
Sobre laderas de huertos y viñedos divisará de lejos la airosa y señorial silueta de la villa ducal de Lerma, el viajero que llegue a ella siguiendo el curso del Arlanza, y se verá obligado a ascender por la cuesta que conduce al arco que une los dos cubos fortificados de la antigua Cárcel, para entrar en su singular recinto. Pero el pequeño esfuerzo habrá valido la pena. Si el viajero continúa por la empinada Calle Mayor no tardará en encontrarse admirando su monumental Plaza Mayor, una de las más grandes de España, con casi 7.000 m2. de superficie, más grande incluso que la de Salamanca.
Uno de nuestros más grandes poetas del Siglo de Oro, D. Félix Lope de Vega y Carpio, la cantó en una de sus comedias:
“Quisiera
que tú hubieras visto, Leonarda,
la hermosa plaza de Lerma,
un cuadro como en pintura:
fuertes pilares de piedra,
balcones todos iguales,
ventanaje y vidrieras,
en una dellas el rey
con la hermosísima reina de Francia;”
Fragmento de “La burgalesa de Lerma” (Lope de Vega)
Como en toda la Comarca del Arlanza, en esta villa ya hubo actividad humana desde antes de los romanos, quienes también estuvieron en ella, pero empezó a alcanzar importancia durante la Edad Media, al ser paso obligado del ganado de la Cañada Real, que unía la Sierra de la Demanda con Extremadura. En el siglo X el conde castellano García Fernández, el de las Manos Blancas, la reconoció como cabeza de Alfoz, pero el verdadero esplendor de la villa arranca cuando queda vinculada al señorío de la familia de los Sandoval, emparentada con los Trastamara, asentados en los tronos de Aragón y Castilla. Los Reyes Católicos, entre otras mercedes, les concedieron el marquesado de Denia y el condado de Lerma; además, desde el reinado de Enrique II de Trastamara el de las Mercedes, ostentaban también el título del Adelantamiento de Castilla. Pero el verdadero mercenazgo sobre la villa lo ejerció a partir del siglo XVII D. Francisco de Sandoval y Rojas, VI Marqués de Denia y I Duque de Lerma, título este que le concedió S. M. Don Felipe III, del que fue amigo personal y valido. Su cargo y su amistad con el rey le convirtieron en el hombre más poderoso del reino y también en uno de los más ricos, gracias a una extensa trama especulativa, en la que estaban integrados sus familiares y amigos.

Este acaparamiento de poder y de riqueza fue perseguido y denunciado por un grupo de presión encabezado por la misma reina, doña Margarita de Austria-Estiria, en el que figuraba su propio hijo, D. Cristóbal Gómez de Sandoval Rojas, I Duque de Uceda, título concedido igualmente por Felipe III, que acabó siendo el sucesor de su padre como valido y primer ministro. La conspiración de este grupo, conocida como la “revolución de las llaves”, dio como resultado el descubrimiento de un complejo entramado de corrupción y de las numerosas irregularidades cometidas con el destino de los fondos públicos, que supuso la caída de muchos altos personajes de la Corte, entre ellos el secretario personal del duque, D. Rodrigo Calderón, que fue ajusticiado públicamente en la Plaza Mayor de Madrid el 21 de octubre de 1621.
El propio Duque de Lerma estuvo a punto de caer en manos de la Justicia, cosa que pudo evitar al serle concedido el capelo cardenalicio por el Papa Paulo V, título que le daba impunidad-más o menos como ahora el de Diputado. La estratagema del duque fue cantada en una coplilla popular que decía: “Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España, se viste de colorado”. Apartado de la vida pública, se retiró a sus posesiones de Lerma. El culterano Luís de Góngora escribió en su honor un extenso panegírico, del que extraemos el siguiente fragmento:
«Crece, oh de Lerma tú, oh tú de España
bien nacido esplendor, firme coluna,
que al bien creces común, si no me engaña
el oráculo ya de tu fortuna;
Cloto el vital estambre de luz baña
al que Mercurio le previene cuna,
al santo rey que a tu consejo cano
los años deberá de Octaviano».
La gran influencia que D. Francisco de Sandoval ejerció sobre Felipe III le permitió conseguir que éste ordenara trasladar la Corte de Madrid a Valladolid, ciudad mucho más cercana a su villa favorita, a la que convirtió en una sucursal o Corte de Recreo, que tanto el rey como sus cortesanos visitaron en numerosas ocasiones, teniendo lugar en ella numerosas celebraciones, tanto cortesanas como religiosas, pues tanto Felipe III, al que ya se le conocía por el sobrenombre de el Piadoso, como el propio duque eran personas de acendrada religiosidad, razón por la cual llegó a financiar la construcción de seis conventos en la villa.
La monumental Plaza Mayor lleva, por lo tanto, el sello personal de este mecenas. Al fondo, ocupando casi todo el lado sur, se alza el soberbio Palacio Ducal, construido por el arquitecto Francisco de Mora, discípulo aventajado de Juan de Herrera, el arquitecto que construyó para Felipe II el Monasterio del Escorial. Tal vez en la mente del duque se albergaba la idea de que Lerma emulase el Real Sitio del Escorial. El estilo herreriano de este palacio queda patente en la pureza y sobriedad de sus líneas, destacando las cuatro torres gemelas que lo encuadran. En la actualidad, después de una exhaustiva y fiel restauración, pues muchos años de abandono, dedicado a los más insospechados usos, le habían dejado muy deteriorado, se ha convertido en un lujoso Parador Nacional, en el que el viajero con buena cartera podrá disfrutar cómodamente de los atractivos culturales, artísticos y gastronómicos que esta villa ducal, declarada conjunto histórico-artístico en 1965, le ofrece.

Casi colindante con el palacio, en una plaza anexa, se halla la Colegiata de San Pedro, donde el duque se refugiaba con frecuencia para dedicarse a la oración. En su sobria fachada neoclásica destacan los escudos de los Sandoval y de los Rojas. En su interior destaca el Retablo Mayor, de estilo barroco, sustentado sobre dos columnas salomónicas, en el que sobresalen las estatuas de San Pedro, San Pablo y San Andrés, las tres de grandes dimensiones.
Mirando al altar mayor se encuentra el sepulcro con la estatua orante del Arzobispo de Sevilla D. Gonzalo de Rojas, realizada en bronce dorado por el orfebre leonés Juan de Afre, aunque parece ser que la acabó su yerno, el orfebre burgalés Lesmes Fernández del Moral, del que hay pocas referencias biográficas; se sabe que sus restos se encuentran en la Iglesia Parroquial de Pesquera de Ebro. La existencia de esta magnífica escultura funeraria en la Colegiata se debe a que el Arzobispo D. Gonzalo era también tío carnal de D. Francisco. Igualmente es de destacar un retablo barroco del escultor vallisoletano Juan de Avila. También se conservan dos órganos del siglo XVII, perfectamente restaurados. Durante el Mes Barroco, que cada agosto se celebra en Lerma, se ofrecen con ellos conciertos de música renacentista y barroca.
Cerrando el lado sur e igualmente colindante con el palacio, al que estuvo unido por un voladizo de tres arcos, se encuentra el Convento de San Blas, habitado desde su fundación por monjas dominicas de clausura. Fue construido por el mismo arquitecto que trazó el Palacio Ducal, Francisco de Mora y su esbelta fachada de estilo neoclásico, consta de cuatro partes, rematadas por una espadaña con dos campanas. En el interior de la iglesia se puede admirar un retablo barroco con quince tablas flamencas rodeando la imagen de San Blas. Fue construido por Juan Gómez de Mora, sobrino de Francisco de Mora. El resto del edificio, soportado por dos claustros interiores, pertenece a la clausura, por lo que es inaccesible para el visitante.
En el recinto de la Gran Plaza, como también se la conoce, que llegó a estar totalmente porticada, la Corte de Felipe III celebró grandes festejos; los de 1616, fecha en que se consagró la Colegiata de San Pedro, fueron especialmente sonados, ya que duraron trece días, en los que hubo toda clase de espectáculos, desde representaciones teatrales hasta las célebres corridas del toro enmodorrado. En estas corridas los toros eran rejoneados por nobles a caballo, que, lanza en ristre, los empujaban hasta un callejón que conducía directamente a un precipicio sobre el Arlanza, en el que acababan despeñándose. Estas fiestas se rememoran ahora cada año en la Fiesta Barroca, que tiene lugar durante la primera semana de agosto, declarada de interés turístico. Afortunadamente, el salvaje espectáculo del toro enmodorrado ha sido suprimido.

En la actualidad también se celebran en ella numerosas ferias y mercados, siendo la más importante, por su ámbito nacional, la “Feria de Maquinaria Agrícola”.
Abandonando el recinto de la Plaza por la calle de la Audiencia, el viajero se encontrará con el Convento de Santa Teresa, ocupado por frailes carmelitas hasta en siglo XIX. En la actualidad lo comparten las oficinas del Ayuntamiento y la Oficina de Turismo.
En la plaza de Santa Clara se encuentra el Convento de la Ascensión, o de Santa Clara, para monjas clarisas de clausura. Fue el primer convento que mandó construir el duque, en el año 1604, en honor a su nuera, Doña María de Padilla y Manrique, casada con su hijo Gonzalo. Desde el punto de vista arquitectónico se trata de un edificio muy austero, con nave crucero y cripta, en la que eran enterradas las religiosas que pasaban a mejor vida. Antes de la reja que delimita la zona de clausura, hay cinco lienzos del pintor florentino Bartolomé Carducho, que por entonces era el pintor de cámara de Felipe III, y un retablo con las figuras de San Francisco y su discípula Santa Clara. Este convento estaba conectado por un pasaje con la Colegiata de San Pedro, para que las monjas pudieran pasar sin ser vistas a cumplir con sus obligaciones religiosas. Esta humilde, silenciosa y mística comunidad se mantuvo durante muchos años con el producto de la venta de los deliciosos artículos de repostería que tan primorosamente elaboraban, de los que podía asegurarse que estaban hechos por mano de monja. Estas auténticas “delicatessen” eran vendidas por las legas a la entrada del convento.
Pero, casi puede decirse que milagrosamente, la vida sencilla y contemplativa de estas religiosas sufrió una tremenda conmoción con la llegada, en enero de 1984, de una nueva profesa, la arandina de tan sólo 18 años, María José Berzosa Martínez, más conocida por su nombre religiosos de Sor Verónica. Su impresionante labor, primero como maestra de novicias y después como priora, ha hecho que las vocaciones para ingresar en el convento, sobre todo de jóvenes menores de treinta años, y muchas con titulación universitaria, se hayan disparado de tal forma que este vetusto convento se ha visto incapaz de acogerlas a todas. En el año 2004 el núcleo más importante de estas nuevas religiosas se trasladó, mediante previa cesión de la orden franciscana, al Santuario de San Pedro Regalado, situado en la localidad ribereña de La Aguilera, muy cerca de Aranda de Duero, por la que pasa el río Gromejón, en el que, hace ya tiempo, abundaban los ricos cangrejos; también cuenta con varias bodegas, en las que se elabora un excelente vino con D. O. Ribera del Duero.

En el año 2010, bajo el magisterio y la dirección de la citada Sor Verónica, esta comunidad de monjas clarisas se transformó en una nueva Congregación religiosa bajo el nombre de “Iesu Communio”, cuyo principal objetivo apostólico es la evangelización de los jóvenes, muy en la línea con las “Jornadas Mundiales de la Juventud” (JMJ), que tanto promocionaron los pontífices Juan Pablo II y Benedicto XVI. Naturalmente, para desarrollar esta labor evangelizadora han debido de abandonar la vida de clausura y meterse plenamente en la complicada sociedad que vivimos. En la actualidad, entre los dos conventos suman más de 200 religiosas. Todo un milagro para los tiempos que corren.
En esta misma plaza de Santa Clara se encuentra, desde el año 1968, la tumba de uno de los personajes más legendarios de estas tierras; se trata del cura D. Jerónimo Merino Cob, natural de Villoviado, pequeño pueblo a 7 km de Lerma, que se convirtió en feroz guerrillero, primero para combatir a los franceses y expulsarlos al otro lado de los Pirineos, durante la Guerra de la Independencia, y después, repuesto en el trono el absolutista D. Fernando VII, para ayudar a éste y a los Cien Mil Hijos de San Luís a eliminar a los traidores liberales, que querían restaurar la Constitución de 1812, más conocida como “La Pepa”. Al morir Fernando VII volvió a empuñar las armas, esta vez al servicio de los derechos del pretendiente, su hermano D. Carlos María Isidro. Finalizada la primera guerra carlista, para evitar males mayores tuvo que exilarse a la localidad normanda de Alençon, donde volvió a ponerse la sotana para convertirse en el director espiritual y confesor de un convento de monjas. Genio y figura la de este cura burgalés, que murió en 1844 en la citada ciudad francesa.
En esta misma plaza, desde la artística balconada del “Mirador de los Arcos”, el viajero podrá descansar y deleitarse contemplando la bella panorámica que, a sus pies, le ofrece la rica vega del Arlanza.
Entre convento y convento nos encontramos nuevamente con el Arco de la Cárcel, a la entrada de la Villa, enfrente se alza el último edifico religioso del recinto urbano, se trata del Monasterio de la Madre de Dios, o convento del Carmen, pues lo ocuparon religiosas carmelitas descalzas; es un edificio de una sola nave, con fachada neoclásica. Actualmente se ha convertido en un centro escolar.
Si el viajero vuelve a cruzar el arco, extramuros se encontrará con el convento de San Francisco de los Reyes, fundado por la hermana del duque, doña Leonor de Rojas, aunque su estado actual es de total abandono. Todavía el viajero exigente o curioso podrá visitar la ermita de Nuestra Señora de la Piedad, con una talla verdaderamente conmovedora de dicha Virgen.
El recorrido artístico, histórico y religioso ha concluido, pero Lerma tiene algo más que ofrecer a sus visitantes. Si el viajero deambula a la buena de Dios y sin prisas, por sus calles y plazas, y se mete por sus soportales y bocacalles, de recio estilo castellano, se encontrará con un sin fin de mesones, tabernas, tascas, figones donde obsequiarse con los exquisitos platos, platillos, cazuelas, cazuelitas, tapas y pinchos de todo tipo que en ellos encontrará en abundancia. Los productos del cerdo y el cordero son los más abundantes. Los del cerdo: morcillas, picadillo, chorizo, lomo, morro……..y los del cordero: patitas, mollejas, riñones, criadillas, asadurilla, cabecillas, chuletillas y el nunca bien ponderado cordero lechal al horno. Pero, además, podrá saborear también las ricas truchas del Arlanza, los cangrejos-lamentablemente cada vez más escasos-la cecina, el bacalao, los callos, las setas, el queso……….y, por supuesto, los exquisitos dulces monjiles. Todo ello regado, naturalmente, con el rico vino de la tierra, tinto o clarete, ¡a elegir! Precisamente, a la entrada de la villa, en el edificio que se encuentra entre las dos torres del Arco de la Cárcel, se encuentra la sede de la Denominación de Origen “Vinos de la Ribera del Arlanza”, en franca competencia con sus vecinos de la Ribera del Duero.
El que esta crónica escribe, que no puede ocultar su afición por este sitio y esta comarca; en sus espaciadas visitas ha sido-y lo sigue siendo- cliente entusiasta de su oferta gastronómica. Por añadidura, su afición a meterse entre pucheros y cazuelas de vez en cuando, le ha llevado a elaborar una receta de bacalao, originaria de las antiguas monjas clarisas que, con la ayuda de San Francisco y Santa Clara, naturalmente, suele quedar de relamerse. ¡Vamos, que ni el pil pil de Bilbao!
Recuerdo especial me merece una casa de comidas que actualmente está cogiendo fama a nivel nacional e incluso internacional, que visité por primera vez hace ya más de treinta años; se trata de Casa Antón, situada en una de las bocacalles del lado derecho de la calle Mayor. Es una casona antigua en cuya planta baja funcionaba hace muchos años una tahona con su gran horno de leña, en el que se elaboraba el rico pan blanco, tan característico de estas tierras ribereñas de viñas y cereales. Pero con la aparición de las panificadoras, sus propietarios-una familia de tres hermanos, si no me falla la memoria- dejaron de amasar y cocer pan, para asar, en su lugar, tiernos corderitos lechales de la raza churra. El resto de la casa lo aprovecharon para repartir los comedores por las antiguas habitaciones, un tanto destartaladas. La antigua panadería se convirtió en una casa de comidas, en la que la única especialidad era el cordero asado al horno de leña. No se despreciaban los sabrosos despojos, que se servían como aperitivo. El éxito fue tan rotundo que al poco tiempo, para disfrutar de sus suculentos asados, era necesario reservar mesa con varios días de antelación. Un próspero negocio que ha permitido a una nueva generación familiar de asadores abrir un nuevo local, mucho más amplio, moderno y confortable, a unos pocos metros del primigenio horno de leña. Sitios ribereños como Segovia, Sepúlveda, Avila, Valladolid, Peñafiel, Aranda, Roa……….famosos todos, entre otras cosas, por su lechazo al horno, dejaron un grato recuerdo en la memoria del que esto escribe, también viajero en sus buenos tiempos, pero si le obligaran a elegir, encaminaría sus pasos nuevamente hacia Casa Antón de Lerma.
De nuevo por la ribera del Arlanza prosigue el viajero su camino, sin poder evitar, de vez en cuando, volverse a contemplar, erguida y señorial, la villa ducal de Lerma, que durante unos cuantos años fue la “Corte de Recreo” de los Austrias. El recuerdo de su monumental plaza, su palacio, sus conventos, sus calles, sus plazas, sus gentes, del buen comer y el bien beber, acompañarán al viajero mucho más allá de que su silueta se diluya en el horizonte.
