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RAMÓN BONIFAZ. ALMIRANTE DE CASTILLA. -Por Francisco Blanco-.

“Castilla no tiene mar,

pero tiene un Almirante

que se llama Bonifaz,

que una flota construyó

y Sevilla conquistó”. 

Fernando III fue rey de Castilla desde el año 1217 y de León a partir del año 1230, falleciendo en Sevilla, ciudad que había conquistado y en cuya catedral recibió sepultura, el 30 de mayo de 1252. Fue canonizado por el papa Sixto V en el año 1590.

Entre sus muchos méritos figura el de haber impulsado la marina castellana, para lo cual encargó al burgalés Ramón Bonifaz la construcción de una escuadra naval castellana, compuesta por diez galeras nuevas, cuya misión principal consistiría en vigilar las costas africanas para prevenir posibles incursiones árabes. Creó, además, dos almirantazgos, uno en Sevilla y otro en Burgos, encargados de controlar dicha flota. Su sucesor Alfonso X, fue un gran continuador de su labor, incrementando el poderío de la Marina española, que hasta entonces había estado integrada por naves cántabras y genovesas, que trabajaban a sueldo. Dedicó además un capítulo de sus “Partidas” a la “guerra que se faze por mar”.

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Ramón Bonifaz y Camargo, “rico hombre de Castilla y sabidor de las cosas de la mar”, nació en Burgos en el año 1196, según afirma el Padre Berganza, Fray Francisco de Berganza y Arce, cronista de Burgos y abad del  Monasterio de San Pedro de Cardeña. El mismo Almirante dejó escrito en su testamento su expreso deseo de ser enterrado en la ciudad de Burgos, cosa que se hizo en el antiguo Monasterio de San Francisco. La iniciativa de su fundación, a principios del siglo XIII, partió del mismo San Francisco de Asís, en una visita que hizo a la ciudad de Burgos.

Ramón Bonifaz fue además un importante colaborador en las obras de la construcción del monasterio, financiando la primitiva nave del centro, a cuya entrada hizo poner su escudo de armas, posteriormente, junto con otros altos dignatarios de la ciudad y algunos acaudalados mercaderes, financiaron el levantamiento de hasta veintidós  altares y capillas, que proporcionaron al interior del recinto una gran suntuosidad.

Sobre la gran lápida de piedra de su tumba figuraba la siguiente inscripción:

“Aquí yace el muy noble y esforzado caballero don Ramón Bonifaz, primer almirante de Castilla que ganó Sevilla. Murió el año MCCLVI”

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Lamentablemente de este Monasterio tan sólo quedan algunos restos, descarnados y ruinosos, de lo que fueron sus muros, en los que se puede ver una de sus puertas y un rosetón con la estrella de David.

Su ruina comenzó en el 1808, durante la ocupación francesa, durante la que fue saqueado y utilizado como cuartel, llegando a ser bombardeado desde las laderas del Castillo de Burgos en el 1813, durante el asedio a la ciudad del duque de Wellington, provocando un devastador incendio, que destruyó la bóveda y numerosas capillas con sus  altares y sepulcros, esparciéndose por sus aledaños numerosos restos óseos, reliquias y otros objetos de valor. La demolición final tuvo lugar en el 1836 durante la Desamortización de Mendizábal. En el 1844, aprovechando los restos de sus muros, se acondicionó para albergar el batallón de las Milicias provinciales, destinándose después a diferentes usos, hasta el 1877, en el que fue declarado en ruina.

En el “Libro Armorial” de la Cofradía de Santiago de Burgos, a la que solo podían pertenecer los caballeros, aparece con toda clase de detalles la genealogía del linaje de los Bonifaz y también de los Camargo, incluidos pequeños retratos ecuestres miniados de sus miembros,  con sus armas heráldicas. También cabe la posibilidad de que alguna rama de los Camargo se estableciera en Laredo, dando pie a algunas  teorías que defienden el origen cántabro de los Bonifaz. En Burgos los Bonifaz tenían su residencia en la aristocrática calle de San Lorenzo, en vecindad con otros miembros de la nobleza  local y de acaudalados mercaderes. También  eran  poseedores de una considerable fortuna, y también  tuvieron una casa familiar en Cameno, un pequeño pueblo burebano, situado en el valle burgalés de Oca-Tirón.

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Ramón Bonifaz fue nombrado alcalde de la fortaleza de Burgos en el año 1243, un cargo más de carácter militar que político, cargo que ocupó hasta su regreso a Burgos, unos años después de la conquista de Sevilla, en el 1252, siendo sustituido por su hijo Pedro. De sus datos biográficos, se sabe que estuvo casado en tres ocasiones: con la italiana doña Andrea Grimaldo, doña Luisa de Velasco y doña Teresa Arias, todas igualmente de ilustres familias, de estos matrimonios nacieron seis hijos, cuatro hembras y dos varones. Las hijas parece que tomaron el estado religioso, de los dos hijos, Luis y Pedro, solo se tienen datos biográficos del segundo, Pedro, que sustituyó a su padre a su regreso de Sevilla como alcalde de Burgos, cargo que volvió a ocupar en otras dos ocasiones, en 1263 y 1268, nombrado personalmente por Alfonso X. Al igual que su padre, fue un destacado prohombre de la ciudad de Burgos, dueño de numerosas propiedades y una considerable fortuna.

En el 1245 el rey Fernando III, en una de sus habituales visitas a Burgos, trabó amistad con su alcalde, quedando sorprendido y admirado de los grandes conocimientos de  que hizo gala Ramón Bonifaz sobre la navegación marítima y la guerra en el mar. Hay que tener en cuenta que en Burgos se encontraba por entonces la sede de todos los marineros castellanos que faenaban con sus barcos o como tripulantes por las costas cántabras.

Tal vez como consecuencia de la anterior visita real, a principios del año 1247 el rey encarga a Ramón Bonifaz la creación de una escuadra de guerra, con el fin de dirigirse a las costas sevillanas y ayudar al ejército en la conquista de la ciudad de Sevilla, que ya llevaba meses sitiada, pero en la que no pudo entrar por culpa de sus fuertes defensas marítimas, situadas en el cauce del Guadalquivir.

Esta tarea fue realizada por Ramón Bonifaz con gran eficacia y rapidez, pues la flota de guerra estuvo lista en menos de seis meses. Para ello contó con la colaboración y ayuda de todos los astilleros y atarazanas de la costa cantábrica, en especial de las cuatro villas marineras de San Vicente, Santander, Laredo y Castro Urdiales, de donde también procedía la mayor parte de la tripulación, en la que además figuraban algunos marineros vascos.

La nueva flota, al mando de Ramón Bonifaz, partió rumbo al sur en el mes de noviembre del año 1247, aunque a su paso por Asturias y Galicia se le fueron incorporando nuevos navíos, uno de ellos al mando del marino de Avilés Ruy Pérez de Avilés, que jugaría un importante papel en el desarrollo de las posteriores operaciones militares.

Al llegar la flota a Sanlúcar de Barrameda, en la desembocadura del Guadalquivir, se tuvo que enfrentar a la dura tarea de remontar el río rumbo a Sevilla, hasta llegar al puente de Triana, cosa que no consiguieron hasta bien entrado el año 1248. Pero cuando por fin tuvieron a la vista el puente de Triana, se encontraron con que las dos orillas del Guadalquivir, entre la Torre del Oro y su gemela de Triana, desde donde les hostigaban, estaban defendidas además por una línea de barcas, atadas entre sí fuertemente por gruesas cadenas de hierro.

Ante tan inesperada defensa, Ramón Bonifaz y sus jefes se pusieron a cavilar sobre la mejor manera de acometerla. Una brillante idea del marino asturiano Ruy Pérez de Avilés, les dio la solución. Se trataba de un artilugio de “fierros aserrados” acoplado a la proa del barco, capaz de cortar las dichosas cadenas. Se eligieron las dos naves más grandes de la flota, la “Carceña” y la “Rosa de Castro”, reforzaron las proas con el mayor peso posible y acoplaron a la proa el bélico artilugio. Ramón Bonifaz tuvo la calma necesaria para esperar el  momento oportuno para lanzar el ataque, éste llegó cuando subió la marea y el viento se puso a su favor. Las dos naves iban dirigidas por Ruy Pérez de Avilés y el propio Ramón Bonifaz, ambas se lanzaron contra las cadenas como un pesado ariete, la primera no consiguió romperlas pero la segunda las partió como si fueran de vidrio, dejando expedito el camino para que el resto de la flota entrara en Sevilla y facilitara la entrada de las tropas castellanas que la acosaban, que pudieron penetrar en la ciudad por varios lugares.

Este hecho, que ha pasado a la historia como una hazaña legendaria, ocurría el 3 de mayo del año 1248. La conquista definitiva de Sevilla no se finalizó hasta el 23 de noviembre de ese mismo año. El rey taifa de Sevilla, Axafat, tuvo que entregar la ciudad al rey castellano, quien le puso como única condición que, en un plazo de tiempo razonable,  la ciudad quedase vacía de todos los musulmanes que en ella vivieran, por lo que en los siguientes días la abandonaron más de cien mil musulmanes, camino de otras taifas cercanas y cargados con los escasos enseres que pudieron acarrear. Finalmente, la ciudad quedó en poder de los cristianos el día 22 de diciembre del 1248, precisamente el día en que la cristiandad celebraba la festividad de San Isidoro de Sevilla. A partir de aquí, en Sevilla tuvieron lugar grandes festejos, tanto religiosos como populares, para celebrar tan importante conquista de las tropas cristianas y el avance que esto significaba para la Reconquista. También llegaron las recompensas, pues Ramón Bonifaz y sus hombres, muchos de los cuales se establecieron en Sevilla, fueron premiados con honores y propiedades-.

En el 1250 el Rey Fernando III concede a Ramón Bonifaz el título de Almirante de Castilla, siendo la primera vez que se concedía dicho título en España, definido como “Cabdillo de todos los navíos que sirven para guerrear”, creándose de esta forma la primera Armada Española, a la que su almirante dotó de las correspondientes Ordenanzas Militares, recogidas posteriormente en el “Código de las Siete Partidas”, que redactó Alfonso X.

También recibió el Almirante el encargo real de dragar y limpiar el Guadalquivir, crear un nuevo puerto en Sevilla donde pudieran entrar naves de mayor calado y construir las “Reales Atarazanas”.

Después de finalizar con éxito todas estas importantes empresas, el Almirante Bonifaz regresó a Burgos, su ciudad natal, donde renunció a su cargo del alcalde, dedicándose exclusivamente a sus funciones de Almirante, con jurisdicción sobre todos los asuntos de la mar y administrador de todas las rentas reales de todos los puertos españoles.

Ya durante el reinado de Alfonso X, éste concedió numerosos privilegios a Burgos, extendiéndolos a las villas cántabras y vascongadas que habían participado en la expedición sevillana: “Esta merced les fago por el mucho servicio al Rey don Fernado,mío padre, e a mi, mayormente en la presión de Sevilla”.

En el año 1256, ejerciendo sus funciones de Almirante, falleció en Burgos D. Ramón Bonifaz y Camargo.

En el séptimo centenario de la conquista de Sevilla, en la ciudad de Burgos tuvo lugar un acto de homenaje a la figura del Almirante Bonifaz, en la que se descubrió una lápida en la entrada de la Torre de Santa María, en la que está grabada a siguiente inscripción:

 

A RAMÓN BONIFAZ «UN HOME DE BURGOS” Y ALCALDE DE LA CIUDAD, LE DESCUBRE LA GLORIA DE VIRILES PROEZAS, AL FRENTE DE LOS MARINOS DEL MAR CÁNTABRO EN LA CONQUISTA DE SEVILLA LOGRADA POR SAN FERNANDO, REY. 1248  10 – IX – 1948

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Para finalizar, queremos señalar que en el escudo de la ciudad de Santander se alude claramente a la conquista de Sevilla, con el barco embistiendo las cadenas sujetas a la Torre del Oro. En el de Laredo también aparecen tres navíos y la Torre del Oro protegida por las cadenas y en del Avilés se ve el barco con el artilugio adosado a la proa, a punto de embestir las cadenas.

En la Crónica General de Alfonso X se puede leer un poema dedicado a loar la hazaña del marino asturiano Ruy Pérez de Avilés.

 

“Reinando el ínclito rey don Fernando

El Santo, que llamaron en Castilla,

pasó el de Avilés con su nave serrando

la fuerte y gran cadena de Sevilla”

 

Autor: Paco Blanco, Barcelona, noviembre 2018

INSTITUTO CARDENAL LOPEZ DE MENDOZA. -Por Francisco Blanco-.

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Este espléndido edificio renacentista, que conserva algunos elementos tardo-góticos, se debe al mecenazgo del cardenal D. Iñigo López de Mendoza, nombrado en el 1528 obispo de Coria y transferido a la sede de Burgos al año siguiente, permaneciendo en ella hasta el año 1535. En el mes de mayo del 1530 fue nombrado Cardenal bajo la advocación de San Nicolás, por el papa Clemente VII. Anteriormente, en mayo del 1516 había sido nombrado, por el papa León X, Abad perpetuo del Monasterio de la Vid, cercano a Peñaranda de Duero, en el que en el año 1522, con la colaboración de su hermano, D. Francisco de Avellaneda y Velasco, III Conde de Miranda, llevaron a cabo unas importantes obras de mejora de dicho Monasterio, en las que intervinieron importantes arquitectos burgaleses, como los hermanos Pedro y Juan Rasines y Juan de Vallejo, artífice también del cimborrio de la catedral de Burgos.

Las obras del Instituto se comenzaron el 1538 y se dieron por finalizadas en el 1579, en ellas intervinieron numerosos arquitectos y canteros de gran renombre, como el ya mencionado Pedro Rasines, Baltasar de Castañeda, Juan del Campo y otros. Su fachada principal es una sólida obra de sillería, cuya piedra caliza procede de las célebres canteras de la cercana Hontoria de la Cantera. La escultura y los escudos que presiden la portada son obra de los escultores Diego Guillén y Antonio de Elejade.

Iñigo había nacido el año 1489 en Aranda de Duero, su padre era D. Pedro de Zúñiga y Avellaneda, II Conde del Castañar y señor de Peñaranda de Duero y otras villas ribereñas y su madre era Doña Catalina de Velasco y Mendoza, hija de los Condestables de Castilla, fundadores de la Casa del Cordón de Burgos y de la Capilla de los Condestables de la catedral burgalesa, donde están enterrados. Su verdadero nombre era, por consiguiente, D. Iñigo de Zúñiga Avellaneda y Velasco, pero cambió sus apellidos para honrar la memoria de su ilustre bisabuelo D. Iñigo López de Mendoza, I Marqués de Santillana. Él y su hermano estudiaron la carrera eclesiástica en Salamanca y estuvieron muchos años en Flandes, al servicio de Doña Juana de Castilla y su hijo, el futuro rey de España y emperador de Alemania D. Carlos I. El 21 de abril del año 1535 otorgó testamento, en el que legaba 15.000 ducados para la construcción del Colegio San Nicolás de Bari, el actual Instituto de Enseñanza Secundaria de la ciudad de Burgos. Murió repentinamente el 10 de junio de ese mismo año en la villa burgalesa de Tordomar. Fue enterrado en el convento ribereño de La Aguilera y posteriormente trasladado al cercano Monasterio de Santa María de la Vid, del que había sido un gran benefactor.

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Tres años después de su muerte, en el 1538, dieron comienzo las obras del Colegio de San Nicolás, impulsadas por su sobrino, el Condestable de Castilla D. Pedro Fernández de Velasco y Tovar, cumpliendo de esta forma con su voluntad testamentaria.

En el segundo cuerpo de su portada, entre dos columnas, se grabó su placa fundacional que dice lo siguiente:

“ESTE COLLEGIO MANDÓ HAZER EN SU TESTAMENTO EL ILLMO. Y REVERENDÍSIMO SEÑOR CARDENAL Y OBISPO DE BURGOS DON ÍÑIGO LÓPEZ HIJO DE LOS CONDE DE MIRANDA DON PEDRO DE ZÚÑIGA Y DE AVELLANEDA Y DOÑA CATALINA DE VELASCO NIETO DE LOS CONDES DE MIRANDA DON DIEGO LÓPEZ DE ZÚÑIGA Y DOÑA ALDONZA DE AVELLANEDA. BISNIETO DE LOS CONDES DE PLASENCIA DON PEDRO DE ZÚÑIGA Y DOÑA YSABEL DE GUZMÁN. FUERON TAMBIÉN SUS ABUELOS EL CONDESTABLE Y CONDE DE HARO DON PEDRO DE VELASCO Y LA CONDESA DOÑA MENCÍA DE MENDOZA SU MUJER. MANDOLO EDIFICAR DON PEDRO DE VELASCO QUARTO CONDESTABLE DE LOS DE SU LINAGE. ACABOSE EL AÑO MDXX[IX]”. 

Además de su espléndida portada renacentista, es de destacar su patio interior, verdadero eje del resto del edificio. Es de forma cuadrada con dos galerías con arcos soportados por pilastras. En su centro se levanta un pozo con brocal; dispone de dos galerías de arcos entrelazados, a las que se acede por una monumental escalera de cuatro tramos, en la primera estaban las sedes de las diferentes cátedras y en la segunda, durante parte del siglo XIX se utilizó como residencia de los estudiantes internos.

A lo largo de su dilatada historia, el Colegio de San Nicolás ha atravesado por diferentes vicisitudes, como su ocupación por las tropas francesas durante la guerra de la Independencia, a las que, finalizada la invasión napoleónica, sustituyeron las tropas españolas. En el año 1845, como consecuencia del Plan Pidal de enseñanza, por el que el Estado asumía el control de la enseñanza, se crearon en España los Institutos de Segunda Enseñanza, asignándose a Burgos el viejo Colegio de San Nicolás, aunque antes hubo que desalojar al Regimiento de Artillería que lo ocupaba, cosa que no se consiguió hasta el 1849, gracias a la tenacidad de su primer Director electo, D. Juan Antonio de la Corte y Ruano-Calderón, Marqués de la Corte, que era catedrático de Geografía e Historia. Cincuenta años más tarde, se instala el Jardín Botánico y se convierte además en la Escuela Normal de Magisterio. También se instaló el Observatorio Meteorológico Provincial, que ha venido funcionando hasta finales del pasado siglo XX. También, como no podía ser de otra manera, por sus cátedras pasaron ilustres profesores, cuya importante labor docente dieron lustre, tanto nacional como internacional, a sus respectivas cátedras. Podemos citar, entre otros muchos a D. Raimundo de Miguel,  catedrático de Latín; D. José Martínez Rives de Historia; sin olvidarnos de D. Eduardo Augusto de Bessón, catedrático de Psicología, que llegó a ser alcalde de Burgos y mandó construir el puente sobre el Arlanzón, que unía el Instituto con el Palacio de Justicia, situado en la otra orilla, aunque lo que realmente se pretendía era facilitar el acceso al Instituto de los estudiantes que vivían en la otra orilla. También, a finales del siglo XIX se creó la Escuela de Agricultura, cuyos alumnos realizaban sus prácticas en el invernadero que se añadió al Jardín Botánico, que acabó convirtiéndose en Cátedra.

Ya en el siglo XX, los profesores D. Mauricio Pérez San Millán y D. José López Zuazo ponen en marcha el Museo de Ciencias Naturales, que recibió numerosas donaciones particulares y se convirtió en el más importante colaborador de la cátedra de Ciencias Naturales. En el 1908, el catedrático de Francés D. Rodrigo Sebastián, junto con el Hispanista y catedrático de Lengua y Literatura españolas de la Universidad de Toulouse D. Ernest Merimée, fundaron los Cursos de Verano para Extranjeros de Burgos, los primeros de este tipo que se celebraban en España, que tuvieron una muy favorable acogida, registrándose una numerosa asistencia de estudiantes y una nutrida presencia de ilustres personajes de la cultura española, como el historiador D. Américo Castro, el arquitecto D. Vicente Lampérez, el profesor y escritor D. Juan Domínguez Berrueta y el profesor e historiador vallisoletano D. Narciso Alonso Cortés. En el 2017, ciento nueve años después, estos cursos se siguen celebrando y cuentan con una asistencia numerosa y entusiasta, constituyendo un extraordinario y ejemplar marco de  convivencia, de amistad, de aprendizaje y de difusión de las culturas española y francesa. Un verdadero acontecimiento cultural para la ciudad de Burgos.

Otros ilustres profesores del siglo XX han sido D.Teófilo López Mata , natural de Villarcayo, que además de catedrático fue director del Instituto, historiador y cronista de la ciudad, cuya historia conocía profundamente, también fue un estudioso de nuestra Guerra Civil y estuvo muy vinculado a la Junta de Ampliación de estudios; D. Tomás Alonso de Armiño, presidente de la Diputación y director del Museo Provincial mientras estuvo instalado en el Instituto; D. Ismael García Rámila, historiador, arqueólogo y bibliófilo burgalés, discípulo de García de Quevedo, profesor de Lengua y Literatura españolas, participando también durante varios años como profesor de los Cursos de Verano para extranjeros; el investigador y humanista burgalés D. Gonzalo Díez de la Lastra, que demostró el nacimiento en la ciudad de Burgos del jurista Fray Francisco de Vitoria, que se atribuían los vitorianos; D. José María Ordoño, profesor de Matemáticas, que también fue alcalde de Burgos. A esta lista se podrían añadir muchos nombres ilustres más, pero la vamos a cerrar aquí, para no hacerla casi interminable.

Igualmente, a lo largo del tiempo se ha ido creando una copiosa e importante biblioteca, que ha ido creciendo a base de los presupuestos del propio Instituto, de donaciones particulares, destacando las del gobierno francés y las del profesor, historiador, cronista y alcalde la ciudad D. Eloy García de Quevedo. También son de destacar las entradas procedentes de otras bibliotecas de Monasterios cerrados o sujetos a amortizaciones del Estado.

Por una Orden Ministerial del año 1957, el viejo Colegio de San Nicolás pasa a llamarse oficialmente “Instituto Cardenal López de Mendoza”. En el 1963 se inaugura un nuevo pabellón, dedicado únicamente a las alumnas de sexo femenino, pero poco más tarde, en el 1967, se inaugura en Burgos el Instituto Diego Porcelos, exclusivamente masculino, por lo que el primero se convierte en Instituto femenino. Precisamente, este segundo Instituto ha celebrado su cincuentenario este año de 2017, con tal motivo han tenido lugar conciertos, conferencias, exposiciones, una comida para el personal docente en un hotel de la ciudad y una comida campestre de hermandad en el Parque de Fuentes Blancas.

También en el 1995 se celebró el sexto centenario de la fundación del Cardenal Mendoza, celebrándose, entre otros actos que estuvieron presididos por el Ministro de Educación, una interesante exposición retrospectiva con abundante material y documentación alusivos a su larga trayectoria histórica.

Poco tiempo después, en el 1996, se pusieron en marcha unas importantes y necesarias obras de reparación del Instituto, en las que se realizaron numerosas mejoras, ampliaciones y cambios estructurales en la distribución y emplazamiento de las diferentes dependencias, concluyéndose las obras en el 1999, justo en los umbrales del siglo XXI.  En la inauguración del remozado Instituto estuvieron presentes relevantes miembros del Ministerio de Educación y Ciencia, acompañados de las autoridades locales y de la directora del centro Doña Pilar Cristóbal Plaza.

En la nueva capilla del centro se pueden ver diferentes placas conmemorativas, en las que se recuerdan los diferentes eventos que ha jalonado su larga trayectoria docente.

Autor Paco Blanco, Barcelona setiembre 2017.

 

ISIDRO GIL GAVILONDO. -Artista plástico y fotógrafo-.

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ISIDRO GIL GAVILONDO (Azcoitia 1842-Burgos 1917) fue uno de los principales protagonistas de la sociedad de la vieja Caput Castellae en la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX; destaca el papel relevante que juega en el ámbito artístico de la ciudad castellana, inmersa en un interesante renacimiento cultural.

Hijo de un prestigioso médico arandino, Bonifacio Gil Rojas, y de Josefina Gil Gavilondo, natural de la localidad guipuzcoana de Vergara; tras residir los primeros años de su vida en Azcoitia, recala con su familia en Burgos, ciudad en la que cursa sus estudios de bachillerato en el instituto, y en la que se establece definitivamente tras realizar su licenciatura de Derecho en Madrid.

La biografía de Isidro Gavilondo, en el ámbito personal, está marcada por su matrimonio con la barcelonesa Elvira Gardyne Baüier, hija de un conocido militar que había sido destinado a tierras de Castilla y con la que tuvo dos hijos, Federico y María Eleuteria, y residen todos ellos en la Plaza Huerto del Rey.

La historia de la vida de Isidro Gil nos habla de la diversidad de intereses que marcan sus días. Participa en diferentes organismos y sociedades de la ciudad en la que, pese a tener formación jurídica, no se dedica a la abogacia como profesión y encamina su profesión a diversas actividades como la empresarial, la administrativa en el Ayuntamiento, la artística en calidad de pintor y dibujante, o la docente como profesor.

El Ayuntamiento de Burgos, en el que ocupó durante más de 20 años, el puesto de secretario; el Museo de Burgos; la Academis Provincial de Dibujo; el Instituto de Segunda Enseñanza o la Cámara de Comercio ven brillar su actividad profesional, que completa con su presencia en destacados foros locales como el Salón de Recreo.

En Burgos desarrola Isidro Gil una importante actividad artística, que inició en Madrid, en su vertiente creadora de la que deja notables testimonios en pintura, dentro de una corriente tardorromántica a la que se adscriben La Independencia de Castilla y Mazepa. Estética que comparte con otros coétaneos y amigos suyos como Evaristo Marrio y Juan Antonio Cortés y Quevedo. +

Como ilustrador, su producción traspasa incluso los límites provinciales y participa en diversas exposiciones Nacionales, donde deja gran muestra de su quehacer en revistas de importante resonancia nacional como El Bazar y La Ilustración Española y Americana, así como en la ilustración de libros de tema literario o histórico.

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El interés por el mundo del arte se menifiesta también en otras dos actividades desarrolladas a lo largo de su vida. En primer lugar, su actividad docente en la Academia de Dibujo desde 1875 hasta 1896 y su labor como profesor de Dibujo en el Instituto  Provincial de Segunda Enseñanza, donde es nombrado Catedrático Interino en 1893, cargo que desempeña hasta 1903. Sus trabajos muestran el talante renovador de sus métodos de enseñanza que aprenderán insignes artistas de generaciones posteriores como Luis Manero o Marceliano Santamaría.

En segundo lugar, la protección y el desvelo por el patrimonio artístico, a través de la participación en la Comisión Provincial de Monumentos de Burgos, de la dirección del Museo Arqueológico durante un periodo de cinco años, de su actuación como académico correspondiente de Bellas Artes y de la historia, o de su producción literaria o gráfica.

El Instituto Conde Diego Porcelos, heredero junto con el Instituto Cardenal López de Mendoza del centro de Segunda Enseñanza en que ejerció como profesor, preserva algunos objetos de su legado particular. Él mismo nos habla de otro de sus múltiples intereses personales, el ejercicio de la fotografía, que también interesa a otros personajes de la época como Juan Antonio Cortés y Alfonso Vadillo.

Fotografía, dibujo y pintura son tres ejes de la creación artistica de Isidro Gil, apreciada notablemente en el resto de España y recuperada recientemente por Montserrat Fornells en la exposición Pintores Románticos Guipuzcoanos.

La muerte del artista el mes de marzo de 1917, fue hondamente sentida en la ciudad, como señalan dos crónicas de El Castellano y Diario de Burgos, que glosan sus méritos y que destacan su valía y afabilidad, lo que le granjeó múltiples simpatías entre sus contemporáneos.

En marzo de 2015 se exhibe una exposición en Burgos que lleva por título Hojas de mi álbum, y que hace un recorrido por su actividad artística, profesional y privada.

Texto de: José Matesanz del Barrio.

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LAÍN CALVO Y NUÑO RASURA. DOS JUECES CASTELLANOS. -Por Francisco Blanco-

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«Et los Castellanos que vivian en las montañas de Castiella, faciales muy grave de yr à Leon porque era muy luengo, è el camino era luengo, è avian de yr por las montañas, è quando allà llegavan asoverviavan los Leoneses, è por esta raçon ordenaron dos omes buenos entre si los quales fueron estos Muño Rasuella, è Laín Calvo, è estos que aviniesen los pleytos porque non oviesen de yr à Leon, que ellos no podian poner Jueçes sin mandado del Rey de Leon. Et ese Muño Rasuella era natural de Catalueña, è Laín Calvo de Burgos, è usaron así fasta el tiempo del Conde Ferrant Gonçalvez que fue nieto de Nuño Rasuella. Por qual raçon los fijosdalgo de Castiella tomaron el fuero de Albedrío».

El rey astur Alfonso I «el Católico», comienza a reinar en el año 739, ampliando los primitivos territorios del reino de Asturias con los heredados de su padre, el duque Pedro de Cantabria, que incluían Cangas de Onís, Liébana, Trasmiera, Sopuerta, Carranza y Bardulia (primitiva Castilla), con lo que sus fronteras meridionales quedaban fijadas por el margen derecho del río Ebro hasta la frontera con el reino de Pamplona. Al mismo tiempo, en los reinos de Al-Andalus se está produciendo un enfrentamiento civil entre árabes y bereberes, que acabará con la retirada de éstos últimos hacia el norte de África, abandonando sus dominios del norte de la Meseta.

El nuevo rey decide aprovechar semejante oportunidad de debilitamiento musulmán para reforzar y consolidar sus fronteras y de esta forma fortalecer su reino, dotándole de una estructura muy similar al de los visigodos. Para ello, en compañía de su hermano Fruela, asoló y despobló un extenso territorio de la cuenca del Duero, conocido como «los Campos Góticos«, eliminando los núcleos de población musulmana y llevándose a los habitantes cristianos o mozárabes hacia sus villas y ciudades del norte.

Con esta acción se creaba una vasta franja fronteriza, prácticamente despoblada, entre las líneas divisorias de los reinos árabes y cristianos.

Esta tierra de nadie, aunque muy lentamente, empezó a repoblarse durante los siglos IX y X, especialmente durante el reinado de Alfonso III el Magno. Esta repoblación se desarrolla en tres etapas sucesivas, que empiezan con la ocupación del territorio, continúan con el levantamiento de una línea defensiva, finalizando con la puesta en cultivo de los campos por el sistema de «pressura», o adquisición de la propiedad mediante la roturación de las tierras o «scalio», para hacerlas productivas. También dieron lugar a la aparición de importantes núcleos urbanos de población, como Toro, Zamora, Burgos, Ubierna, Castrojeriz, Dueñas, Simancas……

Los reyes astur-leoneses dieron su beneplácito a esta repoblación, que suponía la creación de una línea de torres fortificadas que, además de adelantar sus fronteras, servían de vigía y defensa contra las frecuentes «aceifas» árabes, incrementadas notablemente en tiempos de Abderramán III.

Los nuevos pobladores, curiosamente, procedían mayoritariamente de las zonas occidentales de las montañas cántabras y vasconas, aunque también llegaron familias mozárabes procedentes de la España musulmana. Los primeros, también conocidos como los «foramontanos», eran gentes muy poco romanizadas y escasamente influidas por la cultura visigótica imperante en los reinos astur-leoneses, que preferían seguir respetando sus ancestrales costumbres o las decisiones de hombres justos, nombrados por ellos mismos, en lugar de someterse a la ley de sus señores leoneses, representada todavía por el «Liber judicorum» visigótico.

Esta característica, evidentemente diferencial, es lo que da lugar a la aparición de las behetrías castellanas, impensables e inasumibles para los visigodos de León y Asturias, y son las que empiezan a marcar una nueva concepción de la sociedad medieval en todos los órdenes.

Así, para resolver sus pleitos sin tener que acudir a la jurisdicción de la corte astur-leonesa, los castellanos, de común acuerdo, decidieron quemar públicamente el «Fuero Juzgo Visigótico», vigente en todos los restos territoriales de la época visigótica, incluidos los francos, sustituyéndole por el «Fuero del Albedrío», que acabaría convirtiéndose en el derecho común de los españoles.

«Todos los castellanos a una se concertaron,

dos hombres de valía por alcaldes alzaron;

los pueblos castellanos por ellos se guiaron;

sin nombrar ningún rey largo tiempo duraron»

(Poema de F. G.)

Como administradores de dichos fueros eligieron, entre sus personajes más notables, dos jueces o magistrados, uno civil y otro militar: la magistratura civil recayó sobre Nuño Rasura y la militar sobre Laín Calvo, siendo conocidas sus sentencias como «Fazañas«. También se eligieron numerosos alcaldes.

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Este hecho trascendental sucedía en la actual localidad burgalesa de Vijueces (Bisjueces), a unos cinco kilómetros de Villarcayo, en un paraje conocido como Fuente Zapata, el año 842, recién comenzado el reinado de Ramiro I de León. Actualmente, en esta pequeña localidad se puede admirar una artística iglesia del siglo XVI, atribuida nada menos que a los burgaleses Juan de Vallejo y Simón de Colonia. En su bellísimo pórtico plateresco se contemplan las estatuas sedentes de los dos jueces, acompañadas de otros tres condes castellanos.

Las figuras de los dos jueces castellanos, absolutamente históricas por una parte, se han convertido, por otra, en legendarias, tal vez por el significado que su nombramiento representa en la posterior evolución del medievo español, encorsetado hasta entonces en las arcaicas estructuras que los romanos habían legado a los godos, cuya decadencia era evidente bastante antes de que los árabes entraran en España, y que éstos aprovecharon muy bien para su rápida expansión. Consecuentemente, trazar una biografía de ambos personajes, enclavada exclusivamente en la historia, es una tarea que está fuera del objetivo del presente trabajo, que sólo pretende resaltar alguno de sus hechos más notables, aunque sean legendarios:

Nuño Núñez Rasura era Conde y Señor de Amaya (ó Amaia), donde había nacido hacia el año 789. Era hijo único de Diego Rodríguez, segundo conde de Castilla, que le proporcionó una esmerada educación, de la que se encargó un monje del monasterio de S. Martín de Tama, llamado Mauro.

Amaya, antiguo campamento militar del emperador Augusto en su lucha contra los cántabros, se convirtió en el año 680, en tiempos del rey godo Ervigio, en la capital del Ducado de Cantabria y posteriormente, hacia el 744, el rey asturiano, Alfonso I, se la mandó repoblar a su abuelo Rodrigo, primer conde de Castilla. En el 824 concedió carta de población a la villa palentina de Brañosera, en la que se habían refugiado numerosos «foramontanos« procedentes de las montañas de Cantabria, mediante la promulgación del famoso «Fuero de Brañosera«, que constituye, sin duda, la fuente que utilizó Nuño Rasura, cuando fue elegido juez, para confeccionar el «Fuero del Albedrío«, que independizó jurídicamente a Castilla de León.

«Villas y castillos tengo, todos a mi mandar son; dellos me dejó mi padre, dellos me ganara yo. Los que me dejó mi padre poblelos de ricos hombres, los que yo me hube ganado poblelos de labradores. Quien no había más que un buey, dable otro que eran dos; el que casaba su hija le daba yo rico don; Cada día que amanece por mí hacen oración…»

(Poema de F.G.)

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El legendario Juez probablemente murió en Burgos, hacia el año 862, a una edad muy avanzada para aquellos tiempos. En la fachada de la puerta de Santa María de dicha ciudad, se encuentra una estatua del conde con la siguiente inscripción: «Nunio Rasura civi sapientis. Civitatis Clipeo«.

Sobre el otro juez, Laín Calvo, encargado de los asuntos de la guerra, se conocen pocos datos biográficos, aunque genealógicamente se le tiene por descendiente del Duque de Cantabria, D. Fruela, yerno de Nuño Núñez Rasura, por su matrimonio con su segunda hija, doña Teresa Núñez y antepasado directo de Diego Laínez y Rodrigo Díaz, el Cid Campeador. Algunos cronistas apuntan que pudo nacer hacia el 798 en la localidad burgalesa de Villalaín, perteneciente al Alfoz de Villacaryo, donde se alza el monolito de «Fuentezapata«, lugar en el que, según la leyenda, se encontraba el estrado donde los recién nombrados jueces dictaban sus sentencias, pero lo más probable es que fuera una de sus fundaciones; otros apuntan hacia el pueblo de Castro Xeriz (Castrojeriz), al que hizo algunas importantes donaciones. En lo que casi todos los cronistas están de acuerdo es que era un personaje de fuerte carácter y temperamento combativo, más aficionado a las acciones militares que a las disquisiciones jurídicas, aunque siempre participó en todas las decisiones políticas que ambos jueces tomaron.

Siendo ya juez de Castilla, el 23 de mayo del 844 luchó al lado del rey de Asturias Ramiro I en la legendaria batalla de Clavijo (1), por tierras riojanas, en la que el Apóstol Santiago ayudó a los cristianos a derrotar las tropas de Abderramán II. En los años siguientes sus campañas militares por el condado castellano consiguieron liberar del dominio musulmán hasta veinticinco poblaciones, que pasaron a formar parte del Condado de Castilla.

Igualmente se ignora la fecha exacta de su muerte, aunque pudo ocurrir hacia el año 870 pero, si se acepta la leyenda, está enterrado en la ermita románica de Santa María del Torrentero, perteneciente a la citada localidad de Villalaín. Su estatua, junto a la de Nuño Rasura y Diego Rodríguez Porcelos, se encuentra en la fachada de la puerta de Santa María de la capital burgalesa, con la inscripción: «Laino Calvo fortiss. Civi Gladio Galeeque Civitatis»

En la Sala Capitular de dicha torre, donde durante muchos años se reunía el concejo de la ciudad, se puede apreciar una pintura en la que aparecen los dos jueces departiendo sobre los asuntos de su competencia.

Un hecho militar, desfavorable para los reinos cristianos, marca el comienzo de la rebeldía civil y militar de los condes castellanos contra sus señores, los reyes de León, y su imparable marcha hacia la total independencia: El poderoso califa de Córdoba, Abderramán III, a la cabeza de un formidable ejército, organizó una expedición militar que salió de Córdoba el 4 de julio del 920, con el objetivo de destruir y saquear el reino de Pamplona, tomando rápidamente la plaza de Calahorra.

El rey de Navarra, Sancho Garcés I, se había refugiado en Arnedo, esperando los refuerzos de leoneses y castellanos. El rey de León, Ordoño II, llegó a unírsele con sus tropas, pero los condes castellanos no dieron señales de vida, por lo que las fuerzas de la coalición cristiana quedaron bastante mermadas y en clara desventaja ante el enemigo. El primer enfrentamiento entre ambos bandos tuvo lugar en la localidad riojana de Viguera, donde los cristianos salieron derrotados; pero el total descalabro lo sufrieron al intentar cortar el paso de las tropas de Abderramán hacia Pamplona. El encuentro se produjo el 26 de julio del 920 en el valle de Junquera, a unos veinticinco kilómetros al sur de Pamplona, quedando diezmadas las huestes de los reyes cristianos, que tuvieron que emprender la fuga de nuevo, esta vez en dirección a la localidad navarra de Muez, en cuya fortaleza se refugiaron, pero no pudieron aguantar al acoso musulmán, que la arrasó, pasando a cuchillo a los escasos supervivientes. (2)

El rey Ordoño culpó de este desastre militar a los condes castellanos que le negaron su ayuda, sin duda porque veían con recelo la potencia militar que empezaba a alcanzar el joven reino navarro y sus ganas de expansión a costa de sus territorios fronterizos. Los condes tachados de desertores fueron: Nuño Fernández, tío de Fernán González, de la familia de los Lara; Fernando Ansúrez, de la familia de los Ansúrez y Munio Gómez, de la familia palentina de los Banu Gómez (algunos cronistas sustituyen a éste último por el conde Rodrigo Díaz, aunque es poco probable que así fuera).

De nuevo la leyenda vuelve a hacer su intromisión en los acontecimientos siguientes, pues nos cuenta que el rey Ordoño II, deseando vengarse de sus vasallos los condes, a los que consideraba traidores, les atrajo con engaños a un lugar llamado Tejar, a orillas del Carrión, donde los mandó apresar y ejecutar. (Este hecho no está históricamente confirmado, al menos en el caso del conde Fernando Ansúrez, que aparece citado en numerosas crónicas posteriores, aunque también es posible que se trate de otro conde del mismo nombre y de la misma familia). (3)

Un nieto de Nuño Rasura, el también legendario conde Fernán González, consiguió la independencia administrativa de Castilla, dejando el camino abierto para que, en pocos años, se consume su total separación del reino de León.

NOTAS:

Clavijo es una localidad riojana situada en las estribaciones de la Sierra de Cameros. Supuestamente, en el año 844 tuvo lugar una batalla entre las huestes del rey Ramiro I de Asturias y el caudillo árabe Abderramán II, cuyo objetivo era liberar a los cristianos del tributo e las 100 doncellas. La victoria se inclinó del lado cristiano gracias a la intervención a su favor del Apóstol Santiago. Para agradecérselo, el rey asturiano impuso a sus súbditos el «Voto de Santiago», que les obligaba a peregrinar al sepulcro del Apóstol, que había sido descubierto unos años antes.

Las tropas árabes todavía permanecieron por tierras navarras y riojanas, devastando y saqueando todos los enclaves cristianos de la zona, con objeto de abastecer y proteger sus dominios. La marcha de regreso a Córdoba fue dada el 26 de agosto, la expedición de castigo de Abderramán III había durado casi 3 meses.

A pesar de que la leyenda dice que los condes fueron apresados y ejecutados inmediatamente, parece más probable, a la vista de documentos y hechos posteriores, que fueran liberados al poco tiempo.

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—FERNANDO DE LA PUENTE Y PRIMO DE RIVERA— -Cardenal y Eclesiástico-

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FERNANDO DE LA PUENTE Y PRIMO DE RIVERA  nació en Cádiz un 28 de agosto de 1808  y falleció en  Madrid un 20 de marzo de 1867.

De educación y cuna noble se doctoró  por la Universidad de Sevilla como Doctor en Teología y Letras. Desplazado temporalmente a Londres, fue allí discípulo del cardenal Nicholas Patrick Wiseman que había nacido en Sevilla.

Fue párroco en Sevilla; auditor del Tribunal de la Rota; director de Educación moral y religiosa del príncipe de Asturias. El 27 de septiembre de 1852 fue nombrado Obispo de Salamanca y consagrado el 19 de diciembre de dicho año. Pero es el  27 de septiembre de 1857 cuando fue nombrado arzobispo de Burgos y cuatro años después el 27 de septiembre de 1861 fue ascendido al cardenalato.

Entre sus obras más reseñables  la ampliación y rehabilitación del Seminario de San Jerónimo, hoy Facultad de Teología del Norte de España, con nueva fachada por donde antes fuera la muralla de la ciudad, hoy calle de Eduardo Martínez del Campo de Burgos. Cambió el pavimento de la catedral de Burgos por mármol de Carrara. En enero de 1858 fundó el Boletín Oficial del Arzobispado de Burgos. Está enterrado en la capilla del Santo Cristo de Burgos.

En su retrato ubicado en la catedral de Burgos puede leerse la siguiente inscripción:

<<Excelentisimo y reverendisimo señor Don Fernando de la Puente y Primo de Rivera. Presbitero Cardenal de la Santa Iglesia Romana. Director de  enseñanza moral y religiosa de su Alteza Real el Serenisimo Señor Príncipe de Asturias D. Alfonso de Borbón y su confesor. Siendo obispo de Salamanca fue preconizado Arzobispo de esta Santa Iglesia Metropolitana de Burgos el 25 de Septiembre de 1857. Asistió a la definición dogmática de la Inmaculada Concepción de la madre de Dios. Gobernó con especial celo este arzobispado, mereciendo el aprecio de sus dicocesanos. Murió en Madrid el día 12 de Marzo  de 1867>>

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FEDERICO GARCÍA LORCA EN BURGOS -Por Francisco Blanco-

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Lorca entró en contacto con la música desde su más tierna edad. Su tío Baldomero le cantaba canciones populares y su tía Isabel le enseñó a cantar y a tocar la guitarra. La excepcional sensibilidad artística del joven granadino le proporcionaba unas extraordinarias habilidades para la música, que se manifestaron de forma precoz.

Con tan sólo siete años rasgueaba con maestría la guitarra y entonaba con gracejo las canciones que le enseñaban sus tíos. También su madre fomentaba con entusiasmo su afición por la música y las canciones populares de su tierra. En este ambiente, campesino pero refinado, entre música, romances y canciones, transcurrió la infancia y la primera juventud de Federico, a quien todos auspiciaban un brillante porvenir musical.

Hacia 1909, con  la familia ya instalada en Granada, compartió sus estudios de bachillerato en el colegio del Sagrado Corazón, con clases de música que le impartía un profesor de música de nombre D. Antonio Segura Mesa, con quien llega a establecer una íntima y mutua relación de amistad que no se romperá hasta su muerte, ocurrida en 1916. Sobre las cualidades musicales de su discípulo D. Antonio asegura que “Lorca se convierte en tan excelente pianista que se le augura una distinguida carrera musical” (1). El mismo Lorca cree haber encontrado su verdadera vocación y expresa sus deseos de dedicarse profesionalmente a la música. D. Antonio Segura es un admirador de la música de Verdi, pero es también un experto folklorista, estudioso de la música popular española, que tanto le gusta a su discípulo preferido.

Sin duda una de sus fuentes de estudio era el “Cancionero Popular de Burgos”, que había publicado el también folklorista D. Federico Olmeda (2) en 1903 y en el que se inspiró Federico para componer algunas de sus posteriores y bellas obras poéticas, como “Libro de Poemas”, “Canciones”, “Poema del Cante Jondo”, y especialmente  “Bodas de sangre”. El mismo Lorca reconocerá, después de su muerte, que D. Antonio fue su iniciador en la ciencia folklórica de la que tanto se sirvió en sus posteriores creaciones literarias.   

En 1913 se incorpora a la Universidad de Granada, procedente de la de Salamanca, el  catedrático de Teoría de la Literatura y de las Artes, D. Martín Domínguez Bertueta, a cuyas clases pronto empezará a acudir el joven universitario Federico García Lorca, que seguía fiel a su vocación musical, pero que también empezó a sentir en su espíritu inquieto el cosquilleo de la creación literaria. Tal vez la muerte, en 1916, de su querido maestro de música marcó un punto de inflexión en su futuro como artista; lo cierto es que su profesor de Literatura, al que a partir de ahora llamaremos Bertueta, empezó a ejercer una notable influencia sobre sus innatas tendencias artísticas, que empezaron a derivarse hacia la creación literaria.

En Salamanca, su ciudad natal, Bertueta había sido profesor adjunto de la cátedra de Filosofía y Letras, pero también había desplegado una notable actividad periodística como director de “El Lábaro”, periódico católico, portavoz del Obispado, en el que se había atrevido a defender aquella famosa “Ley del candado”, promulgada por el liberal Canalejas en 1910, por la que se prohibía el establecimiento en nuestro país de nuevas congregaciones religiosas. El periódico cerró y Bertueta tuvo que cambiar de aires, pues los de Salamanca empezaron a soplar en su contra.

Pero la actividad periodística y literaria de Bertueta no se limitaba a “El Lábaro”. Ligado a Burgos por lazos familiares-su madre era burgalesa y su tío, burgalés igualmente, ocupaba el cargo de Provisor del Arzobispado de Burgos-, también era un asiduo colaborador del “Diario de Burgos”, en el que había publicado una interesante serie de “Crónicas Burgalesas”, en las que describía con notable maestría figuras, paisajes y monumentos de la ciudad burgalesa, de la que era un gran conocedor y por la que sentía una especial predilección, pasando con frecuencia en ella sus periodos de vacaciones. Sus artículos siempre tuvieron una calurosa acogida en las columnas de dicho diario y su persona gozaba de una bien merecida popularidad y afecto.

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Dicho todo esto, no resultará extraño añadir que otra  de las aficiones de este catedrático fuese la de organizar viajes de estudios con sus alumnos, en los que Burgos estuvo presente como uno de sus principales destinos. Desde que se incorporó a la Universidad de Granada en 1913, cada verano, con la ayuda de las subvenciones que le concedía el Ministerio de Bellas Artes e Instrucción Pública, Bertueta y sus alumnos se lanzaban a la geografía española en busca de monumentos y paisajes.

El primer viaje que hizo Lorca a Burgos acompañado de Bertueta y otros compañeros, tuvo lugar en el mes de octubre  de 1916, visitando además otras ciudades castellanas, como Ávila, Segovia, León, Zamora y Salamanca. En esta ocasión el objetivo principal de la visita a Burgos era admirar por dentro y por fuera la magnificencia de su catedral, “aquel espléndido templo gótico”, en palabras del propio Bertueta, experto conocedor del mismo.   

Pero en el verano de 1917 un grupo formado por Bertueta, Lorca y otros tres estudiantes, volvieron a Burgos, esta vez para disfrutar de una estancia bastante más larga. La presencia en la ciudad castellana del catedrático y sus alumnos no podía pasar desapercibida, teniendo en cuenta, además, la popularidad personal y literaria de que disfrutaba Bertueta, que no dudó en aprovecharla para lanzar a la liza periodística a su alumno favorito, Federico García Lorca, que vio como, el 18 de Agosto, en el “Diario de Burgos” salía publicado su primer artículo, con el título de “Las reglas en la música”.

En realidad, por esa fecha, Bertueta y Lorca ya se hallaban solos en Burgos desde el día 7 de agosto, pues el resto de la expedición había dado por concluido el viaje y regresado a Granada.

El recorrido burgalés realizado por Lorca bajo la experta dirección de su maestro, incluyó lugares tan emblemáticos y cargados de historia como San Pedro de Cardeña, La Cartuja de Miraflores, el Monasterio de las Huelgas, Covarrubias, Santo Domingo de Silos y las ruinas de los Monasterios de Fresdelval y San Pedro de Arlanza. Esta experiencia puede que fuera decisiva en las inclinaciones literarias del joven Lorca, que aprovechó las diferentes sensaciones acumuladas en todas estas visitas para elaborar cinco artículos sobre temas burgaleses, que también fueron publicados por el “Diario de Burgos” durante ese mes de agosto de 1917.

En estos primeros escritos del futuro poeta la influencia estilística de las “Crónicas Burgalesas” de Bertueta resulta evidente, pero el rico, deslumbrante y metafórico lenguaje lorquiano también tiene en ellos sus primeros brotes. 

De hecho, estos primeros trabajos literarios de Lorca le sirvieron para refundir y preparar la que sería su primera obra, que tituló “Impresiones y paisajes”, cuya primera edición, costeada por su padre, se publicó en Granada, el mes de abril de 1918. (4) El libro contiene una dedicatoria de Lorca a D. Antonio Segura: A la venerada memoria de mi viejo maestro de música, que pasaba sus sarmentosas manos, que tanto habían pulsado pianos y escrito ritmos sobre el aire, por sus cabellos de plata crepuscular, con aire de galán enamorado y que sufría sus antiguas pasiones al conjuro de una sonata Beethoveniana.¡Era un santo! Con toda la piedad de mi devoción”. El autor. También, al final de la obra, hay un recuerdo para Bertueta y sus compañeros de viaje.

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Pero, lamentablemente, el texto de esta primera edición aparece plagado de erratas de imprenta y con faltas ortográficas y sintácticas, lo que causa la decepción y el enfado de Federico, que decide rescatar el mayor número de ejemplares posible, recorriendo las librerías de Granada y comprando todos los ejemplares que encontraba, que iban a parar al desván de su casa.

Lorca, en esta su primera obra, ofrece una visión muy intimista de Castilla, sus ciudades, sus pueblos, sus gentes, sus paisajes, sus iglesias, sus conventos, su historia……, todo aparece envuelto en un manto de melancolía impropio de un joven de 19 años. Pero a pesar de esa dosis de amarga tristeza con la que adereza sus descripciones, que el mismo reconoce en su prólogo, también deja entrever un rayo de luz y de esperanza: La poesía existe en todas las cosas, en lo feo, en lo hermoso, en lo repugnante; lo difícil es saberla descubrir”, escribe también.

“Impresiones y paisajes” no es una visión romántica de Castilla, como la de Bécquer, ni angustiada como la de Machado, al que ya conocía y admiraba (4), más bien parece que esté relatando la inacabable aparición de unos espectros, tétricos y descarnados, envueltos en el andrajoso sudario de su historia.

El mundo exuberante, luminoso, meridional de su Granada choca con la solitaria aridez del páramo castellano; el sol andaluz es embriagador y cercano, el de Castilla es lejano y justiciero. En Andalucía a los Cristos y a las Vírgenes se les canta y se les jalea, en Castilla se les reza de rodillas y se les teme.

Para este Lorca juvenil Castilla, inmenso depósito de piedras derruidas, vive acosada por la sombra de su propia historia, de la que trata inútilmente de escapar.

¿Tendrá razón?. De quien escapaban los asesinos que tan inicuamente le ajusticiaron en el mes de agosto de 1936, ¿de la sombra vengadora de Caín?.

Otro gran poeta andaluz, ferviente enamorado de Castilla, también la cantó de esta manera: 

“la de los altos llanos y yermos y roquedas,
de campos sin arados, regatos ni arboledas,
decrépitas ciudades, caminos sin mesones,
y atónitos palurdos sin danzas ni canciones…”

(A. Machado) 

NOTAS

(1)   Ian Gibson “Lorca musical”

(2)   Federico Olmeda Sanjosé  había nacido en El Burgo de Osma (Soria) el 18 de julio de 1865. Fue organista de la catedral de Burgos entre 1888 y 1907, siendo también director del Orfeón Burgalés y del Orfeón de Santa Cecilia. Recorrió la provincia de Burgos investigando su folklore y recuperando sus canciones populares, de las que hizo una excelente recopilación, con la que ganó el primer premio de los Juegos Florales de la ciudad de Burgos, con motivo de las Fiestas Patronales de San Pedro y San Pablo en el año 1902. La primera edición salió a la luz en el 1903 con el nombre de “Cancionero popular de Burgos”, alcanzando rápidamente una gran difusión por toda España.

(3)   Esta obra, todavía muy poco conocida, ha sido reeditada en varias ocasiones, cabe destacar: “Obras Completas de Federico García Lorca”, Editorial Losada, Buenos Aires 1938 y Aguilar 1963.

(4)   En junio de 1916 Lorca participó por primera vez en los viajes que organizaba Bertueta, en esta ocasión una de las ciudades que visitaron fue Baeza, donde Federico conoció a Antonio Machado. El viaje a Baeza se repitió en junio de 1917, donde los dos poetas, Antonio y Federico se encontraron por segunda vez.

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ANTONIO GUTIERREZ DE OTERO Y SANTAYANA -Teniente General del Ejercito Españól- -Defensor del sitio de Tenerife-

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ANTONIO GUTIERREZ DE OTERO Y SANTAYANA, nació en Aranda de Duero (Burgos) el 8 de mayo de 1729 y falleció en Tenerife en 1799. De padre militar, ingresó de cadete en el ejército a los siete años de edad. Fue elegido para suceder al Marqués de Branciforte en la Comandancia General de Canarias. Siendo Comandante de la isla de Menorca, y con 51 años al servicio de su Majestad, solicita ser Mariscal de Campo, para la obtención de dicho título alega haberse hallado en la guerra de Italia, en la expedición a las islas Malvinas -de que fue encargado- la de Argel -en la que fue herido- y ayudante de Campo del general don Martín Alvarez en el bloqueo de Gibraltar. Con la promesa de tenerle presente en las próximas promociones no obtuvo dicha solicitud hasta tres años después, en que la volvió a pedir añadiendo ser el gobernador de Mahón y actual encargado del mando general de las Armas del Reino de Mallorca e islas adyacentes, por la ausencia del Capitán general Conde de Cienfuentes, que se hallaba en Lisboa y desde informa la solicitud, favorablemente, dirigida al Sr. Conde del Campo de Alegre, para obtener el mencionado grado, después de cincuenta y cuatro años de servicio. Ese mismo año fue nombrado Comandante General de las Islas Canarias e inspector de sus tropas reglada y de milicia. Desde Mahón, dispone con su familia la marcha hasta Tenerife llegando a Cádiz el 8 de enero de 1791, después de un penoso viaje invernal desde la ciudad de Barcelona, a bordo de la fragata Juno. El día 30 de enero llega a Tenerife y se da a conocer al Mariscal de Campo don José de Avellaneda, tomando posesión del mando al día siguiente. En lo relativo al término «familia» empleado anteriormente, suponemos, se refiere a que le acompañaban sus sobrinos ya que era soltero o bien este término era genérico y se refería a cualquier acompañante. El día de San Fermín, en el año 1792 don Antonio se encuentra enfermo y oficialmente lo comunica desde su lugar de reposo, en San Miguel de Geneto, al parecer el clima de S. Miguel de Geneto no le sentó nada bien y en agosto elige la Villa de la Orotava, y desde allí certifica el arribo de quince barcos, entre ellos el bergantín de su Majestad La Curiosa con destino a Cayena y el bergantín de correos El Quirós.

El ataque de Nelson en 1797. El general Gutiérrez derrotó a las tropas inglesas al mando de Nelson en el ataque a las islas. Ese día El General tenía crisis asmática, a pesar de ello encerró a los ingleses en el Convento de Santo Domingo venciéndolos. Desfallecido y azagado capituló, dejando reembarcar a los enemigos con sus armas y con honores de guerra, cuando debieron haberlas rendido y quedado nuestros prisioneros. Bien es verdad que con las inexpertas, indisciplinadas e inermes milicias, poco a casi nada se podía hacer, por lo cual don Antonio redactó un bando donde reconoce las indisciplinas y el poco espíritu militar de las tropas y enmienda los fallos encontrados en las unidades de combatientes que intervienen en la defensa de la plaza de Santa Cruz de Tenerife aquel día 25 de julio de 1797. Su Majestad el Rey lo asciende, confiriéndole además la Encomienda de Esparragal en la orden de Alcántara. Su salud empeora y poco antes de las cuatro de la madrugada del día 22 de abril de 1799 fue llamado el médico de cabecera que le diagnosticó perlesía (parálisis en el brazo y en la pierna). Murió el 14 de mayo de ese mismo año y fue sepultado en la capilla del Apóstol Santiago de la parroquia de la Concepción de Santa Cruz de Santiago de Tenerife. (de Laguna).

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Cuando Nelson atacó éstos eran, de norte a sur, los castillos y reductos fortificados: Torre de San Andrés, castillo de Paso Alto, fuerte de San Miguel (en la desembocadura del barranco de Tahodio), baterías de Santa Teresa (en la margen derecha del barranco), Candelaria, Santiago, San Rafael, Pilar, San Antonio y Santa Isabel (todas en las inmediaciones del actual solar que ocupa el acuartelamiento de Almeida), fuerte de San Pedro, baterías de la Rosa (junto a la Alameda), del Muelle y de Santo Domingo (junto al castillo de San Cristóbal), Castillo Principal o de San Cristóbal, baterías de la Concepción (donde está el edificio del Cabildo), de San Telmo (margen derecha del barranco de Santos) y de San Francisco (en la Caleta de Negros), castillo de San Juan y baterías de las Cruces y Barranco Hondo (en Puerto Caballos). Estos castillos y reductos fortificados armados con casi un centenar de cañones y una docena de morteros, estaban unidos por una muralla y hacían de Santa Cruz una plaza prácticamente inexpugnable. Nunca pudo ser ocupada por los enemigos de España. Existen en la actualidad otros dos castillos que no figuran en la relación anterior: San Joaquín y Almeida.

La muralla defensiva se construyó en 1656 y consistía en un parapeto de tierra revestido interior y exteriormente con muros de piedra y barro, y un espesor de unos tres metros y medio. Todo muy mal hecho, pensando sólo en un ataque marítimo y siguiendo las sinuosidades del terrerno. Doscientos años después estaba en deplorable estado. Hasta mediados de del siglo XIX, el recinto de la plaza estuvo comprendido entre los castillos de Paso Alto y San Juan, en su extremo, teniendo al de San Cristóbal en el centro. Esta muralla era poca cosa, como demostró el ataque de Nelson. Tenía una altura sobre los riscos en que se asentaba de unos dos metros, lo que no impedía un ataque por sorpresa. Otro defecto grave era que apenas se elevaba algo más de un metro sobre el «camino de ronda», de forma que no cubría de las vistas desde el mar a la tropa que por el camino circulaba. Creo que con vistas a la defensa era más un estorbo que un obstáculo serio. (Juan Arencibia).

En abril de 1797, Nelson, con la autorización de Jervis, destaca a Santa Cruz las fragatas Terpsicore y Dido. La primera, al mando de Richard Bowen, halló en el puerto la fragata de la Compañía de Filipinas Príncipe Fernando y, en un golpe de audacia, la asaltó y logró sacarla fuera del alcance de la artillería de la plaza. La presa se estimaba en un valor de medio millón de pesos, con lo que la idea de Nelson había resultado bastante rentable. Por esas mismas fechas, Jervis recibió informes, posiblemente por algún barco inglés de los que practicaban el corso en aguas de Canarias, en el sentido de que, si bien era cierto que se encontraban en la bahía de Santa Cruz las dos fragatas de la Compañía de Filipinas, no lo era la llegada del Virrey de México, con lo que le parecía que no se justificaba lo suficiente la expedición y «aquel gran objeto que era cuando me habéis sugerido aquella empresa». Pero, al mismo tiempo, Jervis recibió noticias de que también se encontraba en Santa Cruz un corsario Francés, la corbeta La Mutine, al mando del capitán Xavier Paumies, que sí le pareció un objetivo interesante. (Cioranescu).

El Cónsul francés en Tenerife informa: El desembarco de los Ingleses ha servido para abrir los ojos sobre la necesidad de poner el pueblo y el puerto en estado de defensa. Se debe esta justicia al Capitán General que no ha descuidado medio alguno para inspirar confianza a este respecto. Pero al mismo tiempo que se ocupa de salvar la Isla de Tenerife que probablemente los Ingleses no atacarán más, se descuida y se abandona la Gran Canaria que ellos hostigan todos los días. La despreocupación sobre este punto acaba de costar a los negociantes de Marsella la pérdida de un buque armado en corso de cuarenta cañones, con un rico cargamento, procedente de Guadalupe. Este buque, atacado por dos fragatas inglesas, se había refugiado bajo las baterías de tres castillos de la Isla de Canaria, donde no se halló ni pólvora ni artilleros. La tripulación francesa, viendo que no recibía ayuda alguna de parte de los castillos, resolvió bajar a tierra para el servicio de las baterías, pero estuvieron obligados a esperar la pólvora que se halló en muy mal estado. El Inglés tuvo todo el tiempo para amarinar el navío francés que acababa de soltar en una costa de esta Isla el resto de la tripulación que yo procuraré hacer volver a Europa lo más pronto posible con la tripulación del navío bordelés El Pez Volador, armado en corso que iba a Guadalupe, capturado por los ingleses a la altura del cabo Finisterre. En este momento hago partir la goleta americana La Ruthy para transportar a Cádiz otros 70 marinos franceses procedentes de las tripulaciones de La Bella Angélica y de La Mutine. Espero que esta segunda expedición tenga buen éxito como la primera. Salud y fraternidad.(Clerget).

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Como consecuencia de la sonada victoria de las tropas españolas sobre los hombres desembarcados por el contraalmirante Nelson en Tenerife, el general Antonio Gutiérrez elevó a las altas instancias españolas una petición de recompensas para los más destacados en la jornada del 25 de julio de 1797. Como era de suponer incluía a los mandos más significados, a los que se proponía para el empleo inmediato superior. En la relación estaban los jefes y oficiales, Salcedo, Marquelli, Estranio, Guinther, Greagh, Prat, Rosique, Siera, etcétera. Todo normal. Era una petición de ascenso generalizado en la que a todos se daban los mismos méritos, lo que al final resultó inefectivo, porque no hubo ascensos.

Hubo una excepción, porque al incluirlo en la relación se especificaron sus méritos pormenorizados. El general Gutiérrez hizo una mención especial del cabo del Regimiento de Güímar Diego Correa, a quien proponía para el ascenso al grado de subteniente. Era un buen salto. ¿Cuáles fueron sus méritos? Pues Correa estaba de servicio en la batería de La Concepción. Desde su puesto vio que la madrugada del 25 de julio zozobraban unos botes ingleses cuando intentaban acercarse a la costa. Correa arengó a un puñado de soldados y se lanzó sobre los ingleses que intentaban alcanzar la playa. Combatió contra ellos y capturó 17 a los que llevó prisioneros al castillo de San Cristóbal ante la sorpresa general. Además se apoderó de sus armas, etre otras un cañoncito de campaña. Correa, nacido en La Laguna en 1772, fue un aventurero. Se casó a los 19 años con Pilar Bottino, hija de un comerciante genovés afincado en La Laguna. En 1803 le llegó el ascenso a subteniente. Después de ejercer de guarda mayor de montes durante un año, embarcó con el grado de capitán a Cádiz en 1808. En 1910 aparece en Estados Unidos, más tarde en La Habana, en Gibraltar, en Madrid… En 1836 fue nombrado Intendente en Filipinas, donde murió en 1843. (Juan Arencibia)

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Puedes ver un vídeo con la recreación de la batalla.

DIEGO LAINEZ «Un luchador de frontera» -Por Francisco Blanco-

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DIEGO LAÍNEZ, el padre del Cid, pertenecía al noble linaje leonés de los Flaínez, al que también pertenecieron los reyes Ramiro II y Alfonso V de León. Nació hacia el año 1023, posiblemente en León, capital de la corte, y en un diploma del año 1047 aparece documentado como Didaco Flaginiz, hijo del conde de León Laín Muñoz, figura importante en la corte del rey Fernando I, con el que también estaba emparentado.

Sobre la aparición de Diego Laínez por la villa de Vivar, situada a siete kilómetros de la frontera de Castilla con Navarra y presa apetecida por el rey García Sánchez III, el de Nájera, se barajan dos posibles causas: La primera es que estuviera implicado en una conspiración de algunos miembros de la familia Flaínez, encabezada por su sobrino Flaín Fernández II, contra el rey Fernando; pero si es cierto que esto ocurrió hacia el año 1060, para esas fechas Diego Laínez ya estaba instalado en Vivar y había nacido su hijo Rodrigo, que sí fue aceptado poco después  en la corte de Fernando I. Por lo tanto, hay que dar por más plausible la teoría de que era hijo natural o ilegítimo del conde Laín, razón por la cual se vio apartado de la rama principal de la familia.

El pequeño pueblo de Vivar, de apenas sesenta casas, está situado en uno de los altos valles de la meseta del Duero, en el norte de la provincia de Burgos, a tan sólo nueve kilómetros de la capital; su tierra, ni rica ni pobre, se extiende por una llanura cubierta de sembrados, principalmente de trigo y de cebada, insuficientemente regados por las escasas aguas del río Ubierna. Los inviernos son largos y fríos y los veranos cortos y calurosos: “nueve meses de invierno y tres de infierno”, según el dicho popular; sus campesinos, ni ricos ni pobres, como la tierra, tienen que trabajar duramente y soportar muchas fatigas para arrancar su sustento a esta tierra no demasiado generosa. En la lejanía, las cumbres de la Sierra de la Demanda cierran el horizonte.

Por aquellos tiempos las luchas fronterizas eran constantes y no se limitaban a las que separaban los reinos moros de los cristianos, también entre estos últimos era frecuente que disputaran con las armas en la mano la propiedad de algún villorrio, vico, villa, ciudad y hasta reino.

El reino de Navarra estaba en plena expansión y, naturalmente, quería hacerlo a consta de apoderarse de los territorios castellanos más próximos a sus fronteras. Ya en el año 1029, al caer asesinado en León el conde castellano García Sánchez, precisamente cuando se disponía a contraer matrimonio con doña Sancha, hija del rey de León Alfonso V, su cuñado, el rey de Navarra Sancho III el Mayor, casado con su hermana doña Muniadona, no tuvo reparo en hacer valer sus derechos y apoderarse del condado de Castilla. (1)

En el año 1035, a la muerte de este rey navarro que había logrado unificar bajo su mando una gran parte del territorio peninsular, de acuerdo con la ley sucesoria navarra, sus posesiones se repartieron entre sus hijos: A García Sánchez III, el de Nájera, le correspondió el reino de Pamplona y  Fernando Sánchez I el Grande recuperó gran parte de los territorios de su tío asesinado, es decir, del antiguo condado de Castilla. (2)

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Naturalmente ninguno de los dos hermanos quedó satisfecho con este reparto, pues el de Nájera, que era el primogénito, se sentía con derecho al condado Castilla y Fernando, por su parte, estaba dispuesto a recuperar todos los territorios que habían sido de su tío, y de todos sus antepasados hasta Fernán González. Ante la imposibilidad de un entendimiento amistoso, el arreglo, como en tantas ocasiones pasadas y venideras, pasó por el inevitable enfrentamiento armado. Las luchas fronterizas entre ambos hermanos duraron hasta el año 1054, en que las tropas castellano-leonesas, comandadas por el rey Fernando, derrotaron a las navarras, al frente de las cuales iba su hermano García, que resultó muerto en la batalla que tuvo lugar el 1 de septiembre, en una llanura frente a la sierra burgalesa de Atapuerca, dentro del territorio del reino de Navarra, pero lindando con la frontera que le separaba del condado de Castilla. Naturalmente, Fernando aprovechó esta victoria para recuperar los territorios que se había anexionado Sancho III el Mayor. Entre los más importantes estaban Montes de Oca, La Bureba, Trasmiera y Las Merindades. Sin embargo, respetó los derechos al reino de Pamplona de su joven sobrino, Sancho, al que proclamó rey con el nombre de Sancho Garcés IV en la misma capilla ardiente donde reposaban los restos mortales de su padre, tomándole, además, bajo su protección. No obstante, esta derrota marca el comienzo de la decadencia del reino de Navarra.

Diego Flaínez, como señor de Vivar, que había tenido que defenderse en más de una ocasión de las incursiones navarras, también tomó parte activa en la batalla al lado del rey Fernando, su pariente, y también sacó provecho de la victoria, pues se apoderó de la villa y el castillo de Ubierna, siete kilómetros al norte de Vivar, así como del también cercano castillo de Urbel, con el pueblo de La Piedra. Además, incorporó a su dominio extensas heredades y varios molinos, consolidándose, de esta forma, como señor de Vivar, pasando a dominar por completo la frontera con el vecino reino.
¡Váyase a río de Ubierna los molinos a picar
y a cobrar maquilas, como las suele cobrar!

Poco a poco, este oscuro infanzón, desplazado a otro oscuro rincón fronterizo, fue dando solidez a su pequeño señorío, poniéndose casi a nivel de los poderosos magnates castellanos de la época. A ello coadyuvó de forma importante su matrimonio con Teresa Álvarez, hija del magnate Rodrigo Álvarez, tenente de diversos territorios como Luna, Mormojón, Moradillo y Cellórigo, quién, con sus hermanos Nuño Álvarez, Diego Álvarez, Fortún Álvarez y Gonzalo Álvarez, formaban una de las más influyentes familias del Condado de Castilla, que muy pronto se convertiría en el reino más poderoso de la península.

No se sabe que tuviera más descendencia que su hijo Rodrigo, el futuro Cid Campeador, aunque algunos historiadores aseguran que tuvo un hijo ilegítimo, de nombre Fernando Díaz, que acompañó a Rodrigo en su destierro, aunque no existen noticias documentadas sobre su persona. Tampoco se conoce el año exacto de su muerte, que debió ocurrir  poco después del año 1060, siendo todavía muy joven si se tiene en cuenta que su hijo Rodrigo contaba tan sólo once años de edad. 

NOTAS: 

(1) Precisamente en el asesinato del joven conde aparecen implicados algunos miembros de la familia Flaínez.

(2) Fue conde de Castilla desde 1029 y en el año 1035 se convirtió en rey de León por su matrimonio con doña Sancha, hermana del rey Bermudo III, que no tenía descendencia y al que derrotó en la batalla de Tamarón, donde, además del trono, también perdió la vida. 

Paco Blanco, Barcelona, junio 2012.

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DOÑA JIMENA -Exégesis y disección del personaje histórico- -Por Francisco Blanco-

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La historia y la leyenda de nuestra Edad Media siempre acaban convirtiéndose en complementarias; unas veces la leyenda precede a la historia, condicionándola con su fantasía y guiándola por rutas poco creíbles, otras es la leyenda la que aparece en segunda instancia para rellenar las partes oscuras o confusas de la historia, confiriéndolas atributos de carácter más bien mágicos. En cualquier caso, si nos queremos introducir por sus apasionantes vericuetos, vale la pena que lo hagamos de la mano de ambas.

El Cid y su andadura por la borrascosa España medieval de moros y cristianos en continuo batallar, ha dado origen a una más que copiosa literatura sobre su figura y sus hazañas, en la que se hallan profusamente repartidos lo veraz y lo legendario.

Mas, en esta ocasión, vamos a tratar de sacar a primer plano una de las figuras más determinantes en la vida del Campeador, sobre la que la literatura, tanto histórica como legendaria, ha sido bastante menos generosa. Se trata, naturalmente, de su esposa Doña Jimena, en la que también convergen la historia y la leyenda.

DOÑA JIMENA DÍAZ DE VIVAR, gran señora de todos los deberes”(1), fue algo más que la sombra inseparable del héroe legendario y del invicto guerrero, vencedor en todas las batallas, fue una esposa abnegada y fiel y una leal compañera en el diario caminar, compartiendo las fatigas, los infortunios y la gloria. Ya en el verso 1604 del “Cantar del Mío Cid”, el propio Campeador habla de ella como su “querida y ondrada mugier”. El gran poeta chileno Vicente Huidobro, en su novela “Mío Cid Campeador”, hace de Doña Jimena una bella descripción: “Tenía ojos de esposa y de madre. Era bella de toda belleza, de la belleza que yo amo, belleza de España. Cuando yo llegaba ella abría los brazos de par en par como las puertas del alba”.

Si hacemos caso a Fray Prudencio de Sandoval, D. Rodrigo Díez de Vivar casó en primeras nupcias con Jimena Gómez, hija del conde D. Gómez de Gormaz, al que el de Vivar había dado muerte en caballeresca lid, que provocó la querella de su hija ante el rey Fernando I, al que reclamó, a cambio de su perdón, que la esposara con su matador. Puestas las partes de acuerdo, el obispo de Palencia no tuvo ningún reparo en bendecir aquella unión, de la que no se conoce la fecha ni se  tienen noticias posteriores. (2)

El Romancero la canta de esta manera: 

Maté a tu padre, Jimena,
Pero no a desaguisado;
Matéle de hombre a hombre
Para vengar cierto agravio.
Maté hombre, y hombre soy;
Aquí estoy a tu mandado.
Y en lugar de vuestro padre
Cobraste marido honrado.» 

Más real que  esta primera supuesta boda es el matrimonio de D. Rodrigo con Doña Jimena Díaz, celebrado, según figura en la carta de arras que se otorgaron los contrayentes, el 19 de julio de 1074. No deja de sorprender, sin embargo, la edad de los contrayentes: la novia tenía 28 años y el novio 31. Edad muy avanzada para una época en que las parejas solían casarse antes de cumplir los veinte. Este hecho deja margen a la especulación sobre la posibilidad de que alguno de los contrayentes, o tal vez los dos, hubieran estado casados con anterioridad.

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También es muy posible que esta boda se debiera a razones de estado impuestas por el monarca leonés Alfonso VI el Bravo, que pronto empezó a autodenominarse el Emperador, quien había accedido al trono de Castilla el año 1072, tras largos y turbulentos enfrentamientos con su hermano Sancho II el Fuerte, heredero del trono castellano a la muerte de su padre, Fernando I, en el 1065, que había repartido sus reinos entre sus cinco hijos, siguiendo la ley Navarra de sucesión. Este conflicto entre hermanos acabó, después de un prolongado periodo de violencia, que duró siete años, y en el que se produjeron distintas alternativas, con el asesinato del rey Sancho a las puertas de Zamora por Bellido Dolfos, un noble leonés partidario de Alfonso, que había heredado el reino de León. Este magnicidio permitió a Alfonso convertirse en rey de León, de Galicia y de Castilla.

La nobleza leonesa, partidaria de Alfonso, y la nobleza castellana, que se había mantenido siempre al lado de Sancho, siguieron, no obstante, manteniendo sus viejas rencillas y sus líderes más representativos continuaron política y personalmente enfrentados. Por esa razón, el rey Alfonso, aunque fuera su obligación buscar una buena esposa a sus vasallos, trató, al mismo tiempo, de limar asperezas poniendo en marcha una política de matrimonios y de cesiones territoriales  hereditarias que acercaran a las partes enfrentadas.

Doña Jimena pertenecía a la más alta nobleza leonesa, su padre era el conde Diego Fernández, hijo del conde Fernando Flaínez y de Elvira Peláez, y sus hermanos, Rodrigo y Fernando, ostentaban los títulos de condes de Asturias y Astorga. El linaje de los Laínez era uno de los más ilustres de Asturias y León y a él pertenecía también el rey Alfonso, por lo que Jimena Díaz resultaba ser prima suya en segundo o tercer grado.

Por su parte D. Rodrigo, huérfano de padre a los 15 años, vivió durante cinco años en la corte leonesa de Fernando I, donde compartió estudios y juegos con el infante Sancho, quien trabó con él gran amistad y le tomó bajo su protección, y es de suponer que ocurriera algo parecido con sus hermanos, los infantes García y Alfonso, de edades más similares a las de Rodrigo, pues el infante Sancho le llevaba siete u ocho años. No sería de extrañar, igualmente, que durante estos años de estancia en la corte leonesa conociera también a su futura esposa doña Jimena. El joven Rodrigo recibió no pocos privilegios por parte de su protector el infante Sancho: antes de convertirse en rey de Castilla le armó caballero en Zamora y también fue su compañero de armas en varias de sus numerosas expediciones militares por los reinos de taifas. Una vez sentado en el trono de Castilla le nombró Alférez Real, lo que le convirtió en jefe de las fuerzas reales, título, todo hay que decirlo, al que Rodrigo se hizo acreedor por méritos propios, pues su fama de gran guerrero y sus hazañas ya se habían extendido por todos los reinos de la península. El título de Campidoctor, o Campeador, que significa “el que defiende la justicia en el campo de batalla” (3), lo consiguió el año 1066, con tan sólo 20 años, al presentarse para dirimir un litigio entre el rey de Navarra Sancho IV y el de Castilla Sancho II, por la posesión de la aldea riojana de Pazuengos. El litigio se resolvió mediante una ordalía, también conocida como Juicio de Dios, que consistía en un combate a muerte entre “caballeros campeones”; por parte navarra luchó  el gigante  Jimeno Garcés, vencedor en más de treinta combates anteriores, mientras que Rodrigo de Vivar defendió los intereses de su señor, Sancho II. La terrible pelea, que duró más de una hora, se dirimió en campo abierto a mandoblazo limpio, acabando con un golpe mortal que el burgalés asestó al navarro.

La prolongada presencia de Rodrigo en la corte de Fernando I, conviviendo prácticamente en un plano de igualdad con sus hijos y sus más cercanos allegados, hace pensar que el linaje del joven de Vivar estaba también ligado a la más alta aristocracia astur-leonesa. Efectivamente, el padre del Cid, Diego Laínez, descendía en línea directa del linaje de los Flaínez, lo que lleva a la conclusión de que o bien los abuelos o los bisabuelos paternos de Jimena y Rodrigo eran hermanos y, por lo tanto, sus descendientes primos. Posiblemente la querella que los Flaínez mantuvieron con el rey Fernando I provocara que la rama correspondiente a los abuelos de Rodrigo quedara desplazada a la frontera de Castilla con Navarra. Vivar, patria del Cid y señorío de su padre, estaba tan sólo a siete kilómetros del límite con los dominios del rey de Navarra. Su madre, Teresa Rodríguez, que fue la que propició el traslado de su hijo a León al quedarse viuda, era hija del magnate  Rodrigo Álvarez, tenente de numerosos territorios del valle de Sedano y de la comarca de Juarros, que pertenecía a una de las más poderosas familias del condado de Castilla; uno de sus miembros, Alvar Fáñez, primo de Rodrigo, llegó a ser su lugarteniente y compañero en su aguerrida y azarosa vida militar. En la carta de arras que Rodrigo concede a Jimena se cita a este pariente suyo y a Álvaro Álvarez, con el mismo grado de parentesco:

 “Et donno tibi istas villas, quoe sunt supra scriptas, pro ipsas villas, quoe mihi sacarunt Alvaro Fànniz, et Alvaro»

«Alvariz sobrinis meis”

(Doy todas estas villas sobredichas por las villas que me sacaron Alvar Fáñez y Álvaro Álvarez mis primos-hermanos).

Rodrigo Díaz de Vivar, por lo tanto, al proclamarse rey de Castilla Alfonso VI, aunque de escasa hacienda, era uno de los prohombres más representativos de la nobleza castellana y contaba con la estima y la confianza del nuevo monarca, a pesar de haber sido sustituido en su cargo de Alférez del Rey por el conde leonés García Ordoñez. A pesar de ello, al concertar el rey Alfonso la boda de su prima Jimena estaba buscando el acercamiento entre la nobleza astur-leonesa y la castellana, cuyas relaciones no eran lo que se dice muy cordiales. Con esta boda, por lo tanto,  quedaban mas estrechamente ligadas dos de las más poderosas familias del reino castellano-leonés.

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La boda se celebró el 19 de julio del 1074 y el contrato matrimonial quedó sellado por las arras que ambos esposos se concedieron, prohijándose mutuamente y designándose herederos universales de sus propiedades en el caso del fallecimiento de uno de ellos.

El Fuero leones establecía las arras matrimoniales en el 50% de los bienes, mientras que el Fuero castellano las limitaba al 10%, no obstante Rodrigo, «por el decoro de vuestra hermosura y en alianza del matrimonio virginal», prefirió acogerse al Fuero leonés entregando a Jimena un total de 39 villas de las 80 que por entonces ya poseía el Campeador. Poco después el rey Alfonso le confirmará el título de Señor de Vivar con carácter hereditario, lo que viene a ratificar las buenas relaciones existentes entre ambos. (4)

Durante los primeros años el matrimonio vive en las propiedades de Rodrigo en Burgos, llevando una vida hogareña y apacible, aunque el Campeador, que sigue al servicio del rey Alfonso, tiene que efectuar algunos viajes para actuar como juez en la resolución de varios procesos y también como recaudador  de las parias que algunos reinos de taifas tributaban por la protección que recibían del rey de Castilla y León. Nada, dentro de las relaciones entre señor y súbdito, hacia presagiar el trágico enfrentamiento que iba a surgir entre ellos al cabo de pocos años.

También, como es lógico y natural en la mayoría de los matrimonios, fueron llegando los hijos. Hasta tres alumbramientos tuvo Doña Jimena en los tres años siguientes a su matrimonio. La primera en nacer fue Cristina, en 1075, la siguió en 1076 un varón, Diego, y finalmente, en 1077, nació María, la última de su descendencia.

El Romancero nos habla de la belleza de Jimena cuando acudió por primera vez a misa después de su primer parto: 

“Tan hermosa iba Jimena
que suspenso quedó el sol
en medio de su carrera
por poderla ver mejor.” 

Esta vida apacible, sedentaria para Jimena, que se dedicaba en exclusiva a la educación de sus hijos y el cuidado del hogar, algo más activa para Rodrigo, que tenía que atender los negocios que su señor le encomendaba por diferentes puntos del reino, se rompió bruscamente al cabo de siete años, al desatarse sobre la persona del Campeador la conocida como “Ira Regia”, que acarreaba la inmediata ruptura de los vínculos entre el rey y su vasallo. El rey Alfonso, cuya política con respecto a los reinos de taifas se basaba en sembrar la discordia entre ellos para fomentar su división y debilitamiento, en el año 1081 se encontraba en el reino de Toledo ayudando al rey Alcadir, que se había declarado vasallo suyo y se encontraba amenazado por el resto de los caudillos árabes, que se habían apoderada de la plaza castellana de Gormaz. Esta ocupación llegó a conocimiento del Campeador, que rápidamente se puso al frente de sus huestes liberando de nuevo la plaza, apoderándose, de paso, de un enorme botín y haciendo, además, más de siete mil prisioneros, que puso a disposición de su rey y señor, después de haber gratificado a sus huestes y quedarse él mismo con la parte que le correspondía. Pues bien, este éxito militar de Rodrigo, uno más en su impresionante historial, no fue del agrado del rey, quien consideró que dicha acción había puesto en peligro la realización de sus planes y su propia seguridad personal. El rey disfrutaba del privilegio de romper la relación de vasallaje con sus súbditos de forma arbitraria, sin acusación formal y sin dar explicaciones sobre su decisión, atendiendo, en muchas ocasiones, a acusaciones lanzadas por los llamados “mastureros” o “mezcladores”, enemigos del perjudicado, sobre el que lanzaban toda clase de infundios. ¿Participó el conde García Ordóñez, nuevo Alférez Real y enemigo declarado del Campeador, en esta campaña de desprestigio que acabó con la pérdida del favor real?. Es muy posible que así fuera, dada la antigua rivalidad existente entre ambos caballeros.

El “Cantar del Mío Cid nos lo cuenta así:   

“Así me han pagado, así, mis enemigos malvados” 

Nueve días eran el plazo del que disponía el Campeador para abandonar Castilla después de que el portero del rey le entregara la carta de destierro, que acarreaba también la pérdida de sus bienes y de su honra. En tan corto tiempo Rodrigo debe resolver el inmediato futuro de su familia, así como organizar la intendencia de aquellos de sus vasallos que debían expatriarse con él, sirviéndole en el destierro hasta “ganarle el pan”. Y esto es, precisamente, lo que el Cid va a hacer, ganarse el pan como puede, pues “todo caballero desterrado se iba a tierra de moros, ya que se puede  decir que casi no tenía otro medio de ganarse la vida…” 

“He gastado el oro y toda la plata,

bien lo veis vos que conmigo no llevo nada,

y lo necesitaré para toda esta compañía.

He de obtenerlo por fuerza, que de regalo no tendré nada” 

Esta reflexión hace el Campeador con su fiel servidor Martín Antolinez, “el burgalés de pro”, y entre los dos traman un plan para conseguir que los prestamistas judíos, Raquel y Vitas, les concedan un crédito con el que poder afrontar los primeros gastos. (5)

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La leyenda cidiana nos cuenta como consiguieron convencer a dichos usureros, lo cierto, aunque resulte difícil de creer, es que Rodrigo recibió de sus manos la suma de 600 marcos que le sirvieron para hacer frente a los primeros y numerosos gastos que abandonar su familia, sus posesiones y el reino le iban a ocasionar.

Como primera medida Rodrigo entrega a su familia en encomienda al Monasterio de San Pedro de Cardeña, un cenobio benedictino rico y poderoso, muy cercano a Vivar y a Burgos, donde gozarían del privilegio de inmunidad contra los sayones del rey y donde podrían permanecer hasta que él pudiera regresar, conseguido el perdón real, o bien les llamara a su lado cuando tuviera aposento para ellos. El pacto o contrato entre el abad don Sisebuto (6) y el de Vivar queda reflejado de esta forma en el “Cantar”: 

“Gracias, señor abad, os lo agradezco mucho.

Mas porque voy desterrado os entrego cincuenta marcos,

si yo viviera más tiempo, eso se os doblará.

No quiero en el Monasterio causar perjuicios económicos.

Y aquí, para Doña Jimena os doy otros cien marcos.

A ellas, a sus hijas y a sus damas servidlas este año.

Os dejo dos hijas niñas, cuidádmelas,

os las encomiendo a vos, abad don Sancho,

de ellas y de mi mujer cuidad con gran esmero.

si esa cantidad se acaba o si os falta algo,

proveedlas debidamente, yo os lo mando:

Por un marco que gastéis, daré al Monasterio cuatro” 

Aceptado el trato por las dos partes, llega el doloroso momento de la despedida, pues el plazo se está acabando y el Campeador debe partir sin demora para el destierro, si no quiere ser perseguido por los sayones reales. En presencia del abad don Sisebuto, los monjes del monasterio y  las cinco damas de compañía de Doña Jimena, ésta y sus dos hijas le abrazan tiernamente, besándole las manos y llorando amargamente: 

“¡Gracias, Campeador, que en buena hora nacisteis!

Por malvados intrigantes sois desterrado.

Henos aquí, ante vos, a mí y a vuestras hijas, niñas son y muy pequeñas”. 

El Campeador, sin poder evitar que unas lágrimas se deslicen por sus mejillas, humedeciendo su tupida barba, coge a sus hijas en brazos estrechándolas contra su pecho, mientras se despide de su mujer, que le contempla llorando también desconsolada: 

“¡Ea, Doña Jimena, mi extraordinaria mujer,

como a mi propia alma yo os quiero!”. 

Mientras el Campeador se aleja galopando a lomos de su caballo,  las campanas de San Pedro tañen en su honor. Al otro lado del puente que atraviesa el Arlanzón 115 de sus fieles vasallos le esperan para acompañarle en su próxima andadura. Ninguno de ellos sabe lo que les va a deparar el destino, ni como van a sobrevivir en tierra de moros. Bueno, esto sí que lo intuyen: ¡Guerreando!.

Doña Jimena, viendo como la figura del Campeador desaparece en la lejanía, es consciente también de que una nueva vida comienza para ella y sus acompañantes: sus cinco damas de compañía y sus dos hijas, Cristina, de seis años, y María de cuatro, incapaces todavía de comprender la dimensión de la tragedia familiar que ha originado el destierro de su padre. Pero también, en este punto, una pregunta se hace inevitable: ¿Dónde está Diego, su hijo varón y heredero, que a la sazón debía de contar cinco años de edad?. Para responder hay que recurrir a las suposiciones, puesto que ni el “Cantar” ni la “Historia Roderici” ni ningún documento de la época aclara su paradero cuando estos hechos se producen. Resulta difícil pensar que, dada su corta edad, se pusiera de parte del rey y en contra de su padre en el pleito entre ambos. Más fácil resulta suponer que fuera prohijado por alguno de sus tíos o familiares, paternos o maternos, para atender a su educación mientras durase el destierro, cosa que en el Monasterio hubiese resultado mucho más complicada. En realidad no era muy extraño por aquella época que los sobrinos se educasen en casa de los tíos maternos, por lo que no resulta improbable que Diego estuviera en Asturias, en la corte de alguno de los hermanos de Jimena. A pesar de que no hay noticias documentadas sobre las relaciones del Campeador con su hijo, los indicios apuntan a que no fueron excesivamente cordiales hasta que se produjo el segundo perdón del rey, lo que permitió la reunificación familiar en Valencia, ciudad conquistada por Rodrigo a los almorávides, de la que era dueño y señor.             

Tampoco se sabe con exactitud el tiempo que permaneció Jimena en Cardeña, al cuidado de sus hijas, con la ayuda de sus cinco damas de compañía. Estaban instaladas en las casas del Monasterio más cercanas a la portería y en ellas, según el “Cantar”, permanecieron nada menos que durante diecisiete años hasta que pudieron reunirse con el Cid-para entonces ya era conocido con dicho sobrenombre-en la ciudad de Valencia. (7)

¿No la llamó a su lado el Campeador durante los cinco años que permaneció en Zaragoza al servicio del rey Moctadir primero, y de su hijo y sucesor Mutamin después?. Parece ser que la actividad militar del Campeador era tan intensa que no había lugar ni tiempo para la vida familiar. No obstante, en el “Cantar” se refleja que después de tomar a los moros la plaza y el castillo de Alcocer, lo que le representó un sustancioso botín, manda a Minaya Alvar Fáñez, su lugarteniente y pariente, a la corte de Castilla con un regalo de treinta caballos, con sus sillas y arreos y treinta espadas en los arzones, para su señor el rey Alfonso, pero sin olvidarse de su mujer y sus hijas, que esperaban sus noticias en Cardeña: 

“Aquí tenéis oro y plata,

una bota llena que nada le faltaba.

En Santa María de Burgos encargad mil misas,

y lo que sobrare dadlo a mi mujer y a mis hijas,

que pidan por mí noche y día,

que si yo viviere serán damas ricas”. 

El rey aceptó gustoso el obsequio, pero eludió otorgar su perdón alegando que todavía era demasiado pronto. Pero no pasó demasiado tiempo sin que esto ocurriera. En el año 1082 el Campeador acude en ayuda del rey, que estaba sitiado en el castillo de Rueda. Alfonso, agradecido por su gesto, le levanta el destierro y le pide que vuelva con él a Castilla, pero los intereses del de Vivar estaban entonces en Zaragoza, por lo que declina la oferta y decide continuar al servicio del rey Muntamin, pero con la gracia del rey recuperada.

El Cid, o zidi, como le habían empezado a  llamar los moros, continuó sus correrías al frente de sus mesnadas, que ya superaban los tres mil hombres, por tierras de Aragón, de Cataluña y de Levante, consiguiendo victoria tras victoria sobre sus enemigos, fueran éstos infieles o cristianos, apoderándose, de paso, de todo lo que de valor encontraban. Tanto saqueo había enriquecido al Campeador, que nunca ocultó su afán de riqueza, tal vez para resarcirse de las penurias pasadas, pero también sus hombres participaron en el reparto de tanto botín, por lo que se habían convertido en fieles seguidores de su caudillo, al que obedecían fielmente y estaban dispuestos a dar su vida por él. En el “Cantar” se refleja una conversación sobre el tema entre el Cid y su fiel Minaya Álvar Fáñez : 

“¡Demos gracias a Dios, Minaya, y a Santa María su Madre!

Con mucho menos salimos de la villa de Vivar.

Ahora tenemos riquezas y más tendremos en adelante”. 

Mientras el Cid y su hueste guerrean y saquean, en Cardeña siguen viviendo Doña Jimena y sus hijas, que los años van convirtiendo en apuestas doncellas, siempre servidas por sus damas, con la esperanza puesta en que algún día, cada vez menos lejano, cambie su suerte y aparezca su esposo, padre y señor para llevárselas consigo. En tanto esto ocurre, Doña Jimena, que además de ser mujer de alta estatura lo es también de elevado carácter, se ocupa de que la educación de sus hijas sea acorde con su linaje, aunque es de suponer que en esta labor también contara con la ayuda de alguno de los doctos monjes del monasterio. Su vida es cómoda y apacible-de nada les falta-pero la añoranza de su esposo sigue albergada en su alma. En muchas ocasiones, en especial cuando oye algún galopar que se acerca por el camino del monasterio, su cuerpo se estremece y su corazón se pone a latir aceleradamente: “¿Será él, por fin?”, se pregunta con ansiedad. La decepción la inunda de melancolía, pero pronto se sobrepone y continúa con sus cotidianas labores: “Será cuando Dios quiera”, es su cristiano consuelo.

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¿Pasó alguna vez el Campeador a visitar a su familia después de su primera reconciliación con Alfonso VI?. Lo cierto es que, en el año 1087, los almorávides desembarcan de nuevo en la Península con la intención de recuperar Toledo e infringen severas derrotas a las tropas castellanas, quedando el monarca castellano-leonés en precaria situación, con todos los reyes de taifas alzados contra él. De nuevo acude el Campeador al frente de sus mesnadas, en ayuda del que siempre consideró como su rey y señor. Con su ayuda la situación se reestableció a favor de Alfonso VI y Toledo permaneció en poder de los cristianos. El rey, en agradecimiento, le acoge como el más fiel y esforzado  de sus vasallos, y como recompensa le otorga la tenencia de siete castillos con sus correspondientes alfoces: Dueñas, Gormaz, Ibia, Iguña, Campoo, Langa y Briviesca. Esta última villa, la actual capital de la comarca de la Bureba, no dista excesivamente del Monasterio de Cardeña, no obstante, no hay ningún documento ni referencia de que el Cid se desplazara hasta él para estar con su familia.

También es muy posible que ya para esas fechas, dado que el Campeador había recuperado el favor real y con él todas sus posesiones, Doña Jimena, sus hijas y su séquito, hubiesen abandonado el monasterio para trasladarse a sus casas de Burgos o de Vivar y su hijo Diego se hubiese reunido con ellas. Esto pudo ocurrir en el 1083, con motivo de un más que probable viaje de Doña Jimena a Asturias para solventar con sus hermanos un asunto de herencias. En cualquier caso, no consta que Doña Jimena tuviera ningún encuentro con su marido. 

A pesar de todos sus generosos obsequios y de toda la ayuda militar que el de Vivar ha prestado a su rey, no tarda mucho en caer de nuevo en desgracia. A finales de 1089 los almorávides, al mando de su emir Yusuf, vuelven a desembarcar en Algeciras y, en unión del rey Moctadir de Sevilla y el resto de los reyes de taifas, forman un poderoso ejército con el que acosan todos los territorios cristianos de Andalucía y Murcia; el rey Alfonso llama en su ayuda al Campeador, pero en esta ocasión se produce una descoordinación entre ambos que impide que las huestes del Cid se encuentren con las del rey y se produzca la ayuda. Esta vez se le acusa de infiel y traidor, y el rey, haciendo caso nuevamente de sus acusadores, ordena que sea desposeído de todas sus villas, castillos y tenencias, así como del resto de sus bienes, añadiendo, además, pena de prisión para su mujer y sus hijos. El Cid se defiende con firmeza de dichas acusaciones, exigiendo sean escuchadas sus alegaciones y, en último caso, tenga lugar el consabido duelo jurídico, a lo que el rey se niega, accediendo, sin embargo, a que su familia sea puesta en libertad y pueda acompañarle en el destierro. En esta última decisión del rey influyó, sin duda, la petición de clemencia para su marido y sus hijos,  hecha por Doña Jimena al rey Alfonso en su calidad de pariente consanguínea, evitando que el baldón de la deshonra cayera sobre miembros de su misma estirpe.

Pero no se produce todavía la reunión familiar. Parece ser que Doña Jimena y sus hijos, al abandonar la prisión, partieron de nuevo hacia sus propiedades en Castilla.

En el año 1092 se produce de nuevo la reconciliación entre el rey y su vasallo; el Cid, sin embargo, ofendido y defraudado por la actitud de su rey para con él y su familia, acepta el perdón y su rehabilitación, pero está decidido a forjarse su propio señorío, por lo que continúa su campaña triunfal por tierras levantinas, que culminará con la conquista definitiva de Valencia a finales del año 1092.

No se vuelve a saber nada más de Doña Jimena y sus hijos hasta finales del año 1094, cuando el Cid, después de infligir una severa derrota a los almorávides en la célebre batalla de Cuarte (8), consolidando de esta forma el seguro dominio sobre Valencia, manda en su busca a su lugarteniente Minaya, reuniéndose esta vez la familia de forma definitiva. Sólo la muerte les iba a separar.

El encuentro de Minaya con Doña Jimena y sus hijas el “Cantar” nos lo cuenta así:

                              “Me humillo ante vos, Doña Jimena,

                               ¡que Dios os guarde de todo mal!

                         y así lo haga también con vuestras hijas!

                            Os  saluda mío Cid desde donde está”

 Si se ha de hacer caso a estas palabras de Álvar Fáñez, se llega a la conclusión de que el hijo y heredero del Cid, Diego Rodríguez, que por entonces contaba con dieciocho años de edad, ya se encontraba acompañando a su padre en sus correrías contra el rey de Denia y los almorávides.

A Doña Jimena y sus hijas, en la última etapa de su viaje hacia Valencia, viene a recogerlas Pedro Bermúdez, otro de los más valiosos y fieles capitanes del Cid, al frente de cien guerreros.

El Cid, acompañado por el obispo Don Jerónimo y sus respectivos séquitos, salen a esperarlas a las puertas de la ciudad. El encuentro resulta de lo más solemne y emotivo. El “Cantar” lo cuenta así: 

“Cuando le vio Doña Jimena se echó a sus pies.

¡Oh Campeador, que en buena hora ceñiste espada,

muchas veces me habéis sacado de muchas vergüenzas malas;

henos aquí, señor, a mis hijas y a mí,

para Dios y para vos son buenas y están ya criadas”. 

El Cid, muy emocionado, pero con grandes muestras de alegría, las abraza estrechamente, al tiempo que las invita a entrar en su ciudad: 

“Vos, Doña Jimena, mi querida y honrada mujer,

y vosotras, hijas mías, mi corazón y mi alma,

entrad conmigo en la ciudad de Valencia,

este feudo vuestro, que yo he ganado para vos”. 

Después de recibir la bendición del obispo Jerónimo, entre la alegría y el bullicio de la población que ha acudido a recibirlas, y el estruendo que produce el entrechocar de las armas de las mesnadas del Cid, en señal de bienvenida, entran Doña Jimena y sus hijas en la ciudad que iba a ser su hogar durante los siguientes siete años.

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No puede decirse que la vida de Doña Jimena y sus hijas resultara excesivamente placentera en la opulenta y cultivada corte que el Cid había montado en Valencia, en la que se desarrollaba una importante actividad cultural y en la que no faltaban los poetas, tanto árabes como cristianos. Las continuas y sangrientas batallas que el de Vivar tuvo que sostener para mantener a raya a sus numerosos enemigos mantenían a su familia en un casi permanente estado de ansiedad y temor. Finalmente, en el mes de agosto del año 1097, se produjo la primera tragedia. Un poderoso ejército almorávide capitaneado por Mohammed Ben al Hach se dirige a la ciudad de Toledo, donde Alfonso VI tenía establecida su Corte, con intención de sitiarla. El rey decide salirles al paso en la plaza fuerte de Consuegra, pero para reforzar sus huestes decide pedir ayuda de nuevo al Campeador. El Cid no puede abandonar Valencia, pero, como fiel vasallo, envía a su hijo Diego y a su lugarteniente Álvar Fáñez  con un numeroso y aguerrido grupo de jinetes para que ayuden al monarca castellano-leonés. Desde el castillo de Consuegra la caballería y la infantería castellanas se lanzan contra los almorávides, a su frente van Álvar Fáñez, Pedro Ansúrez, García Ordóñez, el viejo enemigo del Cid, y su propio hijo Diego. Pero esta vez el ímpetu sarraceno fue superior al cristiano y la caballería almorávide comenzó a infligir un duro castigo a la infantería cristiana, obligándola a retirarse hacia el castillo en franca desbandada. En la confusión de la huída el hijo del Cid y muchos de sus hombres fueron rodeados y pasados a cuchillo. La victoria almorávide fue total. Esto ocurría en el atardecer del día 15 de agosto de 1097, Diego Rodríguez de Vivar, el único hijo varón del Cid Campeador y heredero de su linaje tan sólo tenía veintiún años de edad. (9)

La noticia de la muerte de su hijo, con el que realmente había llegado a convivir poco tiempo, causó un profundo dolor en el corazón del Campeador, que tenía puestas sus esperanzas en que le sucediera al frente de sus ya importantes dominios. No obstante, su orgullo de guerrero supo sobreponerse a su amor de padre y durante lo que quedaba de aquel año de 1097 y la primera mitad de 1098, completó la conquista de las plazas de Almenara y de Sagunto, que cayó el 24 de junio, sometiéndolas a su vasallaje.

Más difícil es describir el dolor que la infausta noticia causó en Doña Jimena. ¿Quién puede saber los sentimientos de dolor, de angustia, de desesperación, de impotencia y de rabia que se apoderan de una madre ante la noticia de la muerte de un hijo?. Sólo otra madre nos podría responder.

Para siempre quedará fijada en la mente de Doña Jimena la imagen de su hijo Diego, cabalgando erguido y orgulloso al frente de su tropa-tal vez por primera vez-saliendo de Valencia para acudir en ayuda de su rey y pariente, acosado por los infieles. ¡Muy caros pagaron, su esposo y ella, sus servicios al rey Alfonso, su señor!. Pero, en el caso de Doña Jimena, al dolor de madre hay que sumar la zozobra y la incertidumbre que la producen las continuas salidas al campo de batalla de su esposo Don Rodrigo, “el que en buena hora nació”.

Tal vez la muerte de su hijo hizo reflexionar al Campeador sobre la azarosa y belicosa existencia que había llevado hasta entonces, o tal vez tuvo una premonición sobre lo cercano de su fin, el caso es que después de la conquista de Sagunto se retiró a su corte valenciana, a disfrutar del descanso del guerrero y de la compañía de su esposa y de sus hijas.

Poco duró esta vida tranquila, sin guerras ni cabalgadas; la fuerte naturaleza del Campeador estaba minada por las numerosas heridas recibidas en decenas de años de incansable guerrear y por ellas se le escapaba la vida, su gloriosa vida de caudillo invencible. El Cid murió un día de julio del año 1099. Contaba 50 años de edad. La noticia de su muerte pronto se propagó por los cuatro puntos cardinales. Un monje francés escribió su epitafio: “En España, en Valencia, murió el conde Rodrigo con gran duelo de los cristianos y gozo de los enemigos paganos”.

De acuerdo con las arras establecidas en su matrimonio y el diploma concedido por Alfonso VI, ante la carencia de un sucesor varón, a la muerte de su esposo Doña Jimena se convierte en señora de Valencia y de todos los territorios conquistados por el Cid. Una nueva tribulación a añadir a las muchas que ya tiene. Los dominios del Cid estaban sólidamente afincados, pero era necesario encontrar un varón que supiese asumir su dirección y su defensa: Tenía dos hijas solteras y casaderas, por lo que era menester buscarlas marido. (10) 

Aunque no se sabe con exactitud la fecha, es más que probable que al año siguiente de la muerte del Campeador, es decir, en el 1100, se produjera la boda de la más joven de sus hijas, María, con el conde de Barcelona Ramón Berenguer III (11). En este matrimonio también estaban presentes importantes razones de Estado, puesto que el conde catalán, que había tenido diversos enfrentamientos con el Cid, en los que siempre resultó derrotado, tenía importantes ansias expansionistas por el Levante; de hecho, en el 1097 había intentado apoderarse de Tortosa y Amposta sin poder lograr sus propósitos. Esta boda, por lo tanto, ponía en sus manos el control de los extensos dominios del Cid. Pero este proyecto político y matrimonial de Doña Jimena fracasó: Del matrimonio nacieron dos hijas, María y Jimena, lo cual invalidaba al conde catalán como heredero, además, Ramón Berenguer tuvo que abandonar urgentemente Valencia, pues los almorávides amenazaban sus condados catalanes.

De nuevo las dificultades acosan a Doña Jimena. Ella es una mujer de carácter, como lo ha demostrado a lo largo de su azarosa existencia, no se arredra ante las dificultades, pero es perfectamente consciente de que para mantener los dominios que le dejó el Cid, su marido, no solamente hace falta valor, es preciso también saber guerrear y conocer las artes de la guerra. Además, el viejo emir Ben Yusuf, al que tantas veces derrotó el Campeador, sabe que ha llegado su oportunidad, y de nuevo envía un poderoso ejército a sitiar Valencia. La única alternativa que la queda es llamar en su ayuda a su primo el rey Alfonso. Con la llegada de Alfonso VI y sus huestes a Valencia los almorávides detienen su ofensiva, pero se quedan a la expectativa. Durante dos meses el rey de Castilla permanece en la ciudad valenciana buscando una solución, que siempre pasa por encontrar un líder que ayude a Doña Jimena a conservar Valencia. Como esto, desgraciadamente, no ocurrió y el rey debía de regresar a su reino, en el mes de mayo del 1102 se decide abandonar la ciudad.

Doña Jimena y Don Alfonso, al frente de sus huestes, que protegen el cadáver embalsamado del Cid Campeador, que tantas veces les había conducido a la victoria, abandonan Valencia, no sin antes haberla incendiado por sus cuatro costados.

Cuando sus cenizas se enfrían, Ben Yusuf y sus hombres entran de nuevo en la ciudad.

Otra vez el destino conduce a Jimena al Monasterio de San Pedro de Cardeña, a donde llega con el cadáver momificado de su marido.

A partir de aquí tampoco se tienen muchas noticias sobre la vida de la viuda del Cid, al que sobrevivió al menos catorce años. Se sabe que en el año 1113 vendió su propiedad de Valdecañas, que formaba parte de la dote recibida en las arras matrimoniales, al abad del Monasterio de Cardeña:

“Es de mi agrado venderos aquella mi heredad de Valdecañas. Está aquella heredad integrada por el Monasterio de San Pelayo Mártir, con sus casas y solares, con tierras y viñas y molinos y prados y todo lo que a él pertenece, en el precio de 500 sueldos de plata”.

Lo cual indica que, mientras estuvo viva, siguió manteniendo una estrecha relación con el monasterio, aunque lo más probable es que viviera en sus propiedades de Burgos.

Todavía, durante estos años de viudedad, tuvo que afrontar Doña Jimena la muerte de María, la más pequeña de sus hijas, a la que casó con el conde catalán Ramón Berenguer III, en un fallido intento por salvar Valencia. Este matrimonio, que apenas duró dos años, pues María murió en el 1105, la proporcionó dos nietas, María y Jimena, que casó en 1107 con el conde Bernat III de Besalú y en el 1117 con Roger III de Foix, conde de Foix. (12).

Cristina, la única hija que la sobrevivió, casó con Ramiro Sánchez de Navarra, conde Monzón, de cuyo matrimonio nació su otro nieto, el  futuro rey de Navarra García Ramírez VI, el Restaurador. (13)

La fecha de la muerte de Doña Jimena también ha sido motivo de polémica, aunque, finalmente, se ha impuesto la del 19 de agosto de 1116, según recoge la “Primera Crónica General”.

Doña Jimena fue enterrada, como era de ley, junto a su esposo, Don Rodrigo Díaz de Vivar, aunque su tumba, como si estuviera dominada por el itinerante espíritu del Cid Campeador, tuvo, a lo largo de los siglos, un incesante ir y venir de un sitio para otro. A Alfonso X el Sabio, uno de sus descendientes, en una de sus visitas al monasterio no le gustó su ubicación, por lo que la hizo colocar a la izquierda del altar mayor; siglos más tarde, en 1447, unas reformas obligaron a trasladarla a la sacristía, hasta 1541, en que retornó al lado del Evangelio. En el primer tercio del siglo XVIII se levantó una capilla en honor del abad San Sisebuto, el que diera cobijo en el monasterio a Doña Jimena y sus hijas cuando el Cid sufrió su primer destierro, y en esta capilla se añadió un panteón para que acogiera los restos de los esposos; aquí reposaron hasta que las tropas francesas invadieron Burgos en el año 1809 y saquearon todo lo que se les puso por delante, sin que se salvara el Monasterio de San Pedro Cardeña. En 1826 los restos de la pareja volvían a su anterior ubicación en el monasterio, pero en 1842 la desamortización decretada por el regente Espartero dejó a las órdenes religiosos en una precaria situación económica, lo que obligó al Ayuntamiento de Burgos a trasladar la tumba a la Casa Consistorial, donde permaneció hasta el año 1921, en que, de forma definitiva, al menos hasta la fecha, los restos de Doña Jimena y el Cid fueron depositados bajo una enorme pero sencilla losa de mármol, en el crucero central de la catedral de Burgos.

Aquí acaba la azarosa odisea que fue la historia de un héroe legendario, el Cid, y su fiel y abnegada esposa, Doña Jimena. 

NOTAS: 

(1) María Teresa León, muy ligada a la ciudad de Burgos donde dio sus primeros pasos literarios, escribió “Doña Jimena Díaz de Vivar, gran señora de todos los deberes”, una magnífica biografía novelada de la esposa del Cid. (Editorial Losada, Buenos Aires, 1960).

(2) Fray Prudencio de Sandoval se basa en el manuscrito del siglo XIV “De las Mocedades de Rodrigo”. Menéndez Pidal, por su parte, afirma que tan sólo se trata de una leyenda de juglares.

(3) El título de Campidoctori o Campeador conllevaba también autoridad jurídica para intervenir en nombre del monarca en determinados procesos y querellas.

(4) La Carta de Arras Matrimoniales del Cid y Doña Jimena se conserva en el Museo de la Catedral de Burgos.

(5) En la capilla del Corpus Christi de la catedral de Burgos se exhibe un arcón medieval que, desde hace siglos, forma parte de la leyenda cidiana, según la cual se trata de uno de los dos cofres llenos de piedras y arena que el Cid entregó a los judíos Raquel y Vita como garantía de un préstamo de 600 marcos.

(6) En el año en que el Cid sufrió su primer destierro el abad de Cardeña se llamaba Sisebuto, no Sancho como dice el “Cantar”. Murió en 1086, siendo enseguida objeto de veneración por parte del pueblo. El Papa Pío VI lo canonizó en 1736.

(7) Francisco de Berganza: “Antiguedades de España”

(8) La batalla de Cuarte tuvo lugar el 21 de octubre de 1094, en ella el Cid, con un ejército de unos 7.000 hombres, puso en desbandada al ejército almorávide, integrado por más de 10.000, al mando del emir Yusuf-Ibn Tasufir, que habían puesto sitio a la ciudad de Valencia.

(9) Desde 1997 en Consuegra se conmemora cada 15 de agosto el recuerdo de la heroica muerte del hijo del Cid.

(10) El matrimonio de las hijas del Cid, Doña Elvira y Doña Sol con los infantes de Carrión, Don Fernando y Don Gonzalo, así como la consiguiente afrenta de Corpes, que tanta literatura han provocado,  está plenamente demostrado que son pura fantasía del autor o los autores del “Cantar”, por esa razón no se ha considerado oportuno incluirlo en el presente trabajo.

(11) Ramón Berenguer III, el Grande, era hijo de Ramón Berenguer II, Cabeza de Estopa, asesinado por su hermano Berenguer Ramón II, el Fraticida, que fue desterrado a Tierra Santa, siendo ocupada la silla condal por su sobrino.

(12) De su matrimonio con el conde de Besalú tuvo una hija, Berenguera de Barcelona, que  en el año 1125 casó con el rey Alfonso VII de Castilla.

(13) La nieta de Cristina,   Blanca de Navarra, casó en 1150 con Sancho III el Deseado, rey de   Castilla. 

Paco Blanco, Barcelona, junio 2012

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EPISTOLARIO DE FRANCISCO DE ENZINAS. -Carta a Calvino desde Wittemberg-

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Remitida en Wittemberg Alemania, a orillas del Elba, donde el burgalés Francisco de Enzinas estudia  bajo la tutela de Felipe Melanthon y traduce, a la vez que se forma, el Nuevo Testamento del griego al castellano,  éste escribe la siguiente carta  a Juan Calvino:

«Tal es tu singular benignidad, Calvino, como para ensalzar lo que no es digno de alabanza. Yo, sin embargo, me tengo por bien afortunado, pues a cambio de una misiva burda se me ha devuelto una carta cuidada y llena de benignidad; y además, cosa que yo estimo excepcionalmente, a ello se suma la amistad de una persona a quien yo he estimado siempre sobremanera, sellada con una alianza perpetua de afecto recíproco, que nadie podrá disolverla, sino sólo la muerte».

La traducción y su original latino forman parte de la Tesis Doctora de Ignacio J. García Pinilla: «EPISTOLARIO DE FRANCISCO DE ENZINAS» (Ginebra, 1995).

juan-calvino--francisco-de-enzinas