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TRAPOS. -Por Jesús J. de la Gándara Martín-

                                              Feliz Día de la Madre

Lo he visto, o quizá soñado, entre las brumas del telediario. Era sobre un trapo. 

La mujer, con la misma tela que antes enjugó sus lágrimas, ahora asea el cadáver de su hijo antes de entregarlo a tierra seca, ataúd no había, tal vez fueran las prisas del cámara por no perder otra escena más neurálgica. La misma lana que antes fue pañuelo, turbante, velo, ahora es trapo relicario. Pero no cabe arrumbarlo, pues tal vez luego tendrá que servir para otro luto. A falta de agua tendrá que esforzarse en que broten más lágrimas de esos ojos percudidos, y tendrán que ser, si no más amargas, si más abundosas, para que laven bien el trapo, que pueda volver a ser pañuelo, velo…  Y trapo de nuevo, para enjugar más llanto y enjuagar más sangre. Y así de tela a trapo y viceversa, hasta que algún día, la acompañe a ella a la tierra desnuda y haga de sudario suave para su eterno desconsuelo. 

Un homenaje a ese trapo y esa madre es lo que tendría que hacer ese diez por ciento de culpables, el treinta por ciento de intransigentes, de uno u otro lado. Dedicarle un monumento formidable, en una plaza con fuente en medio y nombre cosmopolita, para que no se olvide jamás, para que nadie lo olvide nunca más, una plaza redonda y peatonal por donde pueda pasear el setenta por ciento, el noventa por ciento de inocentes, de uno y otro lado. 

Pasearán las madres, las hijas, las abuelas por esa plaza en primavera y en verano, no habrá otoño ni invierno en esa plaza, vendrán los mercaderes, levantarán sus tendales, se llenará de algarabía, y en los puestos fijos, en las mantas volanderas, en cualquier banqueta se venderán telas bonitas, hyjab de seda fina, pashminas de kasmer, pañuelos palestinos, pero nunca, jamás, ni burkas, ni chadores, ni nikabs tendrán sitio en esa plaza. Esa lana, esa seda, que es turbante, pañuelo, velo, ya nunca, jamás, tendrá que dar en trapo, ni enjugar más llanto, ni lavar más sangre.

He tenido otro sueño, y sé que fue de anhelo y de ilusión, no pesadilla de terror y pasmo. Había un monumento, una plaza grande y redonda, con una fuente de agua inagotable para lavar telas, sedas, trapos, velos. Había una bandera inmensa y flameante en el centro que se veía desde todo el Planeta, tan grande que desde la media luna y las estrellas pentatéucas se veía, hecha de trapos cosidos, zurcidos, por las madres, abuelas, hijas; esos trapos ennoblecidos, entretejidos amorosamente, hacían mejor bandera, ondeaba con más garbo, y la veía no el diez ni el treinta, sino el ciento por ciento de los seres humanos.

He tenido un sueño… era sobre un trapo, y una madre.