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Archivo de la categoría: Arte y Monumentalidad
MAQUETA DE SANTA MARÍA LA IMPERIAL DE OBARENES. -Por Fernando de Miguel Hombría-.
Publicado en Arte y Monumentalidad
MAQUETA DEL MONASTERIO DE SAN BERNARDINO DE POZA DE LA SAL. -Por Fernando de Miguel Hombría-
Publicado en Arte y Monumentalidad
REPRESENTACIÓN EN MAQUETA DE CÓMO FUE EL MONASTERIO DE SAN FRANCISCO EN BURGOS. —–Por Fernando de Miguel Hombría—–.
En la imagen que cierra esta maravillosa serie, y que viene a continuación, puede verse en la maqueta a qué parte del edificio pertenecen las ruinas (reseñadas en amarillo) todavía hoy visibles en la calle San Francisco.
*Enviado expresamente a Burgospedia por Fernando de Miguel Hombría.
Publicado en Arte y Monumentalidad
SANTA TRIGIDIA Y SAN ÍÑIGO ABAD. -Por Francisco Blanco-.
Las primeras referencias sobre el uso del nombre femenino de Tigridia parecen proceder de los Banu Gómez, la poderosa familia palentina de los condes de Saldaña, Carrión y Liébana, dueños de un extenso territorio entre el reino de León y el condado de Castilla, que llegaron a aliarse con Almanzor y consiguieron destronar al rey leonés Bermudo II y gobernar el reino brevemente, hasta que se produjo la reconciliación, aunque siempre mantuvieron una actitud rebelde y desafiante. El nombre parece proceder de una planta, “el lirio del maíz”, también conocida como “la flor tigre”. Según alguna crónica de la época, en el año 950 el conde de Saldaña Diego Muñoz estaba casado con Tegridia y tuvieron varios hijos e hijas, alguno de los cuales se casaron a su vez con condes castellanos y reyes de Navarra, tal vez sea esta la razón por la que el conde Sancho García de Castilla llamó Trigidia a su quinta hija.
Tigridia Sánchez era la quinta hija del conde de Castilla Sancho García “el de los Buenos Fueros”, nieto de Fernán González y de su esposa Urraca Gómez, que era hija de Diego Gómez conde de Saldaña, Carrión y Liébana, que a su vez estaba casado con Muniadona Fernández hija del conde Fernán González, por lo que también les unían lazos de sangre. Tuvieron seis hijos: Muniadona la primogénita, que se casó con el rey Sancho Garcés III de Pamplona; Fernando Sánchez que tuvo una vida muy corta; García Sánchez que fue conde de Castilla y murió asesinado en León cuando estaba a punto de casarse con la hija del rey leonés Alfonso V; Sancha de Castilla casada con el conde de Barcelona Berenguer Ramón I, Trigidia Sánchez abadesa de San Salvador de Oña, y finalmente Urraca Sánchez casada con Sancho Guillén VI duque de Gascuña y conde de Burdeos.
Como dote para la joven Trigidia, en el año 1011 sus padres fundaron en la localidad burgalesa de Oña el Monasterio de San Salvador. En principio se trataba de un monasterio dúplice para monjes y monjas, que vivían en edificios separados.
Trigidia, entre los años 1011 al 1033 fue la primera y la última abadesa de dicho monasterio, durante los cuales tuvo amplios poderes, tanto religiosos como civiles sobre sus amplios dominios, pues además los condes aportaron alrededor de 120 lugares de su propio patrimonio, incluida la villa de Oña con sus dos barrios, el de San Quirico y el de Santa María de Yuso con todos sus montes y sus campos. A partir de esa fecha, el monasterio ha estado siempre regido por monjes benedictinos por imposición de su cuñado el rey Sancho III de Navarra, que se autoproclama conde de Castilla tras el asesinato en León del conde de Castilla García Sánchez, hermano de la abadesa.
Durante su etapa como abadesa el patrimonio del Monasterio de San Salvador no cesó de aumentar, pues también tenía posesiones en los valles de Mena, Losa, Valdegovia e incluso Álava. Otros muchos terrenos y propiedades de todo tipo, incluidas varias villas con sus iglesias, fueron adquiridos mediante compra, donación o prohijación.
Trigidia tenía además autoridad sobre todos los funcionarios condales y poderes para imponer y cobrar multas y contribuciones fiscales, administrar justicia y mantener el orden público. Solamente los condes de Castilla tenían autoridad sobre ella.
Cristo de Santa Trigidia
Las riquezas de Santa Trigidia, y en consecuencia del Monasterio de San Salvador, no se limitaban únicamente a sus propiedades inmobiliarias, urbanas y agrarias, también durante sus años de abadesa fue acumulando un valioso tesoro artístico, comenzando por un extraordinario Cristo Crucificado, una talla románica posiblemente del siglo XI, que también fue regalo de sus padres los condes de Castilla. Otro de sus tesoros es la famosa Biblioteca de Oña, que contiene unas verdaderas joyas literarias de un valor incalculable, de la cual existe un catálogo de principios del siglo XIII. Contiene libros como las “Etimologías” de San Isidoro, “La Ciudad de Dios” de San Agustín, el “Comentario de la Regla de San Benito”, escrito por el abad Smargardo en el siglo IX y especialmente la famosa “Biblia de Oña” ingente obra miniaturizada del escribano Florencio de Valderánica, un monje burgalés del desaparecido Monasterio de San Pedro de Valderánica, en la localidad burgalesa de Tordomar. El primer códice llegó a Oña en el siglo XI, pero actualmente tan sólo quedan unos pocos folios repartidos entre el Monasterio de Santo Domingo de Silos y un convento de Roma. También se conserva una colección de piezas de telas orientales ricamente bordadas, representando diferentes temas. A partir del año 1033, fecha probable de la muerte de Santa Trigidia, el monasterio, como ya se ha dicho anteriormente, por un decreto emitido el 30 de junio y firmado por el propio rey Sancho III de Navarra, pasa a ser ocupado por monjes cluniacenses franceses.
La abadesa fue enterrada en el mismo monasterio, donde también se encuentran los restos de sus padres los condes de Castilla. En el siglo XVII los restos de Santa Trigidia, junto con los de San Iñigo y San Ato fueron trasladados a un altar neoclásico con un letrero en el que se puede leer: “Aquí están los cuerpos de santa Trigidia y san Ato, con otras muchas otras reliquias. Año 1664”.
El culto y la devoción a Santa Trigidia está muy extendido por toda la comarca de La Bureba, y su festividad se conmemora cada 22 de noviembre.
El historiador pacense Juan Tamayo de Salazar nacido en Zalamea de la Serena, es el autor de una hagiografía sobre Santa Trigidia incluida en su obra “Martyrologium Hispanum Anamnesis, 1651-1659”, en la que la atribuye la realización de numerosos milagros, tanto en vida como después de muerta, tales como sanar a los cojos, devolver la vista a los ciegos, el oído a los sordos o la palabra a los mudos. No obstante, existen muchas dudas sobre la veracidad de los hechos en ella relatados, siendo muy posible que sean tan sólo invención del propio Tamayo de Salazar, del que no hay ninguna referencia de su estancia por tierras burgalesas. Un historiador, linguísta y polígrafo valenciano del siglo XVIII, Gregorio Mayans, también pone en duda la veracidad de dicha obra.
San Íñigo, el siguiente Abad de San Salvador, en realidad había nacido a principios del siglo XI, posiblemente el mismo año 1000, en la localidad aragonesa de Calatayud y era de origen mozárabe. Siendo muy joven se retiró al Monasterio de San Juan de la Peña en la provincia de Huesca, donde fue ordenado sacerdote, pero no tardó mucho en retirarse a las montañas y refugiarse en una cueva para vivir como un anacoreta. No obstante, su fama de santidad trascendió las montañas y llegó a conocimiento del rey Sancho III de Navarra, que se lo llevó a su lado como consejero, hasta que hacia el año 1034 le nombró Abad del Monasterio de San Salvador de Oña en tierras de Burgos, que en el año 1011 habían fundado su suegro, el conde Sancho García de Castilla y su esposa Urraca Gómez y que hasta entonces había estado regido por su hija la Abadesa Santa Trigidia, que también era cuñada del rey navarro. San Íñigo permaneció como abad hasta su muerte ocurrida en el año 1068 y recibió sepultura en el propio monasterio. También fue consejero y confesor del hijo primogénito de Sancho III el Mayor, el rey de Navarra García Sánchez III, también llamado “el de Nájera”, a quien acompañó en alguna de sus acciones militares como la conquista de Calahorra, y estuvo presente en su última batalla, la que tuvo lugar el 1 de setiembre del año 1054 en la sierra burgalesa de Atapuerca, que por entonces pertenecía al reino de Navarra.
Su hermano Fernando Sánchez, por entonces rey de León y conde de Castilla, al frente de un ejército formado por castellanos y leoneses, invadió Castilla dispuesto a recuperar los territorios que su padre, el rey Sancho III de Navarra había incorporado a sus dominios. García Sánchez III murió en dicha batalla y en sus últimos momentos estuvo espiritualmente consolado y atendido por el abad.
En los “Anales Compostelanos” se puede leer el siguiente relato de la batalla: “En la era MLXXXII, el primer día de setiembre fue matado el rey García, luchando con su hermano el rey Fernando en Atapuerca, por un caballero suyo llamado Sancho Fortún, a quien había injuriado con su mujer”.
Todo parece indicar que la muerte del rey navarro fue un crimen pasional cometido de forma alevosa y a traición por el caballero navarro Sancho Fortún, como venganza del adulterio de su esposa Doña Velasquita que se había convertido en la amante del rey García.
Fernando, al enterarse de la muerte de su hermano ordenó detener la lucha y en el mismo campo de batalla rindió honores militares a sus restos, confirmando también a su hijo García Sánchez IV como nuevo rey de Navarra, aunque, eso sí, recuperando de nuevo los territorios castellanos que su padre le había cedido a su hermano. Tampoco hubo represalias contra San íñigo por haber pertenecido al bando de su hermano. Por el contrario hizo numerosas donaciones al monasterio, siendo la más valiosa la de la iglesia de San Martín de Tartalés, de la localidad burgalesa de Trespaderne.
San Íñigo abad
El cronista Juan de Alcocero, que también fue monje de San Salvador y discípulo de San Íñigo, nos lo retrata como una persona muy popular y querida, de carácter paternal y generoso: “No vivió para sí solo, sino para nosotros, porque todo el día estaba él para nosotros. Nunca se indignó de manera que en su indignación olvidase la benignidad; y no podía airarse un hombre que despreciaba las injurias y evitaba los rencores. Nunca juzgó sin comprensión, como quien sabía que el juicio de los cristianos ha de ir revestido de misericordia. El Espíritu Santo otorga su don de justicia a los más benignos, y concede a los suyos tanta equidad y justicia como gracia y piedad; de ahí que nuestro padre Iñigo guardaba rectitud al examinar lo justo y misericordia al decidir la sentencia. En la solicitud de su monasterio e iglesias imitó la fe y caridad de todos los apóstoles, obispos y abades”.
San Íñigo, además de patrón de Calatayud y de Oña era el patrono de los cautivos, que cuando recuperaban la libertad acudían a Oña llevándole numerosos exvotos que depositaban en su altar. Fue elevado a los altares por el Papa Alejandro III en el año 1163 y en el año 1259 el Papa Alejandro IV concedió indulgencias a los que peregrinaran a Oña durante la festividad del “Bendito Íñigo”.
Sobre su fallecimiento cuenta una leyenda que en una de sus visitas por los dominios del monasterio se sintió gravemente enfermo, siendo transportado por dos ángeles al monasterio de San Salvador, donde recibió los últimos auxilios sacramentales al tiempo que él repartía sus bendiciones a los atribulados monjes.
Esto ocurría el día 1 de junio del año 1068. Sus restos fueron depositados en una arqueta de plata con incrustaciones de piedras preciosas, encerrada en un sarcófago que ha sido abierto en más de una ocasión. En el 1597 algunos huesos del santo abad fueron trasladados a una parroquia de Calatayud y en el 1865 fue abierto de nuevo para comprobar que sus restos no habían sido saqueados por la ocupación francesa. La última apertura tuvo lugar el 31 de mayo del año 2014 con el fin de entregar una reliquia al Monasterio de Leyre. La Diputación de Burgos y la Fundación “Milenario del Monasterio de San Salvador de Oña, aprovecharon la ocasión para publicar una nueva edición de la “Historia de la vida de San Íñigo”, publicada por el monje benedictino Íñigo Gómez de Barreda en el año 1771.
Autor Paco Blanco, Barcelona marzo del 2020
Publicado en Arte y Monumentalidad, Biografías
UNAS OBRAS DESCONOCIDAS DE DIEGO DE SILOÉ. -Por Melchor Peñaranda Redondo-
En la espectacular capilla del Condestable, los visitantes quedan sorprendidos por su belleza arquitectónica, por su espléndida cúpula calada y decorada con claves esculpidas, por sus paredes cargadas de una exuberante decoración pétrea, por sus tres bellísimos retablos y por la opulencia de la tumba de jaspe con yacentes de mármol de los condestables y un poco sorprendidos por el enorme bloque de jaspe situado a su lado. Sin duda no dejan de fijarse en sus vidrieras y sorprenderse por el estado fragmentario de algunas o la falta de pinturas en otras. De todo ello les va dando magnífica información la audioguía.
Sin embargo son pocos los que prestan alguna atención a dos magníficos muebles tallados en madera y situados en la pared derecha según se entra. Hasta para muchos críticos de arte, que sin duda la han visitado, han pasado desapercibidos o no les han prestado la atención que por su belleza se merecen.
El más grande y alto es una especie de armario y tanto sus costados como su frente están decorados con dos niveles de recuadros que cobijan unas tallas de curiosa iconografía y asombrosa calidad. En cada costado hay cuatro recuadros, aunque el más próximo a la entrada solo tiene tallados los dos superiores y se ha completado su parte inferior con otros lisos. El frente presenta un lateral fijo en cada extremo, con 2 recuadros superpuestos y entre ellos dos anchas puertas, cada una de las cuales lleva 4 recuadros tallados. Los temas de los recuadros parecen una mezcla de temas cristianos y otros de tipo romano. Estos últimos corresponden a 6 medallones con borde vegetal de hojas y frutos y bustos de varones en su interior, dispuestos en la zona frontal, a los 6 recuadros conservados en los costados y un putti en uno de los recuadros frontales, que probablemente no ocupa su posición original, que debió ser un costado. Los recuadros con medallones están dispuestos en zig-zag. De manera similar los recuadros con temas cristianos están también en zig-zag. El eje de simetría del frente lo divide en dos mitades formada cada una por un lateral fijo con dos recuadros y una puerta con 4. La mitad a la izquierda del observador presenta escenas religiosas dispuestas en los vértices de un triángulo con la base arriba y medallones formando otro triángulo con su base abajo. En la mitad situada a su derecha se invierte la posición relativa de los triángulos con escenas religiosas y medallones. El formado por los medallones tiene su base arriba y el de las escenas religiosas la tiene abajo.
Los recuadros conservados de ambos costados presentan cada uno una figura de pie y a primera vista todos parecen representar hombres desnudos y mujeres vestidas participando en dos etapas distintas de un culto dionisiaco. Y además parece que estuvieron dispuestos de forma simétrica en ambos costados, aunque faltan los dos inferiores de uno de ellos. En la parte superior de cada costado alternan varones desnudos de cuerpo atlético, vistos de espaldas y sujetando un manto de múltiples pliegues curvados y unas ménades bailando frenéticamente, casi en estado de trance, pero vestidas y jugando con sus vestiduras. En la parte inferior del costado completo hay otros dos recuadros con mujeres de largo vestido, que parecen estar haciendo una ofrenda en un altar pagano. Podrían representar la fase inicial de la fiesta, con ofrendas a Baco- Dionisos o a Eros. Pero a pesar de su vestimenta clásica yo creo que representan a dos mujeres virtuosas, en contraste con las bacantes paganas; una señala un libro abierto sobre el altar y la otra sujeta sobre el altar un cráneo con ambas manos. Tal vez representen a dos sibilas o sacerdotisas adivinadoras o a la Sabiduría y la Prudencia. Es incluso posible que se trate de dos mujeres cristianas aludiendo a la enseñanza de la religión y a la meditación sobre la muerte inevitable. Las cuatro figuras del costado izquierdo están dispuestas tras una especie de cortina, suspendida sobre dos soportes en forma de flor en sus extremos superiores. En las figuras de arriba están totalmente desplegados y las figuras parecen jugar con ellos. En las de la parte inferior la zona superior de la cortina está recogida, aunque uno de sus extremos aparece desplegado hasta media altura y agitado por el viento. En el costado opuesto no existen esas cortinas detrás del desnudo y la mujer parece extender y sujetar con sus manos una cartela de cuero con rebordes enrollados en las esquinas y a media altura. Como las del otro costado representan un varón desnudo y una bacante danzando. Es probable que una de las figuras de debajo fuera el niño desnudo colocado fuera de lugar en la zona frontal, posible representación de Eros o de Hércules niño y que el otro recuadro representara otra figura infantil de Hércules niño o Cupido. O de Eros, si la conservada representa, como parece por su marcada musculatura, a Hércules niño.
Los seis bustos enmarcados por medallones vegetales de hojas de laurel y frutos piriformes, representan a varones, jóvenes o adultos, pero todos sin barba. No creo que haya tratado de representar a emperadores o personajes concretos, sino más bien a representantes destacados de las distintas ramas del saber o de las virtudes romanas; pero sin duda ha buscado variedad en sus rostros, peinados y tocados: cintas, diademas o coronas vegetales. Sin embargo todos comparten una nariz larga y rectilínea, muy romana. Es probable que fueran escogidos por el condestable, como los que hizo Bigarny en el remate de la sillería.
Las escenas religiosas, quedan interrumpidas por el relieve de un niño desnudo en la tercera posición, que tal vez estuvo en la parte inferior de un costado. Son de izquierda a derecha del observador las siguientes:
Imposición de la casulla a San Ildefonso, reducido a la presencia del obispo y la Virgen acompañada de un ángel que le ayuda a sujetar la casulla. Sin duda Bigarny la tuvo en cuenta para su relieve de la catedral de Toledo.
San Jerónimo penitente, orando desnudo ante un crucifijo y con una piedra en la mano derecha para golpearse el pecho. Se encuentra en un paisaje rocoso en que destaca su cabaña y en una cueva tumbado el león que le suele acompañar. Es muy similar al que hizo para el retablo de San Pedro.
El citado niño desnudo, que aparece sujetando con ambas manos los extremos de un amplio manto que forma una especie de cúpula a su espalda. Tal vez sea una representación del dios Eros, jugando con un paño con el que el viento forma una especie de globo a su espalda. Creo que este recuadro iba en la parte inferior del costado incompleto y que en esta posición había otra escena religiosa, tal vez otro santo o más probablemente la escena de la Resurrección o del Nacimiento, formando pareja temática sobre el tema de la Redención con la escena siguiente y de alguna manera con las otras dos relativas al Pecado Original y sus consecuencias
María depositando el cadáver de Cristo sobre su mortaja en la losa del sepulcro y con la espalda apoyada en una roca. Llama la atención la presencia de una especie de dragón que parece salir huyendo, que nunca aparece en representaciones de este tema.
Expulsión de Adán y Eva del Paraíso por un ángel blandiendo una espada. Adán representado sin barba muestra una posición muy forzada, caminando y al tiempo girándose suplicando al ángel con las manos juntas a la altura del pecho. En cambio Eva aparece estática, en vista frontal y presenta un cuerpo robusto.
Adán y Eva sujetando juntos la manzana sobre el extremo superior de un tronco seco y retorcido de escasa altura, muy alejado de las típicas representaciones del Árbol del Paraíso. Curiosamente Adán aparece con cabello largo y revuelto y una larga barba bifurcada. Y visto de perfil. Eva por el contrario aparece vista frontalmente pero con un claro movimiento de contraposto.
Los medallones intercalados con las escenas religiosas del frente del mueble alto, enlazan temáticamente con los dos que presiden el mueble bajo, que le debió servir de base.
Llama la atención la complicada corona circular de ramas, con hojas que parecen de olivo y multitud de frutos idénticos que parecen los del majuelo. Sin duda su ejecución debió exigir mucho tiempo y paciencia y resultar un trabajo sumamente monótono, aunque produce una sensación de exuberante riqueza. También resultan difíciles de explicar las cabezas aladas que aparecen en las cuatro enjutas, ya que si las interpretamos como cabezas de angelitos, no parecen adecuadas para retratos que no parecen de santos, sino de personajes romanos o en todo caso laicos. También aparecen dos cabezas aladas en la parte superior del recuadro del putti. Por el contrario no aparecen en ninguno de los recuadros con temas religiosos.
Tal vez haya de interpretarlos no como ángeles cristianos, sino como un simple motivo decorativo. Además ya en el arte mesopotámico, iranio o griego aparecen pequeños genios alados, mucho antes de su incorporación como ángeles al naciente arte cristiano.
Ninguno de los bustos parecen personificaciones de emperadores o generales heroicos, sino más bien representaciones idealizadas de filósofos o sabios destacados. Parecen imágenes totalmente idealizadas, desprovistas de cualquier símbolo que permita especular con su posible identificación.
El otro mueble es mucho más bajo y solo se conserva decorado su frente. Se apoya sobre una especie garras cerca de ambos extremos. Probablemente sirviera de basa del otro mueble. Contiene dos grupos casi simétricos, formados por un medallón de marco liso con dos pequeños brotes florales en su parte superior, con un busto varonil flanqueado por bichas de gran inventiva. Las dos bichas que flanquean cada medallón son idénticas entre sí, pero distintas de las que flanquean el otro medallón. El medallón de la izquierda muestra a un joven de larga melena, ceñida por una corona de ramas, con hojas y frutos piriformes. Está flanqueada por bichas con cabeza de macho cabrío, con diminutas alas de hojas de acanto y larga cola enrollada y terminada en una hoja de borde hendido. El personaje del otro medallón mira hacia el lado opuesto, es un joven de pelo corto y ondulado, ceñido por una estrecha cinta de tela o cuero. Está flanqueado por bichas con cabeza, pecho y patas delanteras de caballo, su vientre lo forma una hoja de acanto y otras similares forman las crines y su espalda y se prolongan formando una larga cola enrollada en espiral y rematada con una hoja hendida.
Esas escenas y adornos típicas de la Roma clásica sólo pudieron ser realizadas por alguien que había visitado, admirado y dibujado las ruinas romanas, lo que descarta cualquier posibilidad de atribuirlas a Felipe Bigarny, a pesar de ser el coautor de los retablos y el autor en solitario del sepulcro y de la sillería. Sólo son comparables a los motivos mitológicos y seres fantásticos realizados por el propio Siloé y Bartolomé Ordóñez en Napoléso en España y mucho más tarde por Berruguete en el trascoro de la catedral de Toledo, sin duda recordando su ya lejana formación en la Italia renacentista, enamorada de las decoraciones de las ruinas romanas. Es cierto que no tenemos escenas similares de temas romanos, ni desnudos masculinos o femeninos atribuidos a Diego de Siloé, salvo la representación de Adán y Eva desnudos en las enjutas del arco funerario del obispo don Rodrigo de Mercado en Oñate, pero su autoría no ofrece la menor duda en las bichas del mueble bajo, que lleva medallones similares a los del mueble alto. Bichas muy parecidas y cabalgadas por dos jóvenes desnudos y musculosos, vistos de perfil y casi de espalas y muy parecidos a los del mueble grande aparecen junto a los arcos de la Escalera Dorada. Medallones con personajes clásicos o laicos aparecen en la sillería de San Jerónimo de Granada y en el sepulcro del obispo Rodrigo de Mercado en Oñate, obras seguras de Siloé. Pero además otros seis con representaciones tal vez de apóstoles o santos, pero sin nimbo y de aspecto romano aparecen en el remate del retablo de de San Pedro de la propia capilla del Condestable, aunque en ellos pudo participar también Felipe Bigarny. Tampoco hay la menor duda de que los relieves de San Jerónimo y de la Virgen con el cadáver de su hijo son de Diego de Siloé.
No es creíble que se trate de una obra de colaboración con Bigarny y que se deban a éste las tallas con desnudos y bacantes y los medallones. Creo que ambos muebles fueron tallados personalmente por Diego de Siloé y que disfrutó al tallarlos, ya que le permitió en buena parte dar rienda suelta a su imaginación y sus recuerdos de Italia y representar desnudos masculinos y femeninos, o bacantes bailando frenéticamente o volando sus mantos, o representar personajes romanos con las más variadas expresiones y tocados. Esa libertad no podía permitírsela en sus habituales encargos religiosos. Y sin embargo llenó de infinitos motivos decorativos todos los espacios que se prestaban a ellos, creando un repertorio que tuvo amplio seguimiento entre los entalladores y escultores del segundo cuarto del siglo XVI. Es sin duda el principal inventor de todo tipo de motivos decorativos del renacimiento español. Hay que fechar ambos muebles en los años 1523-1526 en que trabajó en sociedad con Bigarny en la capilla del Condestable, aunque insisto en que son obra exclusivamente suya. Aunque tampoco se puede descartar que fueran encargados por el Condestable después de la rotura de relaciones laborales con Bigarny y haya que datarlos entre 1526 y 1528, lo que explicaría que en ellos no se aprecie la intervención de Bigarny. Sin duda el condestable sintió mucho la separación de ambos escultores y la marcha de Siloé a Granada. A pesar de su aparente simpatía por Bigarny es muy probable que hubiera seguido haciendo encargos a Siloé, incluso tal vez el sepulcro de los fundadores, que no hubiera resultado tan insípido, reducido a las puras estatuas yacentes.
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SAN PELAYO EL VIEJO. -Por Francisco Blanco-.
Hacia el año 912, según consta en el “Cartulario del monasterio de Arlanza”, se fundó la ermita donde habitaban el monje Pelayo y sus compañeros ermitaños Silvano y Arsenio. La ermita, actualmente en ruinas, consta de una sola nave rectangular de sólidos pilares de piedra que conservan la marca de los canteros que las fabricaron, la techumbre ha desaparecido por completo, aunque se pueden ver algunas tejas dispersas por su interior, invadido por la maleza.
La ermita se encuentra en el valle medio del Arlanza, a 921 metros de altitud, dominando un insólito paisaje en el que sorprende y destaca la belleza y singularidad tanto de su flora como de su fauna. Sobresale su extenso bosque de quejigos, considerado uno de los mejor conservados del mundo, pero también se pueden ver sabinas centenarias, viejos chopos igualmente centenarios y otras especies raras de árboles, como arces, avellanos, melojos y mostajos. Entre la abundante fauna voladora se encuentra el águila calzada, el calimoche, el buitre leonado, el halcón peregrino, el búho real y las chovas piquirojas. Los mamíferos también son abundantes y entre ellos se puede ver el gato montés, el jabalí, el desmán de los Pirineos, el corzo, el zorro, la liebre y el conejo.
Desde la ermita se divisan con claridad las ruinas del célebre Monasterio de San Pedro de Arlanza, fundado a principios del siglo X por el conde de Burgos Gonzalo Fernández y su esposa Muniadona, continuando su protección y patrocinio su hijo, el conde de Castilla Fernán González y su esposa Sancha. La construcción de la iglesia, sin embargo, se finalizó en el siglo XI. Este monasterio el más importante e influyente de su tiempo, es considerado como “la Cuna de Castilla”.
Las ruinas están situadas en un meandro que hace el río Arlanza al pasar por la localidad burgalesa de Hortigüela, en el que los monjes hacían acopio de truchas y barbos, muy abundantes en sus aguas. Destacan la fachada, la torre de la iglesia y el claustro, presidido por un enhiesto abeto pinsapo.
Tampoco le falta historia a la ermita, que con frecuencia se entremezcla con la leyenda. En el famoso “Poema de Fernán González” compuesto a mediados del siglo XIII por “El Arlentino”, que posiblemente era un monje del Monasterio de San Pedro de Arlanza, se recogen las gestas heroicas del “Buen Conde”, aunque hay que admitir que su veracidad histórica es muy cuestionable.
El insigne historiador burgalés Enrique Flórez, en su monumental obra “España Sagrada” hace la siguiente descripción de la ermita: “En una de las montañas que tiene el monasterio (1) a la vista, hay una ermita que corona la cuesta, bien encumbrada, que pone miedo mirar abajo, y así lo experimenté yo por mí mismo, pues necesité poner al lado quien me impidiese el desvanecimiento de la vista al entrar dentro de ella. Llámase San Pedro el Viejo. Debajo de esta ermita hay una gran cueva de larga concavidad, a la cual se baja por una boca a modo de silo desde dentro de la ermita y en la misma cuesta hay otra puerta o ventana exterior hacia el río, pero de entrada muy difícil y peligrosa en el tiempo presente”
Así comienza en el “Poema de Fernán González” el relato del encuentro del conde Fernán González con el monje Pelayo:
«Cuando la oración el Conde hobo acabada,
Vino a él un monje de la pobre posada;
Pelayo había nombre, vivía vida lacerada,
Saludóle e preguntóle cuál era su andada.
Díjole que tras el puerco era ahi venido;
Era de su mesnada arredrado e partido;
Si por pecados fuese de Almozore sabido
Non fincaría tierra donde escapase vivo”.
Desde la ermita, a su izquierda, se divisa Peña Lara, en cuya cima se conservan los restos del castillo en el que el año 910 nació el conde Fernán González. No es extraño por lo tanto, que en su juventud el conde anduviese con frecuencia de cacería por aquellos bellos parajes. En una de estas cabalgadas el conde, que iba tras el rastro de un jabalí, se encontró con una ermita habitada por tres ermitaños, Pelayo, Arsenio y Silvano, que le ofrecieron un refrigerio y agua para saciar su sed. El conde, agradecido, empezó a dialogar con Pelayo, el de más edad de los tres, que le auguró una vida llena de gloria y numerosas victorias sobre sus enemigos, fueran moros o cristianos: “Faras grandes batallas en la gent descreyda, muchas seran las gentes a quien quytaras la vida, cobraras de la tierra una buena partyda, la sangre de los rreyes por ty sera vertyda”, como así sucedió.
El sorprendido y agradecido conde le respondió con otra promesa: “Sy Dios aquesta lid me dexa arrancar, quiero tod el mío quinto a este lugar dar, demás cuando muriere, aquí me soterrar”. Desde luego el conde también cumplió su palabra.
Esta profecía la tuvo siempre presente el “Buen Conde”, como se le acabó conociendo, y siempre llevó en su corazón a aquellos tres monjes a los que no volvió a ver, pero convirtió el cercano monasterio románico de San Pedro de Arlanza en el centro neurálgico, tanto religioso como cultural y político del emergente Condado de Castilla, llegando a acoger en su recinto a más de cien monjes. También recibió la protección de un descendiente suyo, el rey de León y conde de Castilla Fernando I.
El complejo monástico siguió engrandeciéndose durante muchos años, gracias fundamentalmente a las donaciones hechas por los sucesivos condes y reyes de Castilla y también de particulares, siempre bajo la estricta observancia de las reglas cluniacenses. En el año 1073, en tiempos del abad Vicente, se acometió la primera gran reforma del monasterio, comenzando por la construcción de la iglesia románica, construida por los maestros Guillermo y Osten, seguida de la torre-campanario del lado norte, que aún se conserva en bastante buen estado, pudiéndose subir por una retorcida escalera de caracol hasta el piso superior, desde donde se contempla uno de los lugares más bellos de Burgos: los meandros del Arlanza, la chopera, el bosque de ribera, la sierra de las Mamblas y los montes circundantes.
Le siguieron el claustro, el refectorio, la sala capitular, el silo para el grano y las celdas de los monjes, todo ello lamentablemente desaparecido. Las obras de ampliación prosiguieron durante los siglos XV y XVI.
Las ruinas del monasterio se han rehabilitado y actualmente se pueden visitar, pero no dejan de producir en el visitante una melancólica sensación de tristeza al contemplar tanta belleza destruida.
Claro que buena parte de los tesoros rescatados se hallan muy lejos del monasterio: En el Museo de Arte de Cataluña se pueden ver algunas de sus pinturas. En la localidad burgalesa de Covarrubias se encuentran los sarcófagos paleocristianos de Fernán González y su primera esposa Sancha, así como las reliquias del abad San García. Al Metropolitan Museum de Nueva York fueron a parar algunos frescos, además de piezas del mobiliario litúrgico, entre las que destaca un artístico candelabro románico de plata.
El hundimiento, la expoliación y la desaparición de la riqueza del monasterio dieron comienzo en el mes de febrero del año 1836, como consecuencia de la promulgación por parte de la reina gobernadora Mª Cristina de Borbón, de un Decreto que no sólo permitía, sino que aconsejaba, la venta o enajenación de todos los bienes propiedad del Estado Español. Este decreto lo había proyectado el ministro de Hacienda D. Juan Álvarez de Mendizábal y su objetivo principal era reducir con los ingresos obtenidos la enorme deuda pública que había acumulado España.
Los efectos producidos por la conocida como “Desamortización de Mendizábal”, han sido devastadores, como resulta evidente al contemplar el ruinoso estado en que se encuentra el célebre Monasterio de San Pedro de Arlanza, uno de los más ricos y florecientes de nuestra Edad Media.
NOTAS
- Se refiere al cercano Monasterio de San Pedro de Arlanza.
Autor Paco Blanco, Barcelona abril de 2019.
Publicado en Arte y Monumentalidad, Historia
SANTA CENTOLA Y SANTA ELENA. -Por Francisco Blanco-.
“En lo más alto de la cumbre, Siero.
y en torno, un ceñidor de peñascales
que quieren en altura ser iguales.
uno sobre otro colosal rimero”
(Bonifacio Zamora)
El espectacular mirador de Castrosiero, que canta el poeta burgalés P. Bonifacio Zamora, se encuentra en lo más alto del pueblo burgalés de Valdelateja, y sobre la impresionante peña que forma la cima dominando el Valle de Sedano, se levanta una pequeña ermita visigótica, dedicada a venerar las reliquias de las mártires burgalesas Santa Centola y Santa Elena. A sus pies, las agitadas aguas del río Rudrón que atraviesa el pueblo se unen a las del Ebro, continuando imparables por el noroeste de la provincia de Burgos, abriendo desfiladeros, gargantas y cañones, que forman el impresionante e incomparable paisaje natural conocido como “los Cañones del Ebro”.
Santa Centola y Santa Elena son dos santas burgalesas de finales del siglo III y principios del IV, que por haberse convertido a la religión cristiana fueron martirizadas por los romanos, posiblemente durante el mandato de Diocleciano que fue emperador de Roma entre los años 284 y 305.
No resulta arriesgado suponer que estas dos santas se encuentran entre las primeras del santoral y el martirologio burgalés, por lo que durante muchos años la tradición ha ido dando forma a su historia, alimentándola de creencias populares, origen de numerosas leyendas. Según cuenta una de estas leyendas, las dos jóvenes mártires fueron decapitadas sobre lo más alto de la peña de Siero, quedando la roca impregnada por su sangre. La leyenda asegura también que si se frota la roca con un paño húmedo este queda manchado de un color rojizo, que se atribuye a la sangre de las dos decapitadas, que sigue conservándose fresca dentro de la roca.
Claro que, antes de ser decapitadas, las dos jóvenes cristianas fueron sometidas a una dura persecución y a muchas crueles torturas por parte de sus verdugos romanos.
Pero, ¿quiénes eran estas dos jóvenes, de dónde procedían, a qué estatus social pertenecían?: Pues siempre según la tradición, el padre de Centola era un alto funcionario romano que ocupaba el cargo de procónsul (1), quién al enterarse de que su hija había abrazado la fe cristiana dio orden de apresarla, Centola, enterada de las intenciones de su padre huyó, buscando refugio en la peña de Siero, pero su padre ordenó su busca y captura, siendo localizada y apresada por el prefecto Eglisio (2), que procedió a interrogarla y torturarla de forma implacable y despiadada, golpeándola con varillas de hierro o arrancándole la piel con cepillos de púas metálicas y afiladas, sin conseguir que la ensangrentada joven abjurase de su fe cristiana. Furioso y despechado, Eglisio la cortó los dos pechos y la encerró esperando que muriera desangrada. Pero la joven mártir no murió, lo que enfureció aun más al prefecto, que la envió varias mujeres para que fingiendo querer consolarla, la incitaran a volver a adorar los dioses romanos; pero la joven Centola se mantuvo firme en su nueva fe, que además defendía con vehemencia, por lo que Eglisio decidió cortarle la lengua y dejarla abandonada a su suerte. A partir de aquí es cuando entra en escena la joven Elena, a la que se atribuye origen toledano, hija de nobles romanos y paganos, que también había abrazado la nueva fe cristiana, por lo que se supone que tuvo que salir huyendo de su tierra para refugiarse en esta sierra burgalesa. Elena vivía pobremente en una modesta cabaña de Siero, dedicada a la oración y también a difundir la bondad de la vida cristiana entre los habitantes de la zona, llegando a convencer a alguno de que renunciase al paganismo, por lo que ya estaba en el punto de mira de las autoridades romanas. Elena ya conocía a Centola, con la que compartía la misma fe, por lo que cuando la encontró malherida y abandonada, se apresuró a llevársela a su casa a pesar de que Centola, incluso careciendo de lengua, pudo hablar y advertir a su amiga del peligro que corrían de que las llevasen a las dos al martirio y a la muerte, a lo que Elena respondió que nada le importaría compartir su misma suerte. Y así ocurrió, al enterarse Eglisio de la nueva situación, volvió a montar en cólera y decidió cortar por lo sano, dando la orden de que ambas jóvenes fueran decapitadas en lo más alto de la peña de Siero, sentencia que fue ejecutada por el verdugo Dacinio el día 13 de agosto del año 304, en los comienzos del siglo IV, quedando sus restos mortales dispersos por la sierra hasta que fueron recogidos por los habitantes de Valdelateja, que los depositaron en una escondida cueva de la sierra de Siero. Sin embargo, el lugar de su enterramiento no tardó en difundirse por la comarca, convirtiéndose poco a poco en un lugar de peregrinación para rezar y venerar las reliquias de las dos mártires.
En el año 782 los nobles visigodos Fredinandus y su esposa Gutina, señores de Castrosiero, levantan una ermita sobre la cumbre de la peña, donde trasladaron las reliquias de las dos santas. Se trataba de una pequeña iglesia visigótica de planta rectangular y ábside cuadrado, con una ventana con arco de herradura, sobre la que están grabados los nombres de sus fundadores y la fecha de su construcción. La fundación de la ermita con la advocación de las santas tuvo lugar durante la repoblación ordenada por el rey de Asturias Alfonso II. En la ermita primitiva subsiste la lápida fundacional del templo con la siguiente inscripción: «FRELENANDVS ET GVTINA (cruz patada, alfa y omega) ERA DCCCXX». El ara primitiva se conserva en el Museo Arqueológico de Burgos.
Sobre este noble godo Fredelandus, que también repobló algunos valles de la Montaña de Santander, existe la teoría no confirmada de que se trata del hermano del conde Munio Núñez, repoblador junto con su esposa Argilo, de la palentina población de Brañosera, a la que otorgó la primera “Carta Pobla” que la convirtió en la primera localidad de ciudadanos libres que existió en Castilla. Si esta teoría se confirmase, convertiría a Fernán Núñez y su esposa Gutina en antecesores directos del conde Fernán González, que en el siglo X conseguiría la independencia de Castilla
Ya en el siglo XIV, durante el reinado de Alfonso XI en el añó 1317 el obispo de Burgos, D. Gonzalo de Hinojosa, estableció el día 4 de agosto del 304 como fecha del martirio de las dos santas, al tiempo que para facilitar su culto ordenaba el traslado de los cuerpos de las dos santas al altar mayor de la catedral de Burgos, dejando sus cabezas en la ermita. También estableció para ese día una misa obligatoria y la celebración de una procesión. A pesar de todo esto, en el pueblo de Valdelateja todavía se venera la memoria de las dos santas mártires.
Por su parte, los calendarios mozárabes establecían la festividad de Santa Centola el día 2 de agosto, pero sin concederla el título de mártir ni vincularla con Santa Elena, hasta que en el siglo XVI el Papa Gregorio XIII encargó al cardenal Baronio (3) la revisión del santoral y la redacción de un nuevo calendario del martirologio cristiano. Tras dos años de intenso trabajo de investigación, en el 1589 Baronio publicaba su “Martyrologium Romanum, cum Notationibus Caesaris Baronii”, en el que se establecía el 13 de agosto del 304 como la fecha del martirio de las dos jóvenes cristianas. Actualmente, en la Archidiócesis de Burgos el día 13 de agosto sólo se celebra la festividad de Santa Centola, sin mencionar para nada a Santa Elena, como si esta en realidad no hubiese existido o perteneciese a otra época y a otra región, alegando que el culto a Santa Elena no se conoce hasta el siglo XIV y no ofrece credibilidad.
En la actualidad el primitivo poblado de Siero prácticamente ha desparecido, trasladándose sus habitantes un poco más abajo. En su lugar surgió un nuevo asentamiento algo más abajo, habitado hasta el año 1914 del siglo XX, en el que sus dos últimos habitantes se fueron a vivir a Valdelateja, convirtiéndose Siero en un pueblo fantasma en el que todavía se pueden ver los restos del cementerio y las ruinas de la Iglesia.
En Valdelateja, otro pueblo de origen medieval en el que se unen las aguas del Rudrón con las del Ebro, se puede ver la iglesia de Santa Eulalia, ampliada a principios del siglo XX con los restos de la antigua de Siero, utilizando la piedra de la antigua iglesia de Siero, así como la espadaña y la puerta de entrada. En su interior se conservan las imágenes góticas talladas en madera de nogal policromadas, que representan a Santa Centola y Santa Elena y otra de Santa Lucía.
NOTAS:
- El procónsul era un magistrado romano que se encargaba de la administración de una provincia romana por delegación del cónsul.
- El prefecto era una especie de “superpolicía”, que tenía jurisdicción sobre la “Guardia Pretoriana” y también sobre las causas criminales.
- El Cardenal César Baronio (3-X-1538-30-VI-1607) fue nombrado Cardenal por Clemente VIII en el mes de mayo del 1596.
Autor Paco Blanco, Barcelona, febrero 2019
Publicado en Arte y Monumentalidad, Historia
LOS TRES PALACIOS DEL MUSEO DE BURGOS. -Por Paco Blanco-.
El Museo de Burgos fue creado en el año 1846 por la Comisión Provincial de Desamortización, y estaba destinado a recoger, catalogar y custodiar todos los bienes de valor cultural y artístico, procedentes de iglesias, conventos y monasterios de la provincia, que eran muchos, sujetos a la incautación decretada por la Desamortización del año 1835, que solamente afectó a los establecimientos religiosos. Los numerosos bienes incautados se repartieron por diferentes edificios o entidades, como la Puerta de Santa María, donde se instaló el Museo Arqueológico y de Bellas Artes, que se mantuvo hasta el 1955; el Colegio de San Nicolás, la Cartuja de Miraflores o el Seminario de San Jerónimo. Finalmente se decidió instalar en el renacentista palacio de Miranda el Museo Arqueológico Provincial, que fue recogiendo buena parte de las colecciones de arte diseminadas por los distintos museos de la ciudad. Le siguió el palacio de Íñigo Angulo, que se convirtió en el Museo de Bellas Artes. Finalmente, por razones de contigüidad se añadió la casa de los Melgosa, con el proyecto, aun sin realizar, de albergar las Artes Decorativas y el Arte Moderno, además de proporcionar cobertura a las demás salas.
El hasta hace poco conocido como Museo Arqueológico Provincial, actualmente Museo de Burgos, ocupa toda una manzana entre las calles de Miranda y la Calera, en la que se levantan tres palacios renacentistas de mediados del siglo XVI, el Palacio de Francisco de Miranda, el de Iñigo Angulo y la Casa de los Melgosa. Los dos primeros son obra del famoso arquitecto burgalés Juan de Vallejo, uno de los más importantes del Renacimiento español y la tercera la construyó el maestro cantero Juan Ortiz de la Maza. Ambas calles tenían carácter residencial en las que se construyeron señoriales mansiones, donde residían la nobleza y los poderosos comerciantes burgaleses, estaban situadas en el barrio de Vega del sector sur de la ciudad, en la orilla izquierda del río Arlanzón, la calle de la Calera unía la Plaza de Vega con el barrio de las Heras.
El Palacio de Miranda lo mandó edificar el protonotario y canónigo del Cabildo burgalés, además de Abad de Salas de los Infantes, D. Francisco de Miranda Salón, perteneciente a una de las familias burgalesas con más lustre y abolengo. Todo parece indicar, aunque últimamente algunos autores lo han puesto en duda, que el encargo lo llevó a efecto el ilustre arquitecto y escultor burgalés Juan de Vallejo, quien, junto con los Colonia, realizaron diversas obras monumentales, principalmente en la Catedral burgalesa, que embellecieron arquitectónicamente la ciudad de Burgos. La planta baja está construida con piedra de sillería, mientras que las plantas superiores son de ladrillo. En su ornamentación se conservan algunos elementos góticos, como las torres de las esquinas o las gárgolas del tejado. En la portada de la fachada principal, situada en la calle de la Calera, destaca su ornamentación a base de motivos vegetales en torno a diversos medallones en los que aparecen los bustos y los escudos de los Mendoza y también de los Castillo Santacruz. Otro elemento arquitectónico destacado del Palacio es su patio interior, de planta rectangular con doble galería sostenida por dieciocho columnas rematadas con decorados capiteles, sobre el arquitrabe de la galería baja se puede leer una inscripción en la que aparecen el nombre del fundador y la fecha de su fundación, 1545. La galería superior está rematada con una profusa ornamentación en la que aparecen bustos, escudos, figuras humanas, animales mitológicos y fantásticos, escenas de caza, junto con motivos heráldicos.
Muchas han sido las vicisitudes por las que ha tenido que pasar este soberbio palacio renacentista desde que dejó de ser residencia de los Miranda. En el siglo XIX se convirtió en casa de vecindad y a principios del pasado siglo XX estuvo a punto de ser vendido a los americanos, cosa que no ocurrió porque afortunadamente en el año 1914 fue declarado Monumento Nacional. En el año 1955 se instala en el Palacio el Museo Arqueológico Provincial de Burgos, hasta que en el 1973 pasa a integrarse en el Museo de Burgos. En sus galerías se exponen las secciones de Prehistoria y Arqueología, en las que se pueden ver obras, piezas y restos de gran valor arqueológico, todo ello procedente de la provincia de Burgos, como Atapuerca, Clunia, Ojo Guareña, Sedano o Cardeñajimeno, repartido por dos plantas y ocho salas, cuyo contenido abarca desde el Paleolítico hasta la época visigótica, en el que se muestran al visitante los remotos orígenes de nuestra tierra.
El Palacio de Íñigo Angulo se levanta junto al de Miranda y también es obra de Juan de Vallejo, por lo que sus fachadas guardan una cierta similitud, especialmente en la ornamentación escultórica de sus portadas. Le mandó construir D. Lope Hurtado de Mendoza en el 1547, sobre un local que compró al Cabildo Metropolitano. A mediados del siglo XVI D. Lope Hurtado de Mendoza, un segundón de la ilustre familia de los Hurtado de Mendoza, era vecino y regidor del concejo de Burgos, después de haber servido muchos años en la Corte del emperador Carlos, de quien llegó a ser Embajador en Alemania, la Santa Sede, Génova, Florencia y otros Estados italianos. Murió en Burgos el año 1558. El edificio es de planta rectangular con dos torreones a los lados, la planta baja es de piedra de silería y los pisos de ladrillo, al igual que su vecina Casa de Miranda, la portada de su fachada principal, situada también en la calle la Calera, tiene una profusa ornamentación renacentista, en la que abundan los motivos vegetales y los animales fantásticos, destacando en el centro del friso, entre dos leones y dos figuras humanas, el escudo de los Hurtado de Mendoza. El Palacio pasó a llamarse Casa Angulo en el año 1775, en el que fue adquirido por D. Íñigo de Angulo, cuya familia estaba emparentada con los Hurtado de Mendoza. Alberga la sección de Bellas Artes del Museo de Burgos, después de su remodelación llevada a cabo en la década de los 80 del pasado siglo XX. Consta de nueve salas distribuidas por cinco plantas. Fue declarada Bien de Interés Cultural en el año 1983.
Su contenido se remonta a piezas pre-románicas, románicas y mozárabes de la Alta Edad Media, destacando el Frontal de Silos, del siglo XII, con un impresionante Cristo en Majestad, rodeado del famoso Tetramorfos. También se pueden ver dinteles de ventanas, sarcófagos y estelas funerarias.
También se pueden ver diferentes objetos de arte procedentes de otros monasterios, como el de San Pedro de Arlanza, de donde se recuperó una hermosa talla románica de la Virgen de las Batallas, o del de San Juan de la Hoz en Cillaperlata. La talla de la Virgen está cedida por el Museo del Prado. En otras salas destinadas a los siglos XIV-XVI se pueden ver algunos retablos, como el del monasterio de San Pedro de Tejada, o las pinturas del monje D. Alonso de Zamora, también conocido como el Maestro de Oña, un frontal de piedra con escenas de la Vida de Cristo, procedente del desaparecido Convento de San Pedro de Burgos y el retablo renacentista de la Asunción de la Virgen, del siglo XVI, procedente del desaparecido Monasterio de Vileña, una obra del escultor Pedro López de Gamir, natural de Barbadillo del Pez. En cuanto a los monumentos funerarios sobresale el sepulcro de D. Juan de Padilla, paje favorito de Isabel la Católica, muy semejante al de su hermano el infante D. Alfonso, de la Cartuja de Miraflores, ambos son obra del maestro Gil de Siloé. Otro sepulcro notable es el de Doña María Manuel, madre del obispo de Burgos D. Luis Osorio de Acuña, obra de Simón de Colonia procedente del desaparecido Convento de San Esteban de Olmos, fundado por el propio obispo. También se pueden ver varias tablas de pintores flamencos y castellanos de los siglos XV y XVI, entre ellas “La Misa de San Gregorio”, atribuida a Pedro Berruguete.
Del siglo XVII también se encuentran numerosas pinturas con temas principalmente religiosos, procedentes de conventos e iglesias desaparecidos, se puede destacar el retrato de Fray Alonso de San Vitores, procedente del desaparecido monasterio burgalés de San Juan, obra del fraile benedictino Fray Juan de Rizzi. El fondo del cuadro es una espectacular vista de la ciudad de Burgos. Del mismo siglo, también se encuentran expuestos algunos cuadros de los pintores burgaleses Mateo Cerezo el Viejo y Mateo Cerezo el Joven, de este último destaca el cuadro “San Francisco en las zarzas”. De la escultura de este siglo se pueden ver dos tallas de madera representando a los evangelistas San Juan y San Marcos, del escultor barroco Pedro Alonso de los Ríos, procedentes del convento burgalés de las Madres Agustinas Canónigas de Santa Dorotea.
A partir de la segunda mitad del siglo XVIII, con la creación de la Escuela de Dibujo del Consulado del Mar, en el Paseo del Espolón de Burgos, vuelven a surgir nuevos e importantes artistas, que hacen resurgir de nuevo las decaídas artes burgalesas.
En el año 1845, como consecuencia de la Desamortización de Mendizabal, llegaron a Burgos unos 150 cuadros y tallas procedentes del Monasterio de San Salvador de Oña, que fue sometido a dicha desamortización. La mayor parte de estas obras pertenecían a los artistas burgaleses Romualdo Pérez Camino y José Antonio Valle y Salinas. Los dos comparten cuadros en la misma sala; del primero, cuya obra es muy abundante en Burgos y provincia, llegó su famosa serie “Vida de San Iñigo de Oña”, que fuera Abad del Monasterio durante parte del siglo XI y en el que está enterrado, es de destacar el que lleva por título “San Íñigo da a besar un escapulario a tres damas”. En la misma sala se halla expuesto el cuadro “La curación de un tullido” de Valle y Salinas. También se puede ver una Inmaculada Concepción, procedente del convento de los Padres Carmelitas de Burgos, obra del pintor neoclásico cordobés Antonio Palomino de Castro y Velasco, discípulo de Valdés Leal y de Giordano, que también fue pintor de cámara del rey Carlos II, el último de los Austrias. Otras obras de interés son las telas de sarga de fray Alonso de Zamora y las tablas tardo-góticas de Juan Sánchez.
Finalmente, se llega a las salas en las que se expone el arte burgalés de los siglos XIX y XX, destacando la obra del pintor burgalés, Dióscoro Teófilo Puebla Tolín, más popularmente conocido como Dióscoro Puebla, nacido en Melgar de Fernamental en el año 1831, discípulo de Madrazo, que completó sus estudios en Roma, realizando la mayor parte de su obra en Madrid, donde murió el año 1901. Sus temas preferidos fueron la pintura histórica, los retratos y los cuadros fantásticos, de estos últimos están expuestos alguno de su serie “Bacanales”. Otra gran retratista fue la pintora burgalesa Encarnación Bustillo Calderón, que vivió a caballo entre los siglos XIX y XX, de la que se puede ver su magnífico cuadro “Las Camareras de la Virgen”.
De Julio del Val Colomer, otro pintor burgalés que realizó sus primeros estudios en la Escuela de Dibujo del Paseo del Espolón, discípulo de Marceliano Santamaría, se puede ver expuesto su cuadro “Campesinos burgaleses”. Aurelio Blanco Castro es otro pintor burgalés, nacido en Villafranca Montes de Oca, que también fue alumno de Marceliano Santamaría en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, estuvo estudiando en Alemania y en 1945 ganó el tercer premio en la Exposición Nacional de Bellas Artes, con su obra “Misionero bendiciendo la mesa en casa de sus padres”, en el que aparecen los rostros de su madre y de su hermana, expuesto en el Museo burgalés. Otros notables pintores burgaleses, como Luis Manero Miguel, Luis Gallardo y Fortunato Julián, que fueron alumnos y profesores de la Academia de Dibujo del Consulado del Mar, también tienen obras expuestas en este Museo, aunque algunos de sus cuadros permanecen guardados en el almacén. Entre los pintores burgaleses contemporáneos se encuentran Manuel de Lambarri, José María Muñoz Melgosa, Modesto Ciruelos, José Vela Zanetti, Ignacio del Río, o el recientemente fallecido Antonio Sanz de la Fuente. También está representada la escultura burgalesa del siglo XX con obras de los escultores Francisco Ortega Díaz, Alberto Bañuelos y José María Casanova.
En 1986 el edificio de la Casa Melgosa fue adquirido por el Estado, que procedió a demoler su deteriorado interior, manteniendo únicamente su fachada original y algunas arcadas. La primitiva construcción se inició en el año 1543 y en ella intervinieron diferentes maestros canteros burgaleses, entre los que destaca Juan Ortiz de la Maza, a quien algunos historiadores atribuyen también la autoría de la contigua Casa de Miranda. Fue fundada por los Melgosa, una acomodada e influyente familia de mercaderes burgaleses a la que permanecía D. Andrés de Melgosa, que fue Regidor de la ciudad de Burgos. En sus orígenes albergó un colegio de religiosas agustinas y posteriormente se instaló un hospital de ancianos, que se mantuvo en funcionamiento hasta el siglo XIX, en el que se reconvirtió en una casa de viviendas de alquiler. Se trata de un edificio con dos niveles separados por una cornisa, el primero es de piedra de sillería y el superior de ladrillo revocado. La fachada está flanqueada por dos pilastras profusamente ornamentadas con motivos vegetales y animales; está rematada por una cornisa sin decorar. Se incorporó al Museo en previsión de nuevas ampliaciones y para que albergara las Artes Decorativas y el Arte Moderno. Lamentablemente, parece que el presupuesto que la Junta de Castilla y León destina a promocionar y proteger la Cultura y el Arte castellanos no da para que el proyecto se haga realidad.
De todas formas, un recorrido por las salas del Museo de Burgos, verdadero orgullo de la ciudad y de los burgaleses, proporcionará a sus visitantes una visión muy amplia, clara y amena, de cómo se ha ido desarrollando la evolución cultural y artística de estas tierras castellanas a lo largo de su dilatada y ajetreada historia, desde la época prehistórica hasta los comienzos del presente siglo. El presente trabajo sólo es un modesto intento de acercamiento a su historia y su contenido.
Para finalizar, quiero hacer una especial mención de la figura del profesor de Literatura D. Basilio Osaba y Ruiz de Erenchun, que fue durante muchos años Director del Museo e infatigable impulsor de su desarrollo, del que tuve el honor de ser alumno durante mis lejanos años del bachillerato.
Autor Paco Blanco, Barcelona setiembre 2017
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MONASTERIO DE SANTA MARÍA DE VILEÑA. -Con textos de Francisco Blanco y maquetas de Fernando de Miguel Hombría-.
La vida matrimonial y amorosa del rey Fernando II de León resulta de lo más complicada, aunque, en realidad, gira tan solo alrededor de tres mujeres, sus tres esposas, con la particularidad de que dos de ellas, antes que esposas fueron también sus amantes, teniendo descendencia con las tres.
Fernando II había nacido en Benavente, el año 1137 y fue proclamado rey de León el 1157, a la muerte de su padre, Alfonso VII el Emperador, que fue el primer monarca español de la Casa de Borgoña, correspondiéndole a su hermano Sancho III el reino de Castilla. En el 1158 ambos hermanos, reunidos en el Monasterio de Sahagún, que era el principal foco espiritual del reino leonés, acordaron unirse para luchar juntos contra los musulmanes, repartirse los territorios que les arrebatasen y, en caso de fallecimiento de alguno de los dos, el superviviente heredaría sus reinos. La muerte le sobrevino al rey Sancho en Toledo, el 31 de Agosto del 1158, pocos meses después del tratado de Sahagún, que no llegó a llevarse a efecto, siendo nombrado rey de Castilla su hijo Alfonso VIII, que a la sazón era menor de edad.
Pero volvamos a la vida matrimonial del rey Fernando: en el 1165 contrajo matrimonio con la infanta Doña Urraca de Portugal, hija del rey Alfonso Henriques el Conquistador y de Doña Mafalda de Saboya, de la Casa de Borgoña, emparentada, por tanto, con el rey Alfonso VII el Emperador. De este matrimonio nació un hijo, que acabaría siendo, después de muchas intrigas y dificultades, el rey Alfonso IX de León. Pero este matrimonio no duraría mucho, pues el Papa Alejandro III, en el año 1171, procedió a anular el matrimonio por motivos de cosanguineidad. El rey Fernando, no se sabe si de buen grado u obligado por la bula papal, no le quedó más opción que repudiar a su esposa, pero eso sí, después de concederla varios municipios zamoranos como compensación. La reina Doña Urraca ingresó en la Orden de San Juan de Jerusalén y se retiró al Monasterio de Santa María de Wamba, en Valladolid, que pertenecía a la Orden.
El rey Fernando no tardó en encontrar consuelo en una alta dama de la corte leonesa, llamada Doña Teresa Fernández de Traba, viuda del conde Nuño Pérez de Lara, de la burgalesa estirpe de los Lara, con quien había tenido cinco hijos, pasando todos ellos a vivir en el palacio del rey leonés, de quien recibieron numerosas mercedes y propiedades. Las relaciones entre la pareja se legitimaron al contraer matrimonio en el año 1178. De este nuevo matrimonio nacieron dos hijos, el primero fue el infante Fernando de León, que nació en 1178, antes de que sus padres se hubieran casado, y que murió antes de cumplir los siete años. El segundo fue otro varón, que nació muerto y que, además, provocó el fallecimiento de su madre, la reina Teresa, esto ocurría en León, el 6 de febrero del 1180, siendo enterrados ambos en el Panteón de los Reyes de San Isidoro de León.
Dos años permaneció viudo el rey Fernando. Hacia el año 1182 tomó por amante a Doña Urraca López de Haro, hija del conde D. Lope Díaz I de Haro, llamado El Rubio, señor de Vizcaya, y de la condesa Aldonza. Doña Urraca había estado casada anteriormente con el magnate gallego D. Nuño Meléndez, con quien tuvo una hija, Doña María Núñez.
Este amancebamiento también produjo sus frutos: en 1182 nació García, que solamente vivió dos años; en 1184 llegó Alfonso, que fallecía en 1188 y, por último, en 1186, nacía Sancho Fernández de León, llamado el Cañamero, señor de Monteagudo y Aguilar, que vivió hasta el año 1220.
Poco tiempo después, en mayo de 1187, cuando el fin de sus días estaba muy cercano, posiblemente apremiado por su amante, que conocía la proximidad de su muerte, Fernando II de León contrajo su tercer matrimonio, esta vez con su amante Doña Urraca López de Haro. La nueva reina intentó aprovechar esta circunstancia para conseguir que el heredero del Reino leonés fuera su hijo Sancho, en detrimento del primogénito Alfonso, habido en el primer matrimonio del rey con Doña Urraca de Portugal. Para ello argumentaba que el nacimiento del infante Alfonso era ilegítimo, ya que el matrimonio de sus padres había sido anulado por el Papa, debido a los lazos de sangre existentes entre ambos. Llegó a conseguir que el rey Fernando desterrase a su hijo primogénito, pero sus propósitos no llegaron a verse hechos realidad, debido a los pocos apoyos que recibió, a causa, principalmente, de la corta edad de su hijo Sancho y a la oposición de la familia de la anterior esposa, los Fernández de Traba y los poderosos Lara.
Tal como se temía, el rey Fernando fallecía en Benavente, el 22 de enero de 1188, a los 53 años de edad. Le sucedió su hijo primogénito, Alfonso IX de León.
A raíz de la muerte del rey Fernando II su viuda se trasladó a Castilla, donde reinaba Alfonso VIII, sobrino del fallecido rey leonés, refugiándose en sus propiedades de La Bureba, situadas en Santa María Ribarredonda y en los montes de Petralata. Con estas tierras, otras que recibió en donación del rey de Castilla, como Vileña, La Vid de Bureba y Villaprovedo, y algunos trueques que realizó con los monjes del cercano Monasterio de San Salvador de Oña, en el año 1222 Doña Urraca funda el Monasterio de Santa María la Real de Vileña, para monjas cistercienses sometidas al dominio de la Abadesa del Monasterio de Las Huelgas de Burgos, a quien la fundadora cedió todas sus propiedades.
La ceremonia de fundación del Monasterio tuvo lugar el 14 de abril de 1222 y en ella, además de la fundadora, Doña Urraca, estuvieron presentes el obispo D. Mauricio de Burgos y los abades de Oña, Bujedo, Salas, Herrera e Iranzu, quienes proclamaron a Doña Elvira García como primera abadesa.
En este Monasterio tomó Doña Urraca los hábitos, llevando una vida retirada hasta su muerte, ocurrida en el 1230, siendo enterrada en un sepulcro de piedra, que fue colocado en el presbiterio de la iglesia del Monasterio que ella misma había fundado.
El historiador burgalés D. Inocencio Cadiñanos (1) hace de este sepulcro la siguiente descripción: “La figura yacente de la reina es de gran tamaño, tallada en un solo bloque de piedra. Aparece someramente trabajada, vestida de monja, como consta lo que fue en sus últimos años. La cabeza descansa sobre una almohada, encuadrada por figuritas muy mutiladas de ángeles turiferarios. El sonriente rostro ovalado está centrado por la gran toca plisada. Desde la nariz para arriba la cara de Doña Urraca se halla muy estropeada. Las manos, de largos dedos, aparecen cruzadas sobre el vientre, la superior casi desaparecida. Una sencilla túnica de plegados someros y casi paralelos, cubre el resto de su cuerpo. A los pies, los pliegues son numerosos. Una inscripción nos recuerda que allí descansa DOÑA hURRACA hYJA DeL CONDE DON LOPE DÍAZ / MVGER DEL REY DON FERNANDO DE LEON”.
Este monasterio cisterciense femenino, prácticamente se convirtió en un convento familiar, pues en él procesaban, principalmente, las hijas de las familias que integraban la nobleza comarcal, como los Zuñigas y los Rojas, que acabaron convirtiéndose en sus protectores. Algunos destacados miembros de estas familias, así como varias abadesas, entre ellas Doña Elvira de Rojas Bonifaz, nieta del Almirante de Castilla D. Ramón Bonifaz, eligieron el Monasterio para su último reposo.
Entre los años 1234 y 1246, la abadesa que rigió los destinos del monasterio fue la primera hija de la fundadora, Doña María Núñez, fruto de su primer matrimonio con D. Nuño Menéndez.
En la segunda mitad del siglo XIV, al igual que ocurriera con el de San Salvador, el monasterio no se libró del saqueo de los mercenarios del Príncipe Negro, que incluso llegaron a violar a las religiosas allí acogidas, pero durante los siglos XV, XVI y XVII, el cenobio alcanzó su máximo esplendor, ejerciendo jurisdicción sobra más de una treintena de lugares, casi todos en La Bureba, donde las monjas, que superaban la cincuentena, llegaron a disponer de más de 3000 fanegas de tierras de cultivo, alcanzando, en el siglo XVIII, unos ingresos superiores a los 37000 reales de vellón.
Durante el siglo XVI se instaló en el Altar Mayor el retablo de la Asunción, obra del escultor burgalés Pedro López de Gámiz, nacido en Barbadillo del Pez, que tenía su taller en Miranda de Ebro. Durante la invasión napoleónica, el monasterio también sufrió el saqueo de los soldados franceses, provocando el comienzo de su decadencia económica, que se vio aumentada con los procesos desamortizadores llevados a cabo por Mendizabal primero, y posteriormente por Madoz. En 1868 el Gobierno revolucionario de Prim clausuró el cenobio, que llevaba varios años subsistiendo a consta de una exigua subvención del Estado, que a veces se retrasaba en llegar. Las religiosas tuvieron que trasladarse a Las Huelgas de Burgos hasta el año 1872, en que se las permitió regresar, pero para estas fechas el patrimonio del Monasterio había sido sometido a un exhaustivo saqueo por parte de particulares y también de Instituciones, dejando a la comunidad de monjas en una desesperada situación económica, que las obligó a malvender lo poco que les habían dejado.
El 21 de mayo de 1970 un terrible incendio destruyó casi por completo el monasterio, obligando a las monjas a trasladarse a unas dependencias nuevas y muy modestas en la localidad del Villarcayo, donde instalaron un museo con los restos que lograron salvar del incendio, entre los que se encontraba el sepulcro de la fundadora. Este museo se cerró en el año 2008, cuando las tres últimas monjas del nuevo Monasterio lo abandonaron para trasladarse a un pequeño convento en el barrio burgalés de Villimar. Su contenido se encuentra repartido entre el Museo Provincial y el Museo del Retablo de Burgos.
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INSTITUTO CARDENAL LOPEZ DE MENDOZA. -Por Francisco Blanco-.
Este espléndido edificio renacentista, que conserva algunos elementos tardo-góticos, se debe al mecenazgo del cardenal D. Iñigo López de Mendoza, nombrado en el 1528 obispo de Coria y transferido a la sede de Burgos al año siguiente, permaneciendo en ella hasta el año 1535. En el mes de mayo del 1530 fue nombrado Cardenal bajo la advocación de San Nicolás, por el papa Clemente VII. Anteriormente, en mayo del 1516 había sido nombrado, por el papa León X, Abad perpetuo del Monasterio de la Vid, cercano a Peñaranda de Duero, en el que en el año 1522, con la colaboración de su hermano, D. Francisco de Avellaneda y Velasco, III Conde de Miranda, llevaron a cabo unas importantes obras de mejora de dicho Monasterio, en las que intervinieron importantes arquitectos burgaleses, como los hermanos Pedro y Juan Rasines y Juan de Vallejo, artífice también del cimborrio de la catedral de Burgos.
Las obras del Instituto se comenzaron el 1538 y se dieron por finalizadas en el 1579, en ellas intervinieron numerosos arquitectos y canteros de gran renombre, como el ya mencionado Pedro Rasines, Baltasar de Castañeda, Juan del Campo y otros. Su fachada principal es una sólida obra de sillería, cuya piedra caliza procede de las célebres canteras de la cercana Hontoria de la Cantera. La escultura y los escudos que presiden la portada son obra de los escultores Diego Guillén y Antonio de Elejade.
Iñigo había nacido el año 1489 en Aranda de Duero, su padre era D. Pedro de Zúñiga y Avellaneda, II Conde del Castañar y señor de Peñaranda de Duero y otras villas ribereñas y su madre era Doña Catalina de Velasco y Mendoza, hija de los Condestables de Castilla, fundadores de la Casa del Cordón de Burgos y de la Capilla de los Condestables de la catedral burgalesa, donde están enterrados. Su verdadero nombre era, por consiguiente, D. Iñigo de Zúñiga Avellaneda y Velasco, pero cambió sus apellidos para honrar la memoria de su ilustre bisabuelo D. Iñigo López de Mendoza, I Marqués de Santillana. Él y su hermano estudiaron la carrera eclesiástica en Salamanca y estuvieron muchos años en Flandes, al servicio de Doña Juana de Castilla y su hijo, el futuro rey de España y emperador de Alemania D. Carlos I. El 21 de abril del año 1535 otorgó testamento, en el que legaba 15.000 ducados para la construcción del Colegio San Nicolás de Bari, el actual Instituto de Enseñanza Secundaria de la ciudad de Burgos. Murió repentinamente el 10 de junio de ese mismo año en la villa burgalesa de Tordomar. Fue enterrado en el convento ribereño de La Aguilera y posteriormente trasladado al cercano Monasterio de Santa María de la Vid, del que había sido un gran benefactor.
Tres años después de su muerte, en el 1538, dieron comienzo las obras del Colegio de San Nicolás, impulsadas por su sobrino, el Condestable de Castilla D. Pedro Fernández de Velasco y Tovar, cumpliendo de esta forma con su voluntad testamentaria.
En el segundo cuerpo de su portada, entre dos columnas, se grabó su placa fundacional que dice lo siguiente:
“ESTE COLLEGIO MANDÓ HAZER EN SU TESTAMENTO EL ILLMO. Y REVERENDÍSIMO SEÑOR CARDENAL Y OBISPO DE BURGOS DON ÍÑIGO LÓPEZ HIJO DE LOS CONDE DE MIRANDA DON PEDRO DE ZÚÑIGA Y DE AVELLANEDA Y DOÑA CATALINA DE VELASCO NIETO DE LOS CONDES DE MIRANDA DON DIEGO LÓPEZ DE ZÚÑIGA Y DOÑA ALDONZA DE AVELLANEDA. BISNIETO DE LOS CONDES DE PLASENCIA DON PEDRO DE ZÚÑIGA Y DOÑA YSABEL DE GUZMÁN. FUERON TAMBIÉN SUS ABUELOS EL CONDESTABLE Y CONDE DE HARO DON PEDRO DE VELASCO Y LA CONDESA DOÑA MENCÍA DE MENDOZA SU MUJER. MANDOLO EDIFICAR DON PEDRO DE VELASCO QUARTO CONDESTABLE DE LOS DE SU LINAGE. ACABOSE EL AÑO MDXX[IX]”.
Además de su espléndida portada renacentista, es de destacar su patio interior, verdadero eje del resto del edificio. Es de forma cuadrada con dos galerías con arcos soportados por pilastras. En su centro se levanta un pozo con brocal; dispone de dos galerías de arcos entrelazados, a las que se acede por una monumental escalera de cuatro tramos, en la primera estaban las sedes de las diferentes cátedras y en la segunda, durante parte del siglo XIX se utilizó como residencia de los estudiantes internos.
A lo largo de su dilatada historia, el Colegio de San Nicolás ha atravesado por diferentes vicisitudes, como su ocupación por las tropas francesas durante la guerra de la Independencia, a las que, finalizada la invasión napoleónica, sustituyeron las tropas españolas. En el año 1845, como consecuencia del Plan Pidal de enseñanza, por el que el Estado asumía el control de la enseñanza, se crearon en España los Institutos de Segunda Enseñanza, asignándose a Burgos el viejo Colegio de San Nicolás, aunque antes hubo que desalojar al Regimiento de Artillería que lo ocupaba, cosa que no se consiguió hasta el 1849, gracias a la tenacidad de su primer Director electo, D. Juan Antonio de la Corte y Ruano-Calderón, Marqués de la Corte, que era catedrático de Geografía e Historia. Cincuenta años más tarde, se instala el Jardín Botánico y se convierte además en la Escuela Normal de Magisterio. También se instaló el Observatorio Meteorológico Provincial, que ha venido funcionando hasta finales del pasado siglo XX. También, como no podía ser de otra manera, por sus cátedras pasaron ilustres profesores, cuya importante labor docente dieron lustre, tanto nacional como internacional, a sus respectivas cátedras. Podemos citar, entre otros muchos a D. Raimundo de Miguel, catedrático de Latín; D. José Martínez Rives de Historia; sin olvidarnos de D. Eduardo Augusto de Bessón, catedrático de Psicología, que llegó a ser alcalde de Burgos y mandó construir el puente sobre el Arlanzón, que unía el Instituto con el Palacio de Justicia, situado en la otra orilla, aunque lo que realmente se pretendía era facilitar el acceso al Instituto de los estudiantes que vivían en la otra orilla. También, a finales del siglo XIX se creó la Escuela de Agricultura, cuyos alumnos realizaban sus prácticas en el invernadero que se añadió al Jardín Botánico, que acabó convirtiéndose en Cátedra.
Ya en el siglo XX, los profesores D. Mauricio Pérez San Millán y D. José López Zuazo ponen en marcha el Museo de Ciencias Naturales, que recibió numerosas donaciones particulares y se convirtió en el más importante colaborador de la cátedra de Ciencias Naturales. En el 1908, el catedrático de Francés D. Rodrigo Sebastián, junto con el Hispanista y catedrático de Lengua y Literatura españolas de la Universidad de Toulouse D. Ernest Merimée, fundaron los Cursos de Verano para Extranjeros de Burgos, los primeros de este tipo que se celebraban en España, que tuvieron una muy favorable acogida, registrándose una numerosa asistencia de estudiantes y una nutrida presencia de ilustres personajes de la cultura española, como el historiador D. Américo Castro, el arquitecto D. Vicente Lampérez, el profesor y escritor D. Juan Domínguez Berrueta y el profesor e historiador vallisoletano D. Narciso Alonso Cortés. En el 2017, ciento nueve años después, estos cursos se siguen celebrando y cuentan con una asistencia numerosa y entusiasta, constituyendo un extraordinario y ejemplar marco de convivencia, de amistad, de aprendizaje y de difusión de las culturas española y francesa. Un verdadero acontecimiento cultural para la ciudad de Burgos.
Otros ilustres profesores del siglo XX han sido D.Teófilo López Mata , natural de Villarcayo, que además de catedrático fue director del Instituto, historiador y cronista de la ciudad, cuya historia conocía profundamente, también fue un estudioso de nuestra Guerra Civil y estuvo muy vinculado a la Junta de Ampliación de estudios; D. Tomás Alonso de Armiño, presidente de la Diputación y director del Museo Provincial mientras estuvo instalado en el Instituto; D. Ismael García Rámila, historiador, arqueólogo y bibliófilo burgalés, discípulo de García de Quevedo, profesor de Lengua y Literatura españolas, participando también durante varios años como profesor de los Cursos de Verano para extranjeros; el investigador y humanista burgalés D. Gonzalo Díez de la Lastra, que demostró el nacimiento en la ciudad de Burgos del jurista Fray Francisco de Vitoria, que se atribuían los vitorianos; D. José María Ordoño, profesor de Matemáticas, que también fue alcalde de Burgos. A esta lista se podrían añadir muchos nombres ilustres más, pero la vamos a cerrar aquí, para no hacerla casi interminable.
Igualmente, a lo largo del tiempo se ha ido creando una copiosa e importante biblioteca, que ha ido creciendo a base de los presupuestos del propio Instituto, de donaciones particulares, destacando las del gobierno francés y las del profesor, historiador, cronista y alcalde la ciudad D. Eloy García de Quevedo. También son de destacar las entradas procedentes de otras bibliotecas de Monasterios cerrados o sujetos a amortizaciones del Estado.
Por una Orden Ministerial del año 1957, el viejo Colegio de San Nicolás pasa a llamarse oficialmente “Instituto Cardenal López de Mendoza”. En el 1963 se inaugura un nuevo pabellón, dedicado únicamente a las alumnas de sexo femenino, pero poco más tarde, en el 1967, se inaugura en Burgos el Instituto Diego Porcelos, exclusivamente masculino, por lo que el primero se convierte en Instituto femenino. Precisamente, este segundo Instituto ha celebrado su cincuentenario este año de 2017, con tal motivo han tenido lugar conciertos, conferencias, exposiciones, una comida para el personal docente en un hotel de la ciudad y una comida campestre de hermandad en el Parque de Fuentes Blancas.
También en el 1995 se celebró el sexto centenario de la fundación del Cardenal Mendoza, celebrándose, entre otros actos que estuvieron presididos por el Ministro de Educación, una interesante exposición retrospectiva con abundante material y documentación alusivos a su larga trayectoria histórica.
Poco tiempo después, en el 1996, se pusieron en marcha unas importantes y necesarias obras de reparación del Instituto, en las que se realizaron numerosas mejoras, ampliaciones y cambios estructurales en la distribución y emplazamiento de las diferentes dependencias, concluyéndose las obras en el 1999, justo en los umbrales del siglo XXI. En la inauguración del remozado Instituto estuvieron presentes relevantes miembros del Ministerio de Educación y Ciencia, acompañados de las autoridades locales y de la directora del centro Doña Pilar Cristóbal Plaza.
En la nueva capilla del centro se pueden ver diferentes placas conmemorativas, en las que se recuerdan los diferentes eventos que ha jalonado su larga trayectoria docente.
Autor Paco Blanco, Barcelona setiembre 2017.
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