerto recogieron su cuerpo y emprendieron el regreso a León. Los restos del rey Bermudo III, último rey de origen godo de Asturias y León, recibieron sepultura en la Real Colegiata de San Isidoro de León (3).

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Con esta fácil victoria, que además convertía a su esposa Doña Sancha en la legítima heredera del trono leonés, al conde castellano se le allanó el camino para proclamarse rey de León, siendo ungido como tal el 21 de junio del 1038, después de vencer la oposición de un buen número de caballeros leoneses, contrarios a su coronación.

Pero las rencillas familiares volvieron a tomar cuerpo, esta vez entre los dos reyes hermanos: García Sánchez III de Pamplona y Fernando I de León. Las causas de esta nueva desavenencia hay que volver a buscarlas en las anexiones territoriales hechas por su padre, el rey Sancho Garcés III, de buena parte de los territorios del Condado de Castilla. Las reclamaciones de devolución  realizadas por Fernando no fueron atendidas por García, posiblemente receloso ante el engrandecimiento territorial y el poder que estaba consiguiendo su hermano Fernando, a esto hay que añadir el miedo de ver disminuido el suyo propio.

Con estas posturas contrarias, el enfrentamiento entre hermanos se hizo inevitable y los dos reyes volvieron a coger las armas, en esta ocasión para enfrentarse entre ellos.

Esta vez el choque tuvo lugar el día 1 de setiembre del año 1045, en la burgalesa sierra de Atapuerca, muy próxima a la capital burgalesa, que todavía pertenecía al reino navarro. Fernando iba al frente del ejército castellano-leonés y García mandaba el navarro, en el que, según la “Crónica Silense”, participaban tropas moras, seguramente proporcionadas por su hermano Ramiro. En los “Anales Compostelanos” se puede leer el siguiente relato de la batalla: “En la era MLXXXII, el primer día de setiembre fue matado el rey García, luchando con su hermano el rey Fernando en Atapuerca, por un caballero  suyo llamado Sancho Fortún, a quien había injuriado con su mujer”.

Todo parece indicar que la muerte del rey navarro fue un crimen pasional cometido por el caballero navarro Sancho Fortún, como venganza del adulterio de su esposa Doña Velasquita, que se había convertido en la amante del rey García.

Finalmente, la batalla, que se alargó hasta el anochecer y fue encarnizada, causando numerosas bajas en ambos bandos, se decantó a favor del rey leonés.

Fernando I, muy afectado por el asesinato de su hermano, pues había dado órdenes de respetar su  vida, además de castigar al asesino, renunció al reino navarro y en el mismo campo de batalla proclamó rey de Pamplona a su sobrino Sancho Garcés IV, que apenas contaba quince años. El cuerpo del rey García fue trasladado por sus súbditos a Nájera, donde recibió sepultura en el monasterio de Santa María la Real.

Cabe también señalar que en las filas del rey Fernando luchaban el noble leonés Diego Laínez y su hijo Rodrigo Díaz, que no tardaría en ser conocido como el legendario Cid Campeador.

La batalla de Atapuerca y la total recuperación de los territorios del condado castellano, que aún pertenecían a los navarros, marcaron un antes y un después, tanto en Castilla, que empezó a consolidarse como el más poderoso reino cristiano, como en Navarra, donde dio comienzo una lenta decadencia, tanto territorial como política.

Fernando I firmemente asentado en lo que ya se podría llamar el reino castellano-leonés, pudo dedicar todos sus esfuerzos a consolidar la tranquilidad de sus reinos y dedicarse además a extender sus fronteras hacia el sur, aprovechando al máximo la incipiente desintegración del hasta entonces poderoso califato de Córdoba.

En el año 1055 inició su primera campaña contra el rey de la taifa de Badajoz Muhammad al-Muzaffar, apoderándose de las plazas de Viseo y Lamego en Portugal e imponiéndole su vasallaje y el pago de Importantes “parias”(5) .

Un año más tarde, en  1056, avanzó con su ejército por la calzada romana que unía Osma con Medinacelli, apoderándose entre otras plazas, de San Esteban de Gormaz, Berlanga de Duero y Aguilera, destruyendo a su paso todas las atalayas y torres defensivas que encontró y penetrando en el reino taifa de Zaragoza, conquistando la localidad manchega de Taracena y llegando hasta Medinacelli, en el valle del Jalón. El rey Sulayman al-Muqtdir le rinde vasallaje y se compromete al pago de las correspondientes “parias”.

En el año 1062 emprendió una nueva campaña, esta vez contra el reino taifa de Toledo, arrasando los campos de Alcalá de Henares y Guadalajara y devastando la plaza fuerte de Talamanca, en el curso medio del Jarama. El rey taifa de Toledo Ismail al-Mamun también le rinde vasallaje y paga las correspondiente “parias”.

Finalmente en el mes de julio del año 1064, tras seis largos meses de asedio, se apoderó de la importante plaza fuerte portuguesa de Coimbra, lo que significaba ampliar las fronteras con los reinos musulmanes hasta el río Mondego.

Con estas victoriosas campañas del rey leonés, éste asegura definitivamente las fronteras de Castilla y de León por el sur y por el este, obteniendo además el vasallaje de sus vecinos musulmanes, consiguiendo igualmente grandes beneficios económicos a través del cobro de las “parias”.

A finales del año 1064, el rey Fernando emprendió su última campaña, que dirigió contra Valencia, uno de los reinos de taifas más poderosos que quedaban en la península, donde reinaba Abd al-Malik al-Muzaffata. Sus tropas llegaron sin dificultad hasta las murallas de la ciudad, a la que pusieron cerco a comienzo del año 1065, pero la fortaleza de las murallas y la resistencia de los valencianos le impidieron penetrar en su interior. Mediante una estratagema, Fernando consiguió que las tropas musulmanas salieran a luchar en campo abierto. El encuentro se produjo en Paterna y las tropas castellano-leonesas salieron vencedoras, pero Abd al-Malik al-Muzaffata, que se había quedado en Valencia, recibió los refuerzos de su suegro al Mamum de Toledo, por lo que los vencedores  tampoco pudieron esta vez apoderarse de la ciudad. En esta situación, el rey Fernando se sintió enfermo, por lo que decidió regresar a León con su ejército, donde falleció poco después, el 27 de diciembre del año 1065, un año después de haber emprendido su última campaña militar.

En su testamento, el rey de León cometió el mismo error que su padre, el rey de Pamplona. Sin respetar el derecho de sucesión visigótico, vigente todavía en León, que prohibía la división del reino entre más de un heredero, dividió sus reinos entre sus cinco hijos: A Sancho, el primogénito, le correspondió Castilla; Alfonso recibió el reino de León; a García le tocó Galicia y los territorios de Portugal; a Urraca le correspondió el señorío de Zamora y a Elvira el de Toro. Todos ellos recibieron la herencia a título real, por lo tanto Castilla, como León y Galicia se convirtieron en reinos independientes.

Las“parias” de los respectivos reinos de taifas que le había rendido vasallaje únicamente las repartió entre sus tres hijos varones.

Este reparto no parece que satisfizo las ambiciones de Sancho, nuevo rey de Castilla, ni tampoco las de Alfonso, por lo que las diferencias entre ambos no tardaron en surgir, provocando un nuevo enfrentamiento entre hermanos, en el que todos estuvieron involucrados, ocasionando, además, la muerte de dos de ellos: Sancho y García.

NOTAS

  • Sobre este Crimen de Estado se puede consultar “El Romanz del Infant García”
  • A la muerte de su hermano Gonzalo en el 1045, se anexionó los condados de Sobrarbe y Ribagorza.
  • Tanto en la Crónica Silense, como en la Tudense, se hace referencia a la batalla de Tamarón.
  • En el año 1076 este rey fue asesinado por sus hermanos.
  • Las parias eran un tributo que pagaban unos reyes a otros por su protección y en reconocimiento de superioridad.

Autor Paco Blanco,  Barcelona diciembre del 2017.

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LOS ORÍGENES DE CASTILLA-BARDULIA-MALACORIA-LOS FORAMONTANOS: -Por Francisco Blanco-.

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La invasión de la Península Ibérica por  árabes y bereberes a principios del siglo VIII provocó la rápida desestructuración del reino visigodo, que ya estaba afectado en sus estructuras de gobierno por una fuerte corrupción y el malestar social era latente en el resto de las capas sociales, lo que allanó el camino a los invasores en sus proyectos de conquista. Los primeros focos de reacción contra la rápida expansión musulmana surgieron en el Noroeste peninsular y estaban encabezados por un noble toledano de nombre Don Pelayo, que se convirtió en el primer rey de Asturias hacia el año 730.

Otro foco de resistencia contra los musulmanes se instaló en el ducado de Cantabria, cuya capital era Amaya, y cuyo líder era el duque Pedro de Cantabria, otro noble godo que casó a su hijo, el futuro rey de Asturias Alfonso I el Católico, con Ermesinda, una hija de D. Pelayo, sucediendo en el trono asturiano a su cuñado Fruela, que sólo reinó entre los años 737 y 739, en el que murió despedazado por un oso, según cuenta la “Crónica rótense”.

Alfonso I reinó hasta el año 757, en el que le sucedió su hijo Fruela I. Todavía se sentaron varios monarcas en el inestable trono asturiano, que empezó a consolidarse durante el largo reinado de Alfonso II el Casto (791-842), en el dieron comienzo las primeras repoblaciones de lo que después fue la primitiva Castilla.

Con anterioridad, entre el 741 y el 742, se había producido la retirada de las tropas bereberes, que regresaron a África del Norte, lo que propició la creación de una extensa zona despoblada en la cuenca baja del Duero, conocida como los “Campos Góticos”, que permitió reforzar y fortificar las fronteras cristianas, que lentamente se fueron desplazando hacia el sur. También se produjeron movimientos migratorios por el noroeste, protagonizados por los visigodos que se habían refugiado en Cantabria y también por los excedentes de población que se habían formado en el Ducado de Cantabria y que se vieron obligados a buscarse nuevos asentamientos.

Según los “Anales Castellanos Primeros”: “In era DCCCLII exierunt foras montani de Malacoria et uenerunt ad Castiella”.  

En el año 814 salieron los foramontanos de Malacoria y llegaron a Castilla. Procedían de Mazcuerras, una población cántabra de la comarca Saja-Nansa y llegaron a Brannia Osoria (Brañosera), en la Montaña Palentina, donde se establecieron. En el año 824 el conde Munio Núñez, bisabuelo de Fernán González, y su esposa Argilo, concedieron la “Carta Puebla” de Brañosera, primera Carta de Población que se concedía en España, en la que se reconocía a los nuevos pobladores y se les concedía una serie de ayudas y privilegios. De esta forma nacía el pequeño campesinado libre castellano, embrión de la España posterior, que hizo desaparecer el arcaico sistema aristocrático galaico-leonés característico de los restos de la España visigoda que había iniciado la Reconquista. El papel de la monarquía asturiana se limitó únicamente a tomar posesión del territorio, pero su actividad económica la realizaron los nuevos campesinos llegados del norte, impulsados principalmente por su espíritu colonizador. Para ello realizaron presuras de terrenos, plantaron árboles, construyeron casas, restauraron iglesias y ermitas y recuperaron molinos, con el objetivo de crear una tierra donde vivir en adelante con sus mujeres, sus hijos, sus vecinos, sus ganados y sus enseres. También llegaron gentes del sur, los mozárabes, que aportaron sobre todo elementos culturales. Los jefes de estos nuevos asentamientos eran los llamados “señores solariegos”.

Además de ocupar las estribaciones de los Picos de Europa, los foramontanos se fueron extendiendo y asentando por los valles del norte de Burgos, en las tierras del alto Ebro, que constituían el territorio de la antigua Bardulia, que no tardaría en llamarse Castilla.

“Era toda Castilla sólo una alcaldía,
maguer que era pobre e de poca valía,
nunca de buenos omes fue Castilla vazía …”

La palabra Castilla aparece documentada por primera vez en el año 800, en la carta de fundación del monasterio de San Emeterio y San Celedonio de Taranco de Mena, llevada a cabo por el abad Vítulo y su hermano Ervigio, acompañados de Jaunti, Belastar, Azano, Munio y Lopino, que es el autor de la Carta fundacional, todos ellos familiares hispano-godos que procedían de la Trasmiera cántabra. Este grupo y sus familias llevaron a cabo la repoblación del burgalés Valle de Mena, que limita con las encartaciones vizcaínas y los valles alaveses, además de Cantabria.

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San Emeterio y San Celedonio eran dos jóvenes soldados romanos, martirizados en el siglo III, en Calahorra, por haber abrazado la fe cristiana. Sus restos se encuentran actualmente en la catedral de Santander.

Hasta el siglo VIII el nombre de Bardulia designaba territorios cercanos pero diferentes, Estrabón los sitúa ocupando la actual provincia de Guipúzcoa y parte de las de Álava y Navarra, en vecindad con caristios y valones. Según el historiador romano Idacio, a principios del siglo V Bardulia y las costas cantábricas fueron invadidas y saqueadas por los hérulos, una tribu germánica que el siglo anterior ya había asolado el tambaleante imperio romano, que acabaron invadiendo Galicia y uniéndose con los suevos y los alanos.

Pero a principios del siglo VIII las fronteras várdulas se desplazan hacia el noroeste, concretamente hacia el norte de la actual provincia de Burgos y el sur de Cantabria, las causas de este trascendental movimiento demográfico tal vez se debieron a la ocupación durante el siglo VI por los vascones de las actuales provincias de Vizcaya y Guipúzcoa, quedando independiente el territorio intermedio, correspondiente a la actual provincia de Álava. Esto ocurría durante la decadencia visigoda y poco antes de que árabes y bereberes invadieran la península, cosa que consiguieron gracias a la colaboración del conde godo D. Julián.

Por su parte, el rey asturiano Alfonso I y su hermano Fruela se encargaron de repoblar los territorios más al Este del reino astur, desde Saldaña hasta Amaya, Clunia y Osma, llegando hasta Oca. También, utilizando la calzada romana que unía Zaragoza con Astorga, pasando por La Bureba, hicieron incursiones por tierras de Miranda y La Rioja, aunque más bien fueron expediciones militares de expolio y saqueo.

En el año 759, en tiempos del rey Fruela,  con la sede episcopal de Oca abandonada y el territorio de los Montes de Oca ocupado por los musulmanes, cerca de la localidad burgalesa de Pancorbo la abadesa Nonna Bella funda el Monasterio de San Miguel del Pedroso, uno de los primeros monasterios femeninos que se crearon en España, según se puede leer en su carta fundacional (1):

“En el nombre de su santa e individua Trinidad. Yo, la abdesa Nuñabella propuse y cuidé de ofrecer y recomendar mi cuerpo y alma a este santo monasterio que proporcioné cerca del río Tirón y dispuse que fuese consagrado con las reliquias del Arcángel San Miguel, de los apóstoles San Pedro y San Pablo y de San Prudencio, y mis hermanas y yo prometimos, en presencia del gloriosos rey Fruela y del obispo Valentín en el día octavo antes de las calendas de mayo de la era setecientos noventa y siete, vivir aquí observando la regla”

Está firmado por el presbítero Luponio, pero no se hace referencia a la sede episcopal que ocupa el obispo Valentín, se supone que se refería al obispado de Oca, pero también es posible que se tratase de uno de los acompañantes del rey asturiano. También hay que tener en cuenta que la cercana amenaza musulmana convertían a la mayoría de los nuevos obispos en itinerantes, dado el peligro que suponía el hecho de permanecer mucho tiempo residiendo en su sede episcopal.

Pero en el año 767 el nuevo emir de Córdoba Abd al-Rahman I, fundador de la dinastía de los Omeya, volvió a invadir la zona repoblada, penetrando por La Rioja y la llanura alavesa, hasta casi llegar a la cabecera del Ebro, saqueándolo todo y  apoderándose de los puntos más estratégicos de la ruta, los que fortificó para facilitar nuevas aceifas. Entre ellos se encontraban Pancorbo en Burgos y Briones en La Rioja, ambos muy cercanos a los Montes de Oca. Su hijo y sucesor Hisam I continuó con la misma política agresiva de su padre, ahogando en sangre los intentos repobladores de la zona, emprendiendo una especie de “Guerra Santa” contra sus vecinos cristianos.

En el 804, durante el reinado de Alfonso II, Juan de Valpuesta y un grupo de repobladores fundan, aprovechando los restos de una vieja ermita dedicada a San Cosme y San Damián, el Monasterio de Santa María de Valpuiesta, cuya carta fundacional, conocida como el “Cartulario de Valpuesta” está fechada el 21 de diciembre del año 804, fundándose además el obispado de Valpuesta, cuyo primer titular fue el citado Juan, que según parce contaba con toda la confianza del monarca asturiano. Este grupo realiza presuras en el valle de Valdegobia, entre Burgos y Álava y en el burgalés valle de Losa, tomando posesión de los ríos y puentes que allí encontró, junto con varios molinos, alguna aldea abandonada y algunas ermitas que reconstruyó, fundando en Fresno de Losa la iglesia de San Justo y San Pastor. Todo ello igualmente  sancionado por el propio Alfonso II, aunque algunos historiadores, como el burgalés D. Gonzalo Martínez Díaz, consideran que la documentación en que se basan es apócrifa, por lo que ponen en duda su veracidad histórica, estableciendo la fecha de fundación del monasterio en el año 881, obra del obispo Felmiro.

Fue sin duda en los “scriptorium” de estos monasterios, en los que se redactaban toda clase de documentos relativos a las actas fundacionales, las donaciones, los litigios y las compraventas, donde aparecen las primeras palabras en lengua castellana.

En el año 2015 el Instituto Castellano y Leonés de la Lengua organizó una exposición permanente sobre los orígenes del castellano, que se puede ver en su sede del Palacio de la Isla de Burgos.

NOTAS: 

  • Sacado del libro “Cuna del primer Monasterio de Monjas de Castilla” de D. Ignacio Manso.

Autor Paco Blanco, Barcelona diciembre del 2017

INSTITUTO CARDENAL LOPEZ DE MENDOZA. -Por Francisco Blanco-.

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Este espléndido edificio renacentista, que conserva algunos elementos tardo-góticos, se debe al mecenazgo del cardenal D. Iñigo López de Mendoza, nombrado en el 1528 obispo de Coria y transferido a la sede de Burgos al año siguiente, permaneciendo en ella hasta el año 1535. En el mes de mayo del 1530 fue nombrado Cardenal bajo la advocación de San Nicolás, por el papa Clemente VII. Anteriormente, en mayo del 1516 había sido nombrado, por el papa León X, Abad perpetuo del Monasterio de la Vid, cercano a Peñaranda de Duero, en el que en el año 1522, con la colaboración de su hermano, D. Francisco de Avellaneda y Velasco, III Conde de Miranda, llevaron a cabo unas importantes obras de mejora de dicho Monasterio, en las que intervinieron importantes arquitectos burgaleses, como los hermanos Pedro y Juan Rasines y Juan de Vallejo, artífice también del cimborrio de la catedral de Burgos.

Las obras del Instituto se comenzaron el 1538 y se dieron por finalizadas en el 1579, en ellas intervinieron numerosos arquitectos y canteros de gran renombre, como el ya mencionado Pedro Rasines, Baltasar de Castañeda, Juan del Campo y otros. Su fachada principal es una sólida obra de sillería, cuya piedra caliza procede de las célebres canteras de la cercana Hontoria de la Cantera. La escultura y los escudos que presiden la portada son obra de los escultores Diego Guillén y Antonio de Elejade.

Iñigo había nacido el año 1489 en Aranda de Duero, su padre era D. Pedro de Zúñiga y Avellaneda, II Conde del Castañar y señor de Peñaranda de Duero y otras villas ribereñas y su madre era Doña Catalina de Velasco y Mendoza, hija de los Condestables de Castilla, fundadores de la Casa del Cordón de Burgos y de la Capilla de los Condestables de la catedral burgalesa, donde están enterrados. Su verdadero nombre era, por consiguiente, D. Iñigo de Zúñiga Avellaneda y Velasco, pero cambió sus apellidos para honrar la memoria de su ilustre bisabuelo D. Iñigo López de Mendoza, I Marqués de Santillana. Él y su hermano estudiaron la carrera eclesiástica en Salamanca y estuvieron muchos años en Flandes, al servicio de Doña Juana de Castilla y su hijo, el futuro rey de España y emperador de Alemania D. Carlos I. El 21 de abril del año 1535 otorgó testamento, en el que legaba 15.000 ducados para la construcción del Colegio San Nicolás de Bari, el actual Instituto de Enseñanza Secundaria de la ciudad de Burgos. Murió repentinamente el 10 de junio de ese mismo año en la villa burgalesa de Tordomar. Fue enterrado en el convento ribereño de La Aguilera y posteriormente trasladado al cercano Monasterio de Santa María de la Vid, del que había sido un gran benefactor.

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Tres años después de su muerte, en el 1538, dieron comienzo las obras del Colegio de San Nicolás, impulsadas por su sobrino, el Condestable de Castilla D. Pedro Fernández de Velasco y Tovar, cumpliendo de esta forma con su voluntad testamentaria.

En el segundo cuerpo de su portada, entre dos columnas, se grabó su placa fundacional que dice lo siguiente:

“ESTE COLLEGIO MANDÓ HAZER EN SU TESTAMENTO EL ILLMO. Y REVERENDÍSIMO SEÑOR CARDENAL Y OBISPO DE BURGOS DON ÍÑIGO LÓPEZ HIJO DE LOS CONDE DE MIRANDA DON PEDRO DE ZÚÑIGA Y DE AVELLANEDA Y DOÑA CATALINA DE VELASCO NIETO DE LOS CONDES DE MIRANDA DON DIEGO LÓPEZ DE ZÚÑIGA Y DOÑA ALDONZA DE AVELLANEDA. BISNIETO DE LOS CONDES DE PLASENCIA DON PEDRO DE ZÚÑIGA Y DOÑA YSABEL DE GUZMÁN. FUERON TAMBIÉN SUS ABUELOS EL CONDESTABLE Y CONDE DE HARO DON PEDRO DE VELASCO Y LA CONDESA DOÑA MENCÍA DE MENDOZA SU MUJER. MANDOLO EDIFICAR DON PEDRO DE VELASCO QUARTO CONDESTABLE DE LOS DE SU LINAGE. ACABOSE EL AÑO MDXX[IX]”. 

Además de su espléndida portada renacentista, es de destacar su patio interior, verdadero eje del resto del edificio. Es de forma cuadrada con dos galerías con arcos soportados por pilastras. En su centro se levanta un pozo con brocal; dispone de dos galerías de arcos entrelazados, a las que se acede por una monumental escalera de cuatro tramos, en la primera estaban las sedes de las diferentes cátedras y en la segunda, durante parte del siglo XIX se utilizó como residencia de los estudiantes internos.

A lo largo de su dilatada historia, el Colegio de San Nicolás ha atravesado por diferentes vicisitudes, como su ocupación por las tropas francesas durante la guerra de la Independencia, a las que, finalizada la invasión napoleónica, sustituyeron las tropas españolas. En el año 1845, como consecuencia del Plan Pidal de enseñanza, por el que el Estado asumía el control de la enseñanza, se crearon en España los Institutos de Segunda Enseñanza, asignándose a Burgos el viejo Colegio de San Nicolás, aunque antes hubo que desalojar al Regimiento de Artillería que lo ocupaba, cosa que no se consiguió hasta el 1849, gracias a la tenacidad de su primer Director electo, D. Juan Antonio de la Corte y Ruano-Calderón, Marqués de la Corte, que era catedrático de Geografía e Historia. Cincuenta años más tarde, se instala el Jardín Botánico y se convierte además en la Escuela Normal de Magisterio. También se instaló el Observatorio Meteorológico Provincial, que ha venido funcionando hasta finales del pasado siglo XX. También, como no podía ser de otra manera, por sus cátedras pasaron ilustres profesores, cuya importante labor docente dieron lustre, tanto nacional como internacional, a sus respectivas cátedras. Podemos citar, entre otros muchos a D. Raimundo de Miguel,  catedrático de Latín; D. José Martínez Rives de Historia; sin olvidarnos de D. Eduardo Augusto de Bessón, catedrático de Psicología, que llegó a ser alcalde de Burgos y mandó construir el puente sobre el Arlanzón, que unía el Instituto con el Palacio de Justicia, situado en la otra orilla, aunque lo que realmente se pretendía era facilitar el acceso al Instituto de los estudiantes que vivían en la otra orilla. También, a finales del siglo XIX se creó la Escuela de Agricultura, cuyos alumnos realizaban sus prácticas en el invernadero que se añadió al Jardín Botánico, que acabó convirtiéndose en Cátedra.

Ya en el siglo XX, los profesores D. Mauricio Pérez San Millán y D. José López Zuazo ponen en marcha el Museo de Ciencias Naturales, que recibió numerosas donaciones particulares y se convirtió en el más importante colaborador de la cátedra de Ciencias Naturales. En el 1908, el catedrático de Francés D. Rodrigo Sebastián, junto con el Hispanista y catedrático de Lengua y Literatura españolas de la Universidad de Toulouse D. Ernest Merimée, fundaron los Cursos de Verano para Extranjeros de Burgos, los primeros de este tipo que se celebraban en España, que tuvieron una muy favorable acogida, registrándose una numerosa asistencia de estudiantes y una nutrida presencia de ilustres personajes de la cultura española, como el historiador D. Américo Castro, el arquitecto D. Vicente Lampérez, el profesor y escritor D. Juan Domínguez Berrueta y el profesor e historiador vallisoletano D. Narciso Alonso Cortés. En el 2017, ciento nueve años después, estos cursos se siguen celebrando y cuentan con una asistencia numerosa y entusiasta, constituyendo un extraordinario y ejemplar marco de  convivencia, de amistad, de aprendizaje y de difusión de las culturas española y francesa. Un verdadero acontecimiento cultural para la ciudad de Burgos.

Otros ilustres profesores del siglo XX han sido D.Teófilo López Mata , natural de Villarcayo, que además de catedrático fue director del Instituto, historiador y cronista de la ciudad, cuya historia conocía profundamente, también fue un estudioso de nuestra Guerra Civil y estuvo muy vinculado a la Junta de Ampliación de estudios; D. Tomás Alonso de Armiño, presidente de la Diputación y director del Museo Provincial mientras estuvo instalado en el Instituto; D. Ismael García Rámila, historiador, arqueólogo y bibliófilo burgalés, discípulo de García de Quevedo, profesor de Lengua y Literatura españolas, participando también durante varios años como profesor de los Cursos de Verano para extranjeros; el investigador y humanista burgalés D. Gonzalo Díez de la Lastra, que demostró el nacimiento en la ciudad de Burgos del jurista Fray Francisco de Vitoria, que se atribuían los vitorianos; D. José María Ordoño, profesor de Matemáticas, que también fue alcalde de Burgos. A esta lista se podrían añadir muchos nombres ilustres más, pero la vamos a cerrar aquí, para no hacerla casi interminable.

Igualmente, a lo largo del tiempo se ha ido creando una copiosa e importante biblioteca, que ha ido creciendo a base de los presupuestos del propio Instituto, de donaciones particulares, destacando las del gobierno francés y las del profesor, historiador, cronista y alcalde la ciudad D. Eloy García de Quevedo. También son de destacar las entradas procedentes de otras bibliotecas de Monasterios cerrados o sujetos a amortizaciones del Estado.

Por una Orden Ministerial del año 1957, el viejo Colegio de San Nicolás pasa a llamarse oficialmente “Instituto Cardenal López de Mendoza”. En el 1963 se inaugura un nuevo pabellón, dedicado únicamente a las alumnas de sexo femenino, pero poco más tarde, en el 1967, se inaugura en Burgos el Instituto Diego Porcelos, exclusivamente masculino, por lo que el primero se convierte en Instituto femenino. Precisamente, este segundo Instituto ha celebrado su cincuentenario este año de 2017, con tal motivo han tenido lugar conciertos, conferencias, exposiciones, una comida para el personal docente en un hotel de la ciudad y una comida campestre de hermandad en el Parque de Fuentes Blancas.

También en el 1995 se celebró el sexto centenario de la fundación del Cardenal Mendoza, celebrándose, entre otros actos que estuvieron presididos por el Ministro de Educación, una interesante exposición retrospectiva con abundante material y documentación alusivos a su larga trayectoria histórica.

Poco tiempo después, en el 1996, se pusieron en marcha unas importantes y necesarias obras de reparación del Instituto, en las que se realizaron numerosas mejoras, ampliaciones y cambios estructurales en la distribución y emplazamiento de las diferentes dependencias, concluyéndose las obras en el 1999, justo en los umbrales del siglo XXI.  En la inauguración del remozado Instituto estuvieron presentes relevantes miembros del Ministerio de Educación y Ciencia, acompañados de las autoridades locales y de la directora del centro Doña Pilar Cristóbal Plaza.

En la nueva capilla del centro se pueden ver diferentes placas conmemorativas, en las que se recuerdan los diferentes eventos que ha jalonado su larga trayectoria docente.

Autor Paco Blanco, Barcelona setiembre 2017.

 

PEDRO I «el cruel» -Rey de Castilla-.

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Pedro I de Castilla. (Burgos 1334-Montiel 1369). Fue hijo de Alfonso XI  a quien sucedió en la corona de Castilla desde 1350 hasta su muerte. Fue apodado posteriormente «el cruel» por sus detractores y «el justiciero» por sus partidarios.

Su reinado cuando aún no había cumplido los dieciseis años estuvo constantemente sometido a la debilidad de su reino debido a las facciones que se disputaban el poder y que estaban constituidas por los varios hijos bastardos que había tenido Alfonso XI con Leonor de Guzmán, los infantes aragoneses primos del rey y la reina madre, María de Portugal.

En un comienzo el control de los mandatos reales estuvo en manos de la reina madre y del favorito Alfonso de Alburquerque. Este hizo de su política una aproximación a la alianza con Francia,   y para afianzarla y consolidarla se realizó el matrimonio por interés del propio rey con Blanca de Borbón (1353). Sin embargo el pacto matrimonial fue roto por el propio rey que, una vez celebrado el matrimonio, y dado que ya era amante de María de Padilla, encerró a su reciente esposa en el Alcazar de Toledo lo que provocó la lógica ruptura con Francia, el estallido de una rebelión en Toledo y la caida de Alburquerque.

Estas rebeliones consiguieron aunar en el reino a la nobleza y a las oligarquias municipales, reclamando estas mayor peso en el discurrir habitual del gobierno del reino. Al frente de las rebeliones, y en el antecedente de una guerra civil declarada, se pusieron el propio Alburquerque y don Enrique de Trastamara que sería con el devenir de la historia Enrique II de Castilla, siendo como era uno de los bastardos de Alfonso XI. Pedro I ante estas insurrecciones quedó confinado en Toro, pero, al lograr escapar, recuperó la iniciativa comenzando entonces de facto la guerra civil  que acabaría con su muerte.

Con el proceso de ir recuperando ciudades comenzó también una persecución a los insurrectos que terminó con la ejecución de los mismos. Solo Enrique de Trastamara no fue eliminado al refugiarse en Asturias, lo cual sería clave posteriormente. La guerra civil se extendió a una guerra entre reinos al atacar Pedro I al reino de Aragón gobernado por Pedro IV de Aragón, todo ello en 1356 . Paralelemante, dentro de la guerra de los Cien Años, que enfrentaba a Inglaterra con Francia , los primeros se alinearon con  el rey Pedro, y los segundos con el oculto en Asturias Enrique de Trastamara.

Posteriormente, en 1361, se consiguió la paz de Terrer,  Se llegó a esta paz con la mediación pontificia del cardenal de Bolonia. Aparte de la liberación de los prisioneros y de la devolución de las plazas caídas en manos castellanas, se puso en manos del representante pontificio el contencioso sobre la disputada zona de Alicante y la plaza de Almazán.

Durante la tregua conseguida por la Paz de Terrer (1361), muertas tanto la reina (se sospecha que asesinada por orden del rey) como María de Padilla, don Pedro proclamó herederos suyos a los hijos que había tenido con esta última, a los que declaró descendientes legítimos. La guerra se reavivó en 1362, con suerte favorable para el rey castellano, que llegó a cercar Valencia. En el periodo de tregua murieron tanto la reina (probablemente mandada asesinar por el propio rey), como la amante del rey María de Padilla. El rey declaró descendientes y sucesores a los hijos que había tenido con esta.

Pese a que Pedro I, al comenzar de nuevo la guerra civil, pudo tener ventaja militar llegando a cercar Valencia, esta situación se equilibró con la intervención de Francia que deseaba intervenir y conseguir así poner en la monarquía castellana a un rey partidario de emplear la flota de Castilla en su guerra conta Inglaterra. Los franceses enviaron a suelo peninsular a las Compañías Blancas, cuerpos de mercenarios capitaneados por Bertrand Du Guesclin.

Pedro I, que quería de nuevo tomar la iniciativa, buscó el apoyo del Principe Negro, que gobernaba Aquitania, y que hizo su incursión en la Península con tropas Inglesas derrotando a los franceses en Nájera en 1367. En mitad de una cruel represión que le dio luego apelativo al rey Pedro I, Enrique de Tarstamara consiguió recuperar fuerzas y puso sitio a Toledo en 1368, derrotando después a Pedro I en Montiel en 1369, donde este se refugió en su castillo. Sitiada la fortaleza por su hermanastro, quisó una acuerdo de rendición para lograr la fuga enviando a su fiel caballero Men Rodríguez de Sanabria que entabló trato con Bertrand Du Guesclín capitán de las Compañías Blancas en nombre de Enrique II. El francés llevó a una tienda con ardides al rey Pedro que se encontró allí, frente a frente, a su hermanastro. Comenzó una lucha que dejó alos dos hermanos abrazados en el suelo y, cuando parece que el enfrentamiento individual estaba dominado por el rey Pedro, intervino el francés Duguesclín  pronunciando según cuenta la leyenda la frase muy apropiada para un mercenario «ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor», entonces puso debajo a Pedro I lo que aprovechó el hermanastro para apuñalarlo y darlo muerte.

A partir de ahí comenzó en Castilla el reinado de los Trastamara, que es la línea y el linaje de un personaje clave en la unificación de los reinos peninsulares como fue Fernando el Católico.

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EL MONASTERIO DE SAN PEDRO DE ARLANZA Y FERNÁN GONZÁLEZ. -Por Francisco Blanco-

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“Nunno Belchidez ovo filio a Nuño Rasuera.

Nunno Rasuera ovo filio a Goncalbo Nunnez.

Goncalbo Nunnez ovo filio al comte Fernand Goncalbez.

(del “Liber Regun”, siglo XIII) 

Según los “Anales Castellanos Primeros”, este Nuño Belchides que aparece en la Crónica como bisabuelo de Fernán González, parece que era un caballero teutón, originario de Colonia y descendiente de Carlomagno, que había aparecido por Castilla hacia el año 882, casando con Doña Sula, hija del conde Diego Rodríguez Porcelos, el repoblador, por orden del rey de Asturias, Alfonso III, de los territorios de Burgos y Ubierna. De este matrimonio nació Nuño Rasura, el legendario juez castellano, quien, junto con Laín Calvo, impusieron en Castilla el “Fuero del Albedrío”, dejando sin efecto el vigente “Fuero Visigótico”. Fue, sin duda, el primer y decisivo paso de Castilla hacia su independencia de León. Por cierto que Nuño Rasura era el suegro de Laín Calvo, que se había casado con su hija Teresa Núñez.

Gonzalo Fernández (1) ya era conde de Burgos en el año 899, estableciendo su sede en el fortificado castillo de la Peña de Lara, muy próximo a la frontera establecida por los moros, que habían llegado hasta Carazo, en cuyo castillo se habían hecho fuertes y de donde fueron expulsados por su hijo, el conde Fernán González, después de la batalla de Carazo, según nos cuenta el Poema de Fernán González, escrito por un  monje arlantino en el siglo XIII:

“Entonces era Castilla un pequeño rincón,

Era de castellano Montes de Oca mojón,

E de la otra parte Fitero el fondón,

Moros tenían a Carazo en aquella sazón”

Se había casado con Doña Muniadona, señora de Lara, con la que tuvo dos hijos, Fernán y Ramiro González. Murió en el año 915 siendo conde De Burgos y Castilla, quedando sus dos vástagos, todavía de corta edad, al cuidado de su esposa Muniadona, condesa de Lara, que le sobrevivió hasta el año 935. Según testimonio de fray Prudencio de Sandoval y fray Antonio de Yepes, fue enterrada en el Monasterio de San Pedro de Arlanza, que fundara su hijo Fernán González, conde de Lara, de Álava, de Lantarón, de Cerezo y de Castilla.

Prácticamente desde que era un mozalbete de siete u ocho años, la peripecia vital de Fernán González se ve rodeada de leyenda, y su figura y sus hazañas son cantadas en numerosos Romances y Cantares de Gesta, que han convertido al Buen Conde en una especie de paradigma del perfecto caballero medieval,  adornado con toda clase de virtudes. Son de destacar la “Crónica Rimada” y el “Poema de Fernán González”, escrito en el siglo XIII, muy posiblemente por un monje del mismo Monasterio de San Pedro de Arlanza. Pero también a principios  del siglo XVI, hacia el año 1512, un abad del Monasterio, Fray Gonzalo de Arredondo y Alvarado (2), escribe una encomiástica biografía del Conde, con el título de “Crónica del Conde Fernán González”, en la que se narran las hazañas militares y los hechos milagrosos del “Buen Conde”, incluyendo la fundación del Monasterio de San Pedro de Arlanza, que no duda en señalar como obra del Conde.

Huérfano desde los seis o siete años, si hacemos caso del Poema su educación corre a cargo de un carbonero, que le enseña a cazar y también a utilizar el arco y la daga, mientras que para otros biógrafos, fue un ayo de avanzada edad el que le educó, de nombre Martín González, en un apartado paraje de la sierra de las Mamblas, afirmando además que,  “era ya a essa sazon grand cauallero”.

Su nombramiento como conde de Burgos se produjo cuando tenía diecisiete años. Hasta entonces, la vida del conde había transcurrido entre las sierras de Carazo y de las Mamblas, a cuyos pies discurría el río Arlanza, trazando una pintoresca y caprichosa hoz, en cuyas márgenes crecían las hayas, los robles, las encinas, las sabinas y toda clase de plantas silvestres, formando un verde y tupido bosque, habitado por una variada fauna, entre la que abundaba la caza.

En lo más alto de la sierra de las Mamblas existía una pequeña y  rudimentaria ermita, habitada por  tres monjes eremitas, bajo la dirección del monje Pelayo, o “Pedro el Viejo”, como también se le llamaba, que vivían pobremente como ermitaños, dedicados exclusivamente a la oración y el ayuno, aunque también tenían que vigilar no ser sorprendidos por sus cercanos vecinos, los moros de Carazo.

No era infrecuente, por aquellos tiempos del Medievo y en estas recién pobladas tierras castellanas, de tan acendrada y encendida religiosidad, encontrar numerosos ermitaños o eremitas, solitarios o formando pequeños cenobios, dedicados a este tipo de vida, con el único propósito de santificarse y alcanzar la vida eterna.

Seguramente fue durante alguna de sus numerosas cacerías por aquellas sierras, cuando el joven conde entró en contacto con aquellos monjes, a los que provee de alguna pieza de caza, y con los que no tarda en contraer amistad, especialmente con Pelayo, que le toma bajo su protección y se convierte en su consejero, auspiciándole toda clase de victorias, tanto militares como diplomáticas. El Conde también toma afecto a aquel monje Pelayo y sus dos compañeros, Arsenio y Silvano, a los que no dejará de visitar, e impresionado por tan brillantes augurios, promete solemnemente destinar un quinto de sus ganancias a levantar un nuevo monasterio mucho más grande, capaz para dar cobijo a más de cien monjes. Esta promesa, que desde luego Fernán González cumplió a rajatabla, es el origen de San Pedro de Arlanza, cuyas monumentales ruinas todavía, aunque con el alma embargada por la pena, se pueden admirar, recreando aquellos lejanos tiempos, tan cuajados de historia y de leyenda.

“Quiso Dios al buen Conde esta gracia facer,
Que moros nin cristianos non le podían vencer”

(del Poema de Fernán González)

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El Monasterio benedictino de San Pedro de Arlanza fue uno de los grandes símbolos de la cristiana gesta de la Reconquista, comenzada en las montañas astures y continuada en aquellas tierras de castillos, recién repoblada por los “foramontanos”, que acabó tomando el nombre de Castilla, en la que, junto a los castillos, se empezaron a levantar catedrales, iglesias, monasterios y ermitas, vigilantes testigos del triunfo de la Fe Cristiana sobre la herejía musulmana, del que dieron cumplida fe.

El nuevo monasterio se levantó a orillas del Arlanza, en una de las hoces que traza el río entre Hortigüela y Covarrubias, al pie de la Sierra de las Mamblas, semejante a una gigantesca ballesta, rodeado de hayas, encinas y sabinas.

En el Cartulario del propio Monasterio se encontraron las copias de dos Actas fundacionales, datadas ambas en el año 912, afirmando que la fundación fue obra del conde Fernán González, cosa poco probable, ya que numerosos biógrafos del conde establecen el 910 como la fecha más probable de su nacimiento, lo que nos lleva a pensar que los verdaderos fundadores del monasterio fueron sus padres, D. Gonzalo y Doña Muniadona, entre los años 912 al 915. En consecuencia, es casi seguro que las dos copias citadas sean apócrifas, escritas posteriormente para ligar la figura legendaria del Conde a la fundación del Monasterio.

A partir del siglo XI, las dádivas y donaciones al nuevo monasterio aumentan considerablemente, gracias, especialmente, a la generosidad de Fernando I, rey de León y conde de Castilla, hijo de Doña Muniadona Sánchez, nieta del conde Fernán González, del que era, por lo tanto, descendiente directo.

Era por entonces  García el abad arlantino, quien, al igual que hicieran Domingo en Silos y Sisebuto en Cardeña, dio al monasterio un importante impulso, aumentando el número de monjes, adoptando el rito romano de Cluny y engrandeciendo sus instalaciones.

También por esta época, procedentes de la ermita pre-románica, llegaron al monasterio los sarcófagos con los restos de Fernán González y de su primera esposa Doña Sancha, cumpliéndose así la última voluntad del conde.

En el siglo XII el monasterio siguió gozando del favor real y de la nobleza, recibiendo numerosos privilegios y donaciones, que le permitieron convertirse en un importante complejo monástico, con iglesia abacial, que tenía adosado un claustro procesional por el lado de la Epístola, al que estaban adosadas las dependencias monacales, tal como exigían las reglas de Cluny; por el lado del Evangelio estaba adosada una torre cuadrangular con campanario y una torre fortificada circular.

Todo el conjunto monacal  alcanzó su máximo esplendor durante el reinado de Alfonso VIII. Pero entre finales del siglo XV y principios del XVI, principalmente impulsada por el abad fray Gonzalo de Arredondo, que contaba con el patronazgo de las ilustres familias de los Girón y los Velasco, el complejo monástico sufrió una importante reforma que afectó tanto a la iglesia como al claustro,  construyéndose uno nuevo, de estilo renacentista, en la que intervino la familia de los Colonia, destacados arquitectos y escultores de origen alemán, aposentados en Burgos. Las obras afectaron también a los muros exteriores, que tuvieron que reforzarse con contrafuertes, añadiéndose nuevos pilares para sostener la nueva cubierta, una bóveda estrellada de estilo gótico tardío que, según aseguran algunos expertos, se asimilaba a la de la Cartuja de Miraflores, en las cercanías de Burgos. También se construyó un nuevo coro, se elevó y amplió el ábside de la cabecera y se incrementó la ornamentación, incorporándose los escudos de los Téllez Girón y los Velasco, sobresaliendo el de D. Pedro Girón de Velasco, conde de Haro y de Urueña y señor de Osuna.

También durante el siglo XVII se realizaron algunas reformas de menor importancia, destacando la construcción de la sacristía, adosada al muro norte, por la que se accedía a la Sala Capitular, obra del arquitecto cántabro Pedro Díaz de Palacios, que a su muerte fue enterrado en la nave central del templo.

Pero el periodo de expansión se acaba y comienza una lenta pero inexorable etapa de abandono y decadencia, que culmina en el año 1841 con la exclaustración de la comunidad y la venta del conjunto, que queda abandonado y expuesto al saqueo y al expolio de su contenido: innumerables obras de arte de incalculable valor.

En ese mismo año de 1841 los sarcófagos paleocristianos con los restos del conde Fernán González y su primera esposa doña Sancha, fueron trasladados a la cercana colegiata de San Cosme y San Damián de Covarrubias, siendo colocados en el presbiterio del altar mayor, donde permanecen y se pueden visitar actualmente.

El expolio y la dispersión sufridos por el patrimonio del Monasterio durante los años y los siglos siguientes, ha sido total y descontrolado, yendo a parar los valiosos restos a las manos y los lugares más insospechados: La fachada occidental, incluida la portada principal del siglo XI, fue a parar en 1895 al Museo Arqueológico de Madrid. Las pinturas de la Sala Capitular se pueden admirar actualmente en el Museo de Arte Románico de Cataluña. El sepulcro de Mudarra el Vengador, el hermanastro árabe de los Siete Infantes de Lara, se puede admirar en el claustro alto de la catedral de  Burgos. La legendaria imagen de la “Virgen de las Batallas” (3), una primorosa talla del siglo XIII, de unos 30 cm., tallada en bronce dorado y policromado, con incrustaciones de piedras y esmalte, que estaba colocada en el ábside del lado de la Epístola, en el año 1883 se hizo cargo de ella el arzobispo de Burgos D. Saturnino Fernández de Castro, perdiéndose después su pista, hasta que, ya en pleno siglo XX, apareció en poder de un coleccionista privado de Nueva York. Finalmente, en el año 1997, fue subastada públicamente en la famosa Galería Sotheby’s, siendo adquirida por el Estado español, que se la cedió al Museo del Prado. Actualmente se puede admirar en el Museo de Burgos, que la tiene en calidad de depósito. Todos los pergaminos, cartas, cartularios, manuscritos y documentos generados en el Monasterio, andan totalmente dispersos, en colecciones privadas o en manos particulares, imposibles de identificar ni localizar, al igual que numerosos objetos y reliquias, que se pueden dar por perdidas para siempre…………….¿Las causas, los motivos? El que esto escribe lo desconoce…………. ¿Fueron las sucesivas desamortizaciones de Mendizábal, Espartero y Madoz las únicas causas del monumental derrumbe? ¡Evidentemente, no!.

De la iglesia, de estilo románico con tres naves, levantada con sólidos muros de sillería, quedan en pie los tres ábsides de la cabecera, con columnas rematadas con capiteles decorados con motivos vegetales y zoológicos, que sostenían las bóvedas desaparecidas. En los restos de los muros se pueden apreciar esbeltas columnas pareadas, que se convierten en una sola y que soportaban los arcos de medio punto.

Lo mejor conservado es, sin duda, la torre campanario de planta rectangular con dos cuerpos, el primero con dos arcos ciegos y columnas en las esquinas, en el superior se encuentran los huecos para las campanas, esta torre tiene adosada otra fortificada, de planta circular.

También se pueden contemplar las ruinas del claustro renacentista del siglo XVII, con dos pisos de arcos de medio punto sostenidos por pilastras. En el centro de este claustro se levantaba una artística fuente, que fue trasladada al Paseo de la Isla de Burgos hacia el año 1930.

Detrás de los restos de este claustro renacentista se encuentra la que se conocía como Torre del Tesoro, con dos alturas, la primera, de estilo románico, construida a mediados del siglo XII, era la ya citada Sala Capitular, mientras que  la segunda, del siglo XIII, era una zona de descanso, independiente del monasterio, en la que se albergaban los visitantes ilustres, miembros de la realeza o de la nobleza, con una interesante decoración mural, mediante paneles en  sus cuatro lados, siendo alguno de estos paneles de grandes dimensiones, en los que se representaban figuras de animales característicos del bestiario medieval y también motivos vegetales o geométricos. Todos estos paneles de pinturas fueron arrancados y vendidos durante la segunda década del siglo XX, encontrándose actualmente repartidos entre el “The Cloisters de Nueva York”, el “The Fogg Art Museum” de Harvard y el ya citado Museo Nacional de Arte de Cataluña en Barcelona.

También se conserva la portada de la fachada oriental, con un arquitrabe en el que figura una leyenda con la fecha de su finalización: “AÑO DE SOLIDEO HONOR Y GLORIA, 1643”, encima del cual aparece la figura ecuestre del conde Fernán González, en postura similar a la de Santiago Matamoros. Encima de la estatua se puede ver el escudo del Monasterio.

Estos restos  ruinosos de lo que podría llamarse “la cuna de Castilla”, uno de los cenobios más representativos de la vieja Castilla condal, siguen impasibles, ajenas a la morbosa curiosidad de los visitantes, en un soberbio paraje a orillas del Arlanza, la arteria principal de Castilla, que también sigue impasible su curso para unirse al Pisuerga, ya en tierras palentinas.

NOTAS: 

  • Tanto Menéndez Pidal como Fray Justo Pérez de Urbel admiten que el apellido Núñez es un error del Arlantino, siendo Gonzalo Fernández el verdadero nombre del padre de Fernán González.
  • Fray Gonzalo de Arredondo y Alvarado, además de abad de San Pedro de Arlanza fue cronista de los Reyes Católicos. La obra citada se la dedicó al Emperador Carlos V.
  • Según la leyenda, esta virgen acompañaba al conde en todas sus batallas.

Autor: Paco Blanco, Barcelona, enero 2016

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GAZETA EXTRAORDINARIA DE MADRID DEL VIERNES 18 DE JUNIO DE 1813: NOTICIAS DE LA VOLADURA DEL CASTILLO DE BURGOS Y MARCHA DEFINITIVA DE LOS FRANCESES.

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A partir del nacimiento de la imprenta comienzan a publicarse en toda Europa (el más antiguo es el Opregte Haarlemsche Courant, ahora mismo llamado Haarlems Dagblad fundado en 1656 en Holanda). Normalmente es la iniciativa privada quien funda este tipo de ediciones.

En febrero de 1661 la Gaceta se convierte en el primer periódico de información general que surge en España.

Durante el siglo XVII la imprenta propició el nacimiento de numerosos boletines o gacetas en, prácticamente, toda Europa; estas publicaciones surgirán de manos de la iniciativa privada y con un contenido estrictamente informativo. Esa situación cambia  absolutamente  durante el reinado de Carlos III, quien, en 1762, decide focalizar en la Corona el hecho de imprimir la Gaceta.

El viernes 28 de julio de 1813 se publica este texto en la Gazeta Extraordinaria, relacionado con la ciudad de Burgos.

«El intendente en comisión de esta capital y su provincia acaba de recibir desde Burgos las noticias siguientes, que nos apresuramos a comunicar para satisfacción de este heróico pueblo.

El día 12 del corriente salieron de Burgos todos los ministros del intruso, y el 13, a las cuatro de la mañana, este último.

A las dos horas volaron los enemigos el castillo, empleando al efecto varias minas, en las que se colocaron más de 1200 bombas, que saltando a la vez, causaron un estrépito que se oyó muy claro a 18 leguas, y se esparcieron sus cascos por el pueblo, en cuyas casas provocaron muchos destrozos.Por fortuna ningún habitante pereció, y todo mal ha recaido sobre sus autores, que eran los únicos que al tiempo de la explosión se hallaban en las calles y plazas empleados en el saqueo.

En el fuerte perecieron tres compañías de franceses, excepto 11 hombres que bajaron a la ciudad tostados y miserables. en las calles fueron destrozados muchos hombres y caballos. Estas desgracias estaban preparadas solo para los habitantes de la ciudad; pero la Divina Providencia perimitió sucediesen seis horas antes de lo que ellos se prometían, y recayesen sobre los injustos agresores.

El gozo que han tenido aquellos habitantes de las pérdidas y salidas de estos, solo puede compararse con el que resultaba de ver conservadas sus vidas en medio de tantos peligros, y después de una exclavitud tan larga, y sostenido con el heroismo propio de los habitantes de la capital de Castilla la VIeja. 

El 13 a las 12 del día acabaron de salir de Burgos los enemigos, y a las dos de la tarde comenzaron a entrar tropas nuestras, y algunos empleados.

El 16 o 17 se esperaba en dicha ciudad el cuartel general del cuarto ejército. 

El de los aliados es muy numeroso y sigue al enemigo, y sigue su marcha flanqueando siempre al enemigo.

Anunciamos también que algunas cartas que se han recibido de Murcia  en el correo de hoy aseguran que los enemigos han evacuado a Valencia y Murviedro, cuyos puntos han ocupado nuestras tropas; añadiendo que la expedición que salió de Alicante se ha apoderado de Tarragona y de Coll de Balaguer.»

EN LA IMPRENTA NACIONAL

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BURGOS MONUMENTAL. MONASTERIO DE SANTA MARÍA DE VILEÑA. -Por Francisco Blanco-.

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La vida matrimonial y amorosa del rey Fernando II de León resulta de lo más complicada, aunque, en realidad, gira tan solo alrededor de tres mujeres, sus tres esposas, con la particularidad de que dos de ellas, antes que esposas fueron también sus amantes, teniendo descendencia con las tres.

Fernando II había nacido en Benavente, el año 1137 y fue proclamado rey de León el 1157, a la muerte de su padre, Alfonso VII el Emperador, que fue el primer monarca español de la Casa de Borgoña, correspondiéndole a su hermano Sancho III el reino de Castilla. En el 1158 ambos hermanos, reunidos en el Monasterio de Sahagún, que era el principal foco espiritual del reino leonés, acordaron unirse para luchar juntos contra los musulmanes, repartirse los territorios que les arrebatasen y, en caso de fallecimiento de alguno de los dos, el superviviente heredaría sus reinos. La muerte le sobrevino al rey Sancho en Toledo, el 31 de Agosto del 1158, pocos meses después del tratado de Sahagún, que no llegó a llevarse a efecto, siendo nombrado rey de Castilla su hijo Alfonso VIII, que a la sazón era menor de edad.

Pero volvamos a la vida matrimonial del rey Fernando: en el 1165 contrajo matrimonio con la infanta Doña Urraca de Portugal, hija del rey Alfonso Henriques el Conquistador y de Doña Mafalda de Saboya, de la Casa de Borgoña, emparentada, por tanto, con el rey Alfonso VII el Emperador. De este matrimonio nació un hijo, que acabaría siendo, después de muchas intrigas y dificultades, el rey Alfonso IX de León. Pero este matrimonio no duraría mucho, pues el Papa Alejandro III, en el año 1171, procedió a anular el matrimonio por motivos de cosanguineidad. El rey Fernando, no se sabe si de buen grado u obligado por la bula papal, no le quedó más opción que repudiar a su esposa, pero eso sí, después de concederla varios municipios zamoranos como  compensación. La reina Doña Urraca ingresó en la Orden de San Juan de Jerusalén y se retiró al  Monasterio de Santa María de Wamba, en Valladolid, que pertenecía a la Orden.

El rey Fernando no tardó en encontrar consuelo en una alta dama de la corte leonesa, llamada Doña Teresa Fernández de Traba, viuda del conde Nuño Pérez de Lara, de la burgalesa estirpe de los Lara, con quien había tenido cinco hijos, pasando todos ellos a vivir en el palacio del rey leonés, de quien recibieron numerosas mercedes y propiedades. Las relaciones entre la pareja se legitimaron al contraer matrimonio en el año 1178. De este nuevo matrimonio nacieron dos hijos, el primero fue el infante Fernando de León, que nació en 1178, antes de que sus padres se hubieran casado, y que murió antes de cumplir los siete años. El segundo fue otro varón, que nació muerto y que, además, provocó el fallecimiento de su madre, la reina Teresa, esto ocurría en León, el 6 de febrero del 1180, siendo enterrados ambos en el Panteón de los Reyes de San Isidoro de León.

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Dos años permaneció viudo el rey Fernando. Hacia el año 1182 tomó por amante a Doña Urraca López de Haro, hija del conde D. Lope Díaz I de Haro, llamado El Rubio, señor de Vizcaya, y de la condesa Aldonza. Doña Urraca había estado casada anteriormente con el magnate gallego D. Nuño Meléndez, con quien tuvo una hija, Doña María Núñez.

Este amancebamiento también produjo sus frutos: en 1182 nació García, que solamente vivió dos años; en 1184 llegó Alfonso, que fallecía en 1188 y, por último, en 1186, nacía Sancho Fernández de León, llamado el Cañamero, señor de Monteagudo y Aguilar, que vivió hasta el año 1220.

Poco tiempo después, en mayo de 1187, cuando el fin de sus días estaba muy cercano, posiblemente apremiado por su amante, que conocía la proximidad de su muerte, Fernando II de León contrajo su tercer matrimonio, esta vez con su amante Doña Urraca López de Haro. La nueva reina intentó aprovechar esta circunstancia para  conseguir que el heredero del Reino leonés fuera su hijo Sancho, en detrimento del primogénito Alfonso, habido en el primer matrimonio del rey con Doña Urraca de Portugal. Para ello argumentaba que el nacimiento del infante Alfonso era ilegítimo, ya que el matrimonio de sus padres había sido anulado por el Papa, debido a los lazos de sangre existentes entre ambos. Llegó a conseguir que el rey Fernando desterrase a su hijo primogénito, pero sus propósitos no llegaron a verse hechos realidad, debido a los pocos apoyos  que recibió,  a causa, principalmente, de la corta edad de su hijo Sancho y a la oposición de la familia de la anterior esposa, los Fernández de Traba y los poderosos Lara.

Tal como se temía, el rey Fernando fallecía en Benavente, el 22 de enero de 1188, a los 53 años de edad. Le sucedió su hijo primogénito, Alfonso IX de León.

A raíz de la muerte del rey Fernando II su viuda se trasladó a Castilla, donde reinaba Alfonso VIII, sobrino del fallecido rey leonés, refugiándose en sus propiedades de La Bureba, situadas en  Santa María Ribarredonda y en los montes de Petralata. Con estas tierras, otras que recibió en donación del rey de Castilla, como Vileña, La Vid de Bureba y Villaprovedo, y algunos trueques que realizó con los monjes del cercano Monasterio  de San Salvador de Oña, en el año 1222 Doña Urraca funda el Monasterio de Santa María la Real de Vileña, para monjas cistercienses  sometidas al dominio de la Abadesa del Monasterio de Las Huelgas de Burgos, a quien la fundadora cedió todas sus propiedades.

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La ceremonia de fundación del  Monasterio tuvo lugar el 14 de abril de 1222 y en ella, además de la fundadora, Doña Urraca, estuvieron presentes el obispo D. Mauricio de Burgos y los abades de Oña, Bujedo, Salas, Herrera e Iranzu, quienes proclamaron a Doña Elvira García como primera abadesa.

En este Monasterio tomó Doña Urraca los hábitos, llevando una vida retirada hasta su muerte, ocurrida en el 1230, siendo enterrada en un sepulcro de piedra, que fue colocado en el presbiterio de la iglesia del Monasterio que ella misma había fundado.

El historiador burgalés D. Inocencio Cadiñanos (1) hace de este sepulcro la siguiente descripción: “La figura yacente de la reina es de gran tamaño, tallada en un solo bloque de piedra. Aparece someramente trabajada, vestida de monja, como consta lo que fue en sus últimos años. La cabeza descansa sobre una almohada, encuadrada por figuritas muy mutiladas de ángeles turiferarios. El sonriente rostro ovalado está centrado por la gran toca plisada. Desde la nariz para arriba la cara de Doña Urraca se halla muy estropeada. Las manos, de largos dedos, aparecen cruzadas sobre el vientre, la superior casi desaparecida. Una sencilla túnica de plegados someros y casi paralelos, cubre el resto de su cuerpo. A los pies, los pliegues son numerosos. Una inscripción nos recuerda que allí descansa DOÑA hURRACA hYJA DeL CONDE DON LOPE DÍAZ / MVGER DEL REY DON FERNANDO DE LEON”.

Este monasterio cisterciense femenino, prácticamente se convirtió en un convento familiar, pues en él procesaban, principalmente,  las hijas de las familias que integraban la nobleza comarcal, como los Zuñigas y los Rojas, que acabaron convirtiéndose en sus protectores. Algunos destacados miembros de estas familias, así como varias abadesas, entre ellas Doña Elvira de Rojas Bonifaz, nieta del Almirante de Castilla D. Ramón Bonifaz, eligieron el Monasterio para su último reposo.

Entre los años 1234 y 1246, la abadesa que rigió los destinos del monasterio fue la primera hija de la fundadora, Doña María Núñez, fruto de su primer matrimonio con D. Nuño Menéndez.

En la segunda mitad del siglo XIV, al igual que ocurriera con el de San Salvador, el monasterio no se libró del saqueo de los mercenarios del Príncipe Negro, que incluso llegaron a violar a las religiosas allí acogidas, pero durante los siglos XV, XVI y XVII, el cenobio alcanzó su máximo esplendor, ejerciendo jurisdicción sobra más de una treintena de lugares, casi todos en La Bureba, donde las monjas, que superaban la cincuentena, llegaron a disponer  de más de 3000 fanegas de tierras de cultivo, alcanzando, en el siglo XVIII, unos ingresos superiores a los 37000 reales de vellón.

Durante el siglo XVI se instaló en el Altar Mayor el retablo de la Asunción, obra del escultor burgalés Pedro López de Gámiz, nacido en Barbadillo del Pez, que tenía su taller en Miranda de Ebro. Durante la invasión napoleónica, el monasterio también sufrió el saqueo de los soldados franceses, provocando el comienzo de su decadencia económica, que se vio aumentada con los procesos desamortizadores llevados a cabo por Mendizabal primero, y posteriormente por Madoz. En 1868 el Gobierno revolucionario de Prim clausuró el cenobio, que llevaba varios años subsistiendo a consta de una exigua subvención del Estado, que a veces se retrasaba en llegar. Las religiosas tuvieron que trasladarse a Las Huelgas de Burgos hasta el año 1872, en que se las permitió regresar, pero para estas fechas el patrimonio del Monasterio había sido sometido a un exhaustivo saqueo por parte de particulares y también de Instituciones, dejando a la comunidad de monjas en una desesperada situación económica, que las obligó a malvender lo poco que les habían dejado.

El 21 de mayo de 1970 un terrible incendio destruyó casi por completo el monasterio, obligando  a las monjas a trasladarse a unas dependencias nuevas y muy modestas en la localidad del Villarcayo, donde instalaron un museo con los restos que lograron salvar del incendio, entre los que se encontraba el sepulcro de la fundadora. Este museo se cerró en el año 2008, cuando las tres últimas monjas del nuevo Monasterio lo abandonaron para trasladarse a un pequeño convento en el barrio burgalés de Villimar. Su contenido se encuentra repartido entre el Museo Provincial y el Museo del Retablo de Burgos.

NOTA: 

Para mayor información puede consultarse “El monasterio de Santa María la Real de Vileña, su museo y cartulario” por D. Inocencio Cadiñanos Bardeci. Año 1990.

Autor: Paco Blanco, Barcelona, octubre 2015

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BURGOS MEDIEVAL: FRESDEVAL, RUINAS Y LEYENDA. -Por Francisco Blanco-

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Sin duda, la leyenda constituye el mejor antídoto contra el olvido. ¡Cuántos momentos y personajes de la Historia siguen vivos gracias a la leyenda que han generado!. Fresdelval es uno de ellos: ¿valle de fresnos o valle de freires?. De las dos cosas tuvo, los fresnos aún continúan, impasibles ante el paso del tiempo, proporcionando verdor y frescura a un paraje singularmente atractivo, situado en el camino de Sotragero, a unos cinco kilómetros de la capital burgalesa. Los freires hace tiempo que desaparecieron, aunque durante varios siglos fueron los habitantes del Monasterio de Nuestra Señora de Fresdelval, formando una comunidad de frailes jerónimos, jerárquicamente dependientes del Monasterio de Guadalupe.

Haciendo un poco de historia, en el 1524 lo visitó el emperador Carlos, que pasó una Semana Santa alojado en sus aposentos, quedando tan encantado con el paraje que decidió convertirlo en su retiro cuando abdicase de la corona imperial, que ya le debía pesar lo suyo. Finalmente, sus médicos de cámara desautorizaron la elección, tal vez a causa de los duros inviernos burgaleses, decidiéndose finalmente por el también monasterio jerónimo de Yuste, de clima más benigno, aunque, para entonces, los achaques del emperador eran ya muy numerosos.

Pero retrocedamos un poco en el tiempo y entremos en la leyenda por la puerta de la historia. Parece ser que desde el tiempo de los visigodos, al final del citado valle, sobre un pequeño montículo, existía una pequeña ermita en la que se rendía un fervoroso culto popular a una pequeña, pero artística talla de la Virgen María, hallada por un pastor, a la que acudían numerosos creyentes de los alrededores, de toda clase y condición, para entregarla sus ofrendas y hacerla llegar sus peticiones.

A mediados del siglo XIV tan grande era el culto que se rendía a aquella virgen por los habitantes de la comarca, que el por entonces Adelantado Mayor de Castilla, D. Pedro Manrique de Lara, de la poderosa familia de los Lara, señores de aquellas tierras, tomó a la ermita y a la Virgen bajo su protección. Este D. Pedro Manrique de Lara, también llamado “El Viejo”, estaba casado con Doña Teresa de Cisneros, otra aristocrática castellana, pero de esta unión no hubo descendencia. Si que la tuvo D. Pedro de unos amores ilegítimos que mantuvo con una bella dama mora, durante sus correrías por la taifa de Granada como Adelantado del reino, de los que nació un hijo varón, que a la postre sería su sucesor, D. Gómez Manrique de Lara, pero que fue educado por su madre en la religión islámica. Cuando regresó a Castilla, al lado de su padre, abjuró de las creencias en que le habían educado, recibiendo el bautismo y tomando el nombre de Gómez, convirtiéndose, además, en un fiel devoto de la virgen de Fresdelval, a cuya ermita iba a orar con cierta frecuencia. Casó, posteriormente D. Gómez, con doña Sancha de Rojas, señora de Santa Gadea, dama muy devota, con la que tuvo seis hijas, a la mayor de las cuales llamaron María, precisamente en honor a la Virgen. Siendo María aún muy niña y sin que se puedan sospechar las causas, un mal día la niña se quedó muda, no pudiendo articular palabra alguna; consternados los padres, y sin saber qué hacer, ni qué camino tomar, tomaron el de la ermita de Fresdelval, para pedirle a la virgen que intercediera a favor de la desventurada mudita. Pues bien, no sé si se le puede llamar milagro, pero en cuanto la niña puso sus pies en la ermita, recuperó el habla por completo, poniéndose a alborotar loca de alegría.

Naturalmente, los padres achacaron aquella curación a un milagro de la Virgen. Pero no se acaba aquí la intervención de la Virgen. De regreso D. Gómez a sus campañas contra los moros de Granada, una flecha enemiga, que se dirigía directamente contra su corazón, cambió súbitamente  la mortal trayectoria, yendo a romperse contra una roca cercana. Naturalmente, D. Gómez volvió a atribuir tan milagroso hecho a una nueva intervención de Nuestra Señora de Fresdelval. Desde entonces, en la cabeza del Adelantado fue madurando la idea de erigir un monasterio en su honor, para agradecerle la protección que le venía deparando. De regreso a Castilla, tras consultarlo con su esposa doña Sancha, que se mostró totalmente de acuerdo, decidió convertir la vieja ermita en el Monasterio de Nuestra Señora de Fresdelval. Después de obtener la conformidad del Monasterio de Guadalupe y la licencia del Papa Benedicto XIII, el 25 de marzo del  año 1404, festividad de la Anunciación de Nuestra Señora, se colocaba la primera piedra del nuevo  monasterio jerónimo. Unos años más tarde, en el 1410, se había concluido la construcción de una buena parte del monasterio, concretamente la iglesia y los claustros, en el claustro alto se encontraban las celdas de los frailes y también las cocinas y el refectorio, por lo que  pudieron instalarse los primeros frailes, procedentes de Guadalupe, que abrieron la iglesia al culto, viéndose pronto frecuentada por  numerosos y devotos fieles, que acudían en peregrinaciones y romerías a ponerse bajo la protección de la Virgen de Fresdelval, que había adquirido fama de milagrera.

El fundador, D. Gómez, que había provisto hasta entonces los fondos suficientes para la construcción y el acondicionamiento del templo y sus dependencias, murió en Córdoba, el 3 de junio del año 1411, luchando contra los moros, siendo enterrado en la iglesia del monasterio, tal como había dispuesto en su testamento.

A la muerte del fundador, bajo el patronazgo de su esposa y de sus hijas y nietos, las obras del gótico monasterio, aunque a un ritmo más lento, siguieron su curso, fieles al modelo de los monasterios jerónimos ya existentes en España, como el de San Miguel del Monte, en Miranda de Ebro; el de Santa María de la Sisla, en Toledo; el Real Monasterio de Santa María de Guadalupe, o el de Yuste, donde pasó sus últimos días el Emperador Carlos, ambos en la provincia de Cáceres. En realidad, la Orden de los Jerónimos solamente tuvo implantación en España y Portugal, gozando del favor y la protección de los monarcas de ambos países. El de Fresdelval también gozó del favor de algunos monarcas castellanos de la casa Trastamara, incluyendo el del infante D. Fernando de Antequera, hermano de Enrique III, que acabaría siendo el rey Fernando I de Aragón. Todos ellos fueron grandes protectores de la Orden de los Jerónimos.

Los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, grandes benefactores de la ciudad de Burgos, tan cercana, estuvieron en Fresdelval en al menos dos ocasiones, quedando encantados tanto de la belleza del paraje, como del conjunto arquitectónico del Monasterio.

Se trata de una iglesia de nave única de grandes dimensiones, con testero y trasepto, en cuyos laterales se fueron construyendo capillas funerarias, de carácter privado, como la de San Andrés, en el lado del evangelio o la de San Juan Bautista, del lado de la epístola. En el centro de la nave se encontraban los sepulcros de los fundadores, Don Gómez y Doña Sancha, obra excepcional, realizada en alabastro, que posteriormente se partió en dos mitades que se colocaron a ambos lados de la capilla mayor (1). Es de destacar la Sala Capitular, o capilla de San Jerónimo, con grandes ventanales, construida hacia el año 1432, a la que se accedía por una puerta lateral. La sacristía y el claustro cuadrangular con doble galería, completaban la obra inicial, aunque en el siglo XVI se llevaría a cabo una gran remodelación.

El monumento funerario más importante del Monasterio es, sin duda, el sepulcro del joven Juan de Padilla y Pacheco, doncel de la reina Isabel la Católica, que murió en mayo del año 1491, durante el cerco de Granada. Fue la misma reina, quien al parecer le tenía mucho afecto, pues le llamaba el mi loco”, la que ordenó el traslado de sus restos a Fresdelval, para que allí recibieran sepultura. Este noble castellano pertenecía a la poderosa Casa de Lara por línea directa, hijo de los señores de Santa Gadea, su padre era D. Pedro López de Padilla y su madre Doña Isabel de Pacheco, hija del marqués de Villena. El sepulcro (2), que se encuentra adosado al muro del lado del Evangelio, representa al doncel en actitud orante y ataviado con una rica vestidura; fue encargado por su madre al escultor burgalés Gil de Siloé y guarda cierta similitud con el del infante D. Alfonso, hermano menor de la reina Isabel, que se encuentra en la burgalesa Cartuja de Miraflores, obra, igualmente, del mismo escultor.

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Durante la segunda década del siglo XVI D. García López de Padilla, Clavero y Comendador  Mayor de la Orden de Calatrava, asumió la protección y el mecenazgo del Monasterio de Fresdelval, que habían fundado sus antepasados, comenzando una profunda reestructuración del mismo, cuyas obras se prolongarían durante toda la primera mitad del siglo, que afectaron a todas las capillas, el coro, la portada, el claustro alto y la hospedería, incluso se derribaron cuatro bóvedas, para ser sustituidas por otras de bastante más altura. Dentro de la iglesia se sustituyó el retablo gótico por otro barroco, obra de artistas burgaleses, también se reservó un espacio enrejado para proporcionar una mayor exclusividad a los sepulcros de los fundadores: los Manrique, los Sarmiento y los Padilla. En el exterior, se sustituyó la puerta gótica por otra renacentista, al parecer obra de Felipe de Vigarny, maestro de tallistas de la Catedral de Burgos. La fachada de la hospedería, también conocida como “Casa de Carlos V”, estaba presidida por un monumental escudo de Carlos V, reforzando la teoría de que Fresdelval pudo ser la última morada del César español. Este escudo  todavía se puede contemplar en la actualidad.

  1. García López de Padilla falleció en el mes de setiembre de 1542, pasando la protección de Fresdelval a manos de los Sarmiento, parientes, igualmente, de los fundadores. D. Pedro Sarmiento, nieto de Gómez Manrique, estaba enterrado en la capilla mayor del monasterio. Sus hijos, D. Diego, señor de Ubierna, D. Gaspar y D. Pedro, fueron todos valedores de Fresdelval y fieles servidores del emperador Carlos.

Otros monarcas de la Casa de Austria también visitaron Fresdelval. Felipe II lo hizo en setiembre de 1592, concediendo al valle el privilegio de ser señorío propio. También lo visitaron sus sucesores, Felipe III y Carlos II, a quienes se les concedió el honor de pernoctar en las habitaciones construidas para el emperador Carlos V.

El esplendor de Fresdelval empezó a decaer en los comienzos del siglo XVII, acelerándose a lo largo del XVIII, para acabar desapareciendo durante el XIX, en el que las ruinas, todavía orgullosas y desafiantes, se enseñorearon del valle. Varios fueron los factores que determinaron este irremediable proceso de autodestrucción. Por un parte, la extinción de la línea varonil de la familia de los fundadores dejó el valle y el monasterio sin señor, y en consecuencia sin protector. A este determinante hecho hay que añadir que en el país se desencadenó una dura crisis económica, que dejó vacías las arcas reales. Esta crisis provocó que el patrimonio del Monasterio sufriera un duro revés, como consecuencia de la devaluación de los juros (3), a causa del enorme crecimiento de la deuda pública de la hacienda española, que prácticamente hizo suspensión de pagos.

A principios del XIX otro emperador, esta vez el corso Napoleón Bonaparte, se empeñó en dominar Europa, valiéndose de lo que hiciera falta, incluidas las armas. Naturalmente España entraba en sus planes, por lo que en 1808, después de destronar a los Borbones y nombrar rey de España a su hermano José, envió sus ejércitos a invadir militarmente la Península Ibérica.

La estratégica ciudad de Burgos fue uno de los objetivos personales del Emperador, hacia ella se dirigió en los primeros días de noviembre de 1808, rodeado de su Guardia Imperial y al frente de cinco Cuerpos de Ejército, integrados por 20.000 infantes, 4.000 caballos y una numerosa artillería. En los términos municipales de Gamonal y Villafría, a la entrada de la ciudad, se desplegaron los defensores, que apenas llegaban a 6.000 infantes, 2.500 caballos y cuatro piezas de artillería, mandados por un bisoño general, D. Ramón Patiño, conde de Belveder, más curtido en lides cortesanas que en campañas militares. El desigual choque tuvo lugar durante la madrugada del día 10, quedando desbaratadas, en muy pocas horas, las escasas y mal mandadas fuerzas defensoras, dejando el paso franco a los franceses, que se apoderaron de la ciudad, dando comienzo de inmediato a un rapaz y prolongado saqueo.

El Monasterio de Fresdelval, muy cercano al lugar donde se desarrolló la Batalla de Gamonal, no se salvó del asalto y el pillaje de los soldados franceses. La comunidad jerónima no tuvo otra alternativa que salir huyendo para salvar sus vidas. Regresó en 1814, pero para entonces el monasterio ya se encontraba sin bóvedas y en un estado tan ruinoso, que les obligó a reanudar el culto en la primitiva sacristía. Pero este regreso iba a durar muy poco. Durante el Trienio Constitucional de 1821 a 1823, uno de los gobiernos emite un decreto de desamortización de numerosas propiedades eclesiásticas, que permite su enajenación mediante subasta pública. Fresdelval, incluidos terrenos y monasterio, pasa a ser propiedad de los hermanos Victoriano y Manuel de la Puente, pertenecientes a una conocida familia liberal burgalesa, muy influyente por aquellos años, hasta el punto que ambos hermanos llegaron a ser alcaldes de la ciudad, Victoriano en 1840 y Manuel en 1846.

Pero en 1823, con la ayuda de los “Cien mil hijos de San Luis”, Fernando VII restauró el absolutismo en España, que duraría hasta su muerte en 1833. Este cambio significó la anulación de las ventas de las llamadas “Fincas Nacionales”, y la devolución de los bienes enajenados a sus antiguos propietarios. De esta forma, los frailes jerónimos de Fresdelval pudieron regresar de nuevo a su monasterio, que hallaron en una deplorable situación de ruina, ocasionada por el saqueo y el abandono, que convertían su restauración en una tarea casi imposible. Con estas condiciones, la vida de la comunidad no debió resultar nada fácil hasta que, en el 1836, la desamortización de Mendizábal les obligó a desalojar definitivamente el monasterio. Los pocos objetos de valor que quedaban fueron a parar a las parroquias más próximas o a manos de particulares, mucho menos desinteresadas. La talla de Nuestra Señora de Fresdelval acabó en la  iglesia parroquial de San Salvador, en la cercana localidad de Villatoro.

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A partir de entonces, el uso y destino de las ruinosas dependencias del monasterio, fue de lo más variopinto e insospechado, desde refugio para las numerosas partidas carlistas de la provincia durante la 1ª Guerra Carlista, que se alargó hasta el año 1840, hasta una fábrica de cerveza que instaló D. Dionisio Martín en el año 1860, que no obtuvo demasiado éxito, pues la tuvo que cerrar al poco tiempo. Pero su uso más frecuente fue el de cantera pública de piedra perfectamente labrada, lo que fue acrecentando el aspecto ruinoso del monasterio, hasta conferirle una apariencia verdaderamente fantasmal.

Pero la historia no solo genera ruinas y leyendas, también desata pasiones y ejerce una atracción irresistible sobre toda clase de artistas: Poetas, escritores, escultores, pintores……., que buscan su inspiración removiendo sus entresijos.

El nuevo comprador del monasterio y su entorno resultó ser un pintor, el alicantino Francisco Jover y Casanova (4), discípulo de Madrazo, gran aficionado a la pintura histórica, que durante la segunda mitad del siglo XIX estuvo trabajando en la decoración de las bóvedas de la madrileña Basílica de San Francisco el Grande.

Según nos cuenta María Cruz Ebro en sus “Memorias de una burgalesa”, este pintor se enamoró de Fresdelval, donde pasaba largas temporadas entregado a la restauración del claustro y algunas celdas del derruido monasterio. Su pasión por aquellas ruinas, que tanta historia encerraban, resultó contagiosa, pues pronto, especialmente durante los veranos, Jover se vio acompañado y ayudado por un selecto grupo de amigos, entre los que no faltaban los escultores, ni los pintores. El escultor leridano Antonio Alsina fue uno de los más asiduos, dejando labradas varias gárgolas, entre las que destacan una representando a Mefistófeles y otra a Margarita.

Algunos artistas burgaleses también acudieron al reclamo artístico-cultural del pintor alicantino, coadyuvando a que Fresdelval se convirtiera en un atractivo centro de cultura, en el que tenían lugar largas y agradables veladas. Burgaleses asiduos a estas tertulias fueron, entre otros, el pintor, ilustrador y restaurador Juan Antonio Cortés, muy aficionado también a la fotografía, por lo que plasmó en mil imágenes la belleza decadente de aquellas ruinas y el atractivo paisaje del bosque de fresnos. Otro de los asiduos tertulianos era el también pintor Isidro Gil Gabilondo (5), que también era ilustrador, historiador, escritor y político, muy popular en Burgos por haber diseñado los trajes de los famosos gigantillos. No se puede dejar de mencionar  a otro tertuliano asiduo, el pintor y dibujante Evaristo Barrio (6), poseedor de una excelente voz de barítono, que lucía en las veladas musicales, acompañado al piano por su hija Carolina.

La siguiente propietaria de Fresdelval, a la muerte del pintor Jover, fue la Marquesa de Villanueva y Geltrú, Doña Rafaela de Torrents e Higuero, viuda del acaudalado indiano D. Josep Sarriá Mota, que pasaba allí los veranos, siempre acompañada de un selecto grupo de amigos, entre los que destacaba la presencia del político y escritor catalán Víctor Balaguer, gran admirador del teatro de Zorrilla, que quedó encantado de aquel singular paraje, sobre el que escribió: «Y en verdad que no puede ofrecerse mansión más agradable, ni hospitalidad más atrayente, ni sitio más encantador, ni centro más propio para regocijos de soledad y para deleites de excursión«.

Esta acaudalada marquesa trató de mejorar el aspecto ruinoso del  monasterio, levantando nuevas y espaciosas celdas, que sirvieran de albergue y acomodo para su selecta corte de amigos. También convirtió en capilla pública la restaurada por Jover y quiso crear una biblioteca y un museo, recogiendo, mediante compra, alguno de los valiosos restos dispersos por las iglesias de los pueblos de alrededor, como Villatoro, Pedrosa del Páramo o Valmala. En esta tarea recibió la ayuda de D. Isidro Gil Gabilondo. La labor de la marquesa fue continuada por su hijo, D. Salvador Sarriá y Torrens, I Marqués de Mindanao y los sucesivos marqueses de Mindanao.

Un comerciante de Madrid, D. Deogracias Ortega, compró a principios del pasado siglo gran parte de los terrenos del valle, incluido lo que quedaba de “La Casa de Carlos V”, recuperando su uso residencial. Todo pasó posteriormente a sus hijos y a sus nietos, que los convirtieron en la actual Fresdelval S.L.

Fueron estos los últimos años de esplendor del monasterio, en los que la soledad del valle se vio alterada por sonora actividad humana, contemplada por unas impasibles ruinas, que cada día se vuelven más sobrecogedoras. Ruinas que generaron imperecederas leyendas.

En el año 1931 el gobierno de la 2ª República lo declaró Bien de Interés Cultural, aunque no puede decirse que haya servido para mucho, si acaso para impedir la construcción de 2.171 viviendas, según el Plan Urbanístico del año 2009, que hubiesen acabado definitivamente con el valle. Actualmente existe un nuevo P.G.O.U. que, según parece, va a respetar de nuevo la supervivencia de Fresdelval, su valle de fresnos, sus ruinas, su historia y su leyenda.     

NOTAS

  • Actualmente se encuentran en el Museo Provincial de Burgos
  • Actualmente se encuentra también en el Museo Provincial de Burgos
  • Los Juros eran una especie de Bonos de la Deuda Pública, emitidos por la corona, con unos intereses que oscilaban entre el 15 y el 20%.
  • Francisco Jover y Casanova, (Muro, Alicante, 1836 – Madrid, 1890). Pintor español de temas históricos, que decoró los techos de la Basílica de San Francisco el Grande de Madrid.
  • Isidro Gil Gabilondo había nacido en Azcoitia (Guipúzcoa), el año 1843, pero después de acabar sus estudios de Derecho en la Universidad de Madrid, se afincó en Burgos, convirtiéndose enseguida en un verdadero burgalés de adopción, que pronto consiguió el cariño y la admiración de sus paisanos. En nuestra ciudad no tardó en destacar por su polifacética actividad, tanto en el ámbito de la política municipal, como en el plano artístico-cultural. Desde su actividad en la Academia de Dibujo del Consulado del Mar, de la que fue profesor y director, se le puede considerar como uno de los grandes impulsores de la escuela burgalesa de pintura de los siglos XIX y XX, en la que tantos artistas destacaron. Perteneció también a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y a la Real Academia de la Historia. Como político fue Presidente de la Cámara de Comercio y secretario del Ayuntamiento. Como ilustrador colaboró con gran número de dibujos en la revista “La Ilustración Española y Americana”. También elaboró numerosos carteles de las Fiestas de Burgos y fue uno de los que participó en el diseño de los populares Gigantillos, que se convirtieron en uno de los más queridos emblemas de la ciudad. Murió en Burgos en marzo el año 1917. Su trabajo como ilustrador destacó en numerosas
  • Evaristo Barrio nació en Zaragoza, en el año 1841. Su primera vocación fue la militar, pero su primer destino como Alférez fue Marruecos, donde recibió una herida de bala en su brazo izquierdo, que le hizo desistir de su carrera militar y dedicarse a su gran pasión, la pintura, aunque también tuvo devaneos con la música, pues poseía una bonita voz de barítono. En 1874 ya era Académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, pero su carrera como pintor y dibujante se desarrollo totalmente en la ciudad de Burgos, que acabó siendo su patria de adopción. Como profesor de la Academia de Dibujo del Consulado del Mar, de la que llegó a ser Director, tuvo discípulos de la talla de Marceliano Santa María, Luis Manero o Julio del Val, coincidiendo con la época de su mayor esplendor. Artista polifacético, su ingente obra está muy dispersa y mal catalogada, por lo que tal vez no haya sido valorada suficientemente. Muy aficionado a la pintura histórica, por encargo del Ayuntamiento realizó el cuadro titulado “La primera hazaña del Cid”, fechado en 1891, en la que El Cid presenta a su padre, Diego Laínez, la cabeza del conde Lozano, como venganza a las afrentas recibidas; esta pintura causó gran sensación en el ambiente cultural burgalés. Su faceta como ilustrador, una de las más conocidas, se puede apreciar en numerosas series de libros editados por la editorial burgalesa Santiago Rodríguez, en la actualidad Hijos de Santiago Rodríguez. Fue también un importante cartelista, especialmente para las fiestas mayores de San Pedro y San Pablo de Burgos. En 1904, tras casi 30 años de una intensa actividad al frente de la Academia de Dibujo del Consulado del Mar, abandonó el cargo de Director. También colaboró con su colega D. Isidro Gil en el diseño de los trajes de los populares Gigantillos. Murió en Burgos el año 1924.

Autor: Paco Blanco, Barcelona, setiembre 2015

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LAS LEYES DE BURGOS DE 1512. -Por Francisco Blanco-

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Es casi seguro que Colón, antes de emprender su primer viaje hacia el nuevo mundo, había leído los famosos viajes que el veneciano Marco Polo relata en su “Libro de las cosas maravillosas”, en los que describe las fabulosas riquezas que encontró en Oriente, las maravillas de Catay y el esplendor de la corte del Gran Jan. También es posible que conociera la teoría del cardenal francés Pierre d’Ailly, en la que  afirmaba que la extensión del mar que separaba las costas más occidentales de Europa de las más orientales de Asia podía ser navegada en pocos días, si se hacía con vientos favorables

Lo que sí es cierto que el objetivo del viaje de Colón era montar un próspero tráfico comercial entre los puertos españoles y las ricas ciudades orientales que esperaba encontrar. Cuando desembarcó en la que sería  La Española y se encontró con aquellas tierras prácticamente vírgenes y con unos nativos cuyo aspecto, lengua y forma de vida le eran absolutamente extraños, evidentemente el  Almirante desconocía donde se encontraba. Pero como aquella era una expedición comercial, financiada para obtener rentabilidad, según constaba en Las Capitulaciones de Santa Fe”, e  igualmente, todos los que le habían acompañado  en el viaje esperaban verse recompensados, participando en el reparto de las riquezas encontradas, no tardaría mucho Colón en darse cuenta, en tanto no se pusieran en explotación aquellas tierras, que el negocio estaba en montar un tráfico regular de esclavos con la metrópoli, tal como lo hacían los marinos portugueses con sus colonias africanas.

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De hecho, los indígenas que se trajo en su viaje de regreso fueron vendidos como esclavos en 1495. Una real disposición del 16 de abril del mismo año declaró nula dicha venta, hasta que los reyes fueran aconsejados de “teólogos, letrados y canonistas”.

Puede decirse que con esta disposición se inicia el conflicto jurídico, económico, social y religioso sobre los derechos de los indios americanos y el tratamiento que debían recibir por parte de sus nuevos e inesperados dueños.

Los teólogos se plantearon la cuestión de si aquellas gentes que venían de tan lejanas tierras, tan diferentes desde el punto de vista antropológico, eran capaces de razonar, o eran bárbaros carentes de alma, o bien una especie de híbrido entre hombre y bestia. De su catalogación dependía el que se les pudiera considerar como esclavos o como personas libres.

Los reyes hicieron llegar al Almirante una carta fechada en Medina del Campo, el 22 de julio de 1497, en la que se le autorizaba a repartir tierras entre españoles, con la única condición de que las explotasen durante un periodo mínimo de cuatro años. Naturalmente, para poner en marcha tal medida los nuevos propietarios tuvieron que recurrir a la mano de obra indígena, cosa que hicieron de forma abusiva.

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Pero en 1498, el Almirante, ajeno a estas elucubraciones jurídico-religiosas sobre la naturaleza de los indios, embarcó 300 indígenas rumbo a Sevilla, para que fueran vendidos como esclavos. Este hecho causó la indignación de los reyes, hasta el punto que Doña Isabel exclamó colérica: “¿Qué poder tiene mío el Almirante para dar a nadie mis vasallos?.

En realidad, Colón emprendió su segundo viaje en setiembre de 1493 y tal vez no estaba muy al corriente sobre las bulas promulgadas desde Roma por el papa Alejandro VI, acerca de los derechos sobre las nuevas tierras descubiertas. El se atenía, principalmente, a las citadas Capitulaciones de Santa Fe”, cerradas a tres bandas entre los reyes, el propio Colón y D. Luis de Santángel, judío converso de origen aragonés, secretario y hombre de confianza de Don Fernando, que financiaba con su propio dinero el coste de aquella empresa. En ellas se nombraba a Colón Almirante de Castilla, además de Virrey y Gobernador General de todas las tierras conquistadas, con derecho de sucesión para sus herederos. Como compensación económica recibiría un diezmo del valor de todo lo que hallase. También podía ejercer el derecho de arbitraje en todos los pleitos relacionados con la hacienda de sus subordinados.

No es raro que, con tantos privilegios, el Almirante ambicionara el poder y la riqueza para él y para sus descendientes y, en ocasiones, se excediera en sus funciones. Al final de su vida su espíritu visionario le llevó a la convicción de que el Descubrimiento era una inspiración directa de Nuestro Señor Jesucristo a su persona, dejándolo escrito en su Libro de las Profecías”: “Milagro evidentísimo quiso facer Nuestro Señor en esto del viaje a las Indias por me consolar a mí y a otros con estotro de la Casa Santa”.

En “Las Bulas Alejandrinas” Alejandro VI, de la familia valenciana de los Borja, concedía a los Reyes Católicos el derecho y la autoridad para incorporar  su dominio sobre todos los territorios descubiertos y por descubrir, pero les obligaba a la evangelización de sus habitantes. El arbitrio de Roma zanjaba la cuestión sobre la esclavización de los indios americanos.

El 20 de junio de 1500 los reyes expidieron la “Real Cédula” por la que declaraban libres a los indígenas vendidos en Andalucía, disponiendo también el regreso a sus tierras en la flota de D. Francisco de Bobadilla, a quien habían nombrado  nuevo Gobernador.

A pesar de las buenas intenciones de los reyes y de sus disposiciones, los abusos de todo tipo cometidos por los conquistadores en las llamadas Encomiendas, sobre la población indígena, fueron inevitables y frecuentes.

La Encomienda se basaba en el trabajo personal y forzoso del nativo, sin límite de jornada, ni limitaciones en función de la edad, el sexo o la condición social, ni, por supuesto, percepción de salario alguno. Los encomendaderos eran todos españoles nombrados por el gobernador en nombre de los reyes, que tomaban a su cargo un determinado núcleo de población, a la que podían obligar a trabajar o a tributar. A cambio, estaban obligados a darles instrucción cristiana, alimentarles y protegerles. De toda esta explotación la Corona recibía un impuesto anual por cada indio encomendado.

La evidente incapacidad del Almirante para la gobernación y administración de los territorios conquistados llevó a los monarcas a tomar la decisión de relevarle de sus cargos. Para ello, el 16 de setiembre de 1501 nombraron para sustituirle a D. Nicolás de Ovando, entregándole, junto con su nombramiento, un nuevo plan para la colonización de las Indias, en el que se trataba de conjugar la evangelización de los indios-cosa que se consideraba prioritaria-y la forma en que como personas debían de ser tratados, con su utilización como mano de obra barata para la explotación de las riquezas de aquellas tierras, de cuyo monto la Corona percibía la undécima parte: “…..e porque para coger oro e facer las otras labores que Nos mandamos facer será necesario aprovecharnos del servicio de los indios, compelir que los eis que trabasen en las cosas de Nuestro servicio, pagando a cada uno el salario que xustamente vos pareciere que debieren de aber sygund la calidad de la tierra”.

Este nuevo plan también fracasó. A los indios no les gustaba trabajar ni en las minas ni en el campo. A  pesar del salario, preferían no trabajar sino estaban obligados.

Para remediar este nuevo fracaso se tuvo que recurrir, en el año 1503, a “La Cédula de Medina del Campo”, que restablecía la obligatoriedad del trabajo de los indios. Igualmente, se les obligaba a abrazar la fe cristiana como única verdadera. Naturalmente, dicha cédula constituía una autentica carta blanca para continuar con la explotación abusiva de los encomendaderos sobre los indígenas a su cargo.

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Las primeras denuncias contra los abusos que el sistema de encomiendas provocaba se produjeron con la llegada a La Española, a principios de 1511, de fray Pedro de Córdoba y tres dominicos más. Fray Pedro de Córdoba, en una extensa carta dirigida al rey Fernando, le expone su perplejidad por el mal estado en que se encuentra la isla, así como de los abusos y malos tratos a que están sometidos los indios.

El último domingo de Adviento del mismo año, el dominico fray Antonio de Montesinos, que había llegado con fray Pedro, desde el púlpito de una iglesia de La Española, en presencia del gobernador, los oficiales reales y las principales autoridades de la isla, lanza un terrible anatema contra los encomendaderos españoles, acusándoles de cometer graves pecados contra los indios. Entre éstos  figuraba  fray Bartolomé de las Casas, otro fraile dominico que había llegado en el año 1502, quién poco después se convertiría en acérrimo defensor de los indios.

El sermón, del que se declararon coautores la comunidad de dominicos en pleno, causó un gran impacto en la buena sociedad española de la isla. El propio gobernador, D. Diego Colón, hijo del Almirante, protestó ante el prior de la congregación, fray Pedro de Córdoba, exigiendo una rectificación pública de las acusaciones de Montesinos. Pero en lugar de rectificar, en el sermón del domingo siguiente, con la iglesia abarrotada de fieles esperando una reparación, el mismo predicador, con el mismo tono amenazador, volvió a insistir en el tema de los malos tratos, llegando a amenazar a los encomendaderos con negarles la absolución si persistían en su conducta.

La postura de los dominicos provocó que D. Diego Colón acudiera a la mediación del propio rey. En su respuesta, el monarca, mediante carta fechada el 20 de marzo de 1512, autorizaba al gobernador a imponer a los dominicos el castigo que considerara oportuno, “porque un yerro fuer muy grande”. Es decir, que el rey condenaba la actitud de los dominicos. Incluso el Provincial de los dominicos en España, fray Alonso de Loaysa, recriminó, mediante carta, a sus compañeros de la isla las denuncias que habían lanzado, llegando a amenazarles con su expulsión de la Orden.

Pero los dominicos de La Española no se arredraron ante las amenazas, sino que decidieron enviar al propio Montesinos, en compañía del franciscano fray Alonso del Espinal, para exponer personalmente en la Corte sus argumentos.

Los dos frailes se entrevistaron con el rey Fernando en la ciudad de Burgos, y le transmitieron su exposición sobre lo que verdaderamente estaba ocurriendo en La Española. A raíz de esta entrevista el monarca asumió un criterio reformador, encaminado a modificar y mejorar la situación de los indios, para lo cual decidió convocar una Junta de teólogos y letrados, con el fin de que estudiaran el asunto, emitieran su dictamen y tomaran las medidas necesarias y oportunas.

Dicha Junta se reunió en Burgos, el mismo año de 1512. La presidió el entonces obispo de Palencia, Juan Rodríguez de Fonseca, encargado de los asuntos de Indias. Estuvo integrada por los juriconsultos y teólogos más importantes del reino, entre los que cabe destacar a Juan López de Palacios Rubios, “doctísimo en su facultad de jurista”; los dominicos Tomás Durán, Pedro de Covarrubias, el profesor de Salamanca, Matías de Paz, el gran predicador Bernardo de Mesa, y el predicador real, licenciado Gregorio.

Pronto se pusieron de acuerdo en la necesidad de someter a los indios al dominio de los españoles, aunque no dejaron de surgir posturas contrarias, en especial sobre los medios a utilizar. Para el licenciado Gregorio el indio debía de ser sometido a servidumbre y ser regido “virga férrea”, pues los aborígenes no se diferenciaban apenas de un animal. Fray Bernardo de Mesa, más conciliador, opinaba que los indios eran libres, pero necesitaban la tutela protectora de los españoles. Fray Matías de Paz, por el contrario, defendía la absoluta libertad de los indígenas.

La tesis de Matías de Paz fue defendida y ampliada años después por el jurista burgalés Francisco de Vitoria, que ya estaba trabajando en lo que posteriormente sería su gran obra: “El Derecho de Gentes”.

Después de largas deliberaciones y de escuchar a cuantos testigos quisieron comparecer, los miembros de la Junta decidieron elevar al monarca siete proposiciones de carácter moral, sobre las que se debían asentar las relaciones de los españoles con los indios, a fin de conseguir la evangelización y la civilización de los mismos. Fueron las siguientes:

1ª/ Los indígenas eran libres, y como tal debían ser tratados.

2ª/ Era preciso adoctrinarlos en la religión católica, “Como el Papa manda en su bula” y la Corona de Castilla estaba obligada a hacerlo, poniendo los medios necesarios.

3ª/ Era lícito obligar a los indios a trabajar, siempre que no impidiera el aprendizaje de los principios religiosos y sea “provechoso a ellos y a la república”.

4ª/ Que el trabajo que se les encomendara no fuera excesivo y tuvieran tiempo de descanso.

5ª/ Los indios tenían derecho a poseer casa y hacienda, siendo el tamaño de ésta a criterio de los gobernantes, así como tiempo suficiente para llevarla.

6ª/ Fomentar al máximo la relación de los indios con los españoles, a fin de ser más fácilmente instruidos.

7ª/ Que se pagará el salario correspondiente por su trabajo, pero no en dinero, sino en ropas, utensilios y útiles para sus casas y haciendas.

A partir de estas siete proposiciones se elaboraron las llamadas “Leyes de Burgos”, promulgadas el 27 de diciembre de 1512, conjunto de normas “para el buen regimiento y tratamiento de los indios”, que constituyen el punto de partida de las sucesivas “Leyes Indianas”.

No obstante, estas nuevas ordenanzas no convencieron a fray Pedro de Córdoba y su comunidad de dominicos, por lo que el mismo prior decidió trasladarse a Valladolid, a entrevistarse personalmente con el rey. Después de largas conversaciones, el rey se convenció de la necesidad de efectuar una nueva reforma de las citadas leyes.

Con este objetivo se convocó un nueva Junta, esta vez en Valladolid, presidida de nuevo por el obispo Fonseca, que pronto sería nombrado Obispo de Burgos.

De las deliberaciones de la Junta nacieron las “Leyes de Valladolid”, promulgadas el 28 de Julio de 1513.

NOTA FINAL

El texto de este artículo está basado principalmente en la obra “Leyes de Burgos de 1512 y Leyes de Valladolid de 1513”, editada por: “FUNDACION PARA EL DESARROLLO PROVINCIAL” (Burgos, 1991).

Paco Blanco

La Pobla de Lillet/Barcelona (agosto-noviembre 2009)

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